domingo, 4 de julio de 2010

¡SIEMPRE EXISTE UN PISO NUEVE PARA TODOS!

Para un cierto grupo de oficiantes de la escritura dramática, la perspectiva de tocar un tema donde haya un espacio cerrado que coloque a un grupo de personajes imposibilitados de escapar, un ámbito donde dos o más seres humanos sienta profundamente que se les está coartando su albedrío o, que sepan atrapados a riesgos latentes (sean estos de carácter físico y/o psicológico) hace que cierto disparador imaginativo se mueva y posibilite confeccionar desde dramas profundos a comedias que tocan el absurdo. El solo hecho que un grupo de seres (sean ellos simples ciudadanos) con condiciones socio económicas disímiles o cosmovisiones confrontadas genera en subconsciente del escritor de teatro, una explosiva paleta creativa donde armar un drama es plausible. Este sencillo hecho parte de la misma condición humana. Como especie somos gregarios más, sin embargo, el saber que debemos compartir un algo (espacio vital, alimentos, sexo, u otras cosas) hace que las reglas de la tolerancia y el equilibrio entre lo que deseo para mi bienestar o creo que es lo ajeno, rápidamente entra en colisión cuando las presiones hacen que esas dos esferas (la individual personal versus individual ajena) pugnan por un mismo sentido. Sobrevivir en grupo en ambientes de extrema incertidumbre hace que un grupo humano con reglas y condiciones de convivencia establecidas estalle por el más inusual aspecto. Tocar, visualizar, hurgar ¿dónde comienzan o terminan esas fronteras donde cada humano –indistinto de su género, creencia, ideologías, preferencia sexual, estatus económico o cultural y visión de vida- es capaz de ser un héroe anónimo o, sencillamente un pusilánime. La temática de la tolerancia en grupo bajo presión es algo siempre de interés. Los agudos ángulos de la personalidad son puestos al límite. Un espacio cerrado donde no hay aparentemente escape, hace que las inversiones emocionales transformen al ser apacible en un monstruo o hacer del aparentemente del desadaptado un ser amigable y capaz de darle homogeneidad de juicio al resto. Es un tema laboratorio: nunca se sabe cuales son los resultados y si estos se saben, menos aun cuales son las variables que hacen que el resultado sea siempre previsible en un ciento por ciento. La sociedad está atrapada en sus cajas verticales de concreto donde viven y arman eso que se llama casa, hogar y de ahí, crean conceptos y un constructo afectivo / emocional / sentimental que lo llamamos familia; la sociedad deambula constreñida en cajas metálicas que se desplaza de arriba hacia abajo en esas grandes cajas donde ellos se albergan sea bien conformado esas familias o bien para relacionarse en asociaciones laborales, educativas o culturales entre muchas otras; se juntan o andan en cajas metálicas con ruedas con el fin de ir de acá para allá buscando expandir lo que en esas cajas fijas llamado hogar o trabajo no pueden lograr; la sociedad sigue construyendo cajas tecnológicas culturales mediáticas para mostrarle a la sociedad como se comportan, viven y son y que puede ser desde una sencilla televisión, una rádio, una sala de cine o teatro hasta los colosales stadiums deportivos. Cajas y dentro de ellas seres humanos. Una espacie que necesita del otro pero que a veces no le soporta. La personalidad de cada ser humano es compleja y esta se dispara a cimas inexploradas cuando están o se hayan sometidas a los límites finitos y plenos de incertidumbre cuando una de esas cajas sociales coarta su abeldrío. La psiquis del ser humano es tan impredecible porque a pesar de ser una especie civilizada con normas, reglas y comportamientos establecidos por creencias, mitos, tabúes, ideologías y hasta convicciones generacionales hacen que, por un sencillo imponderable de no poder tomar decisiones de forma autónoma, deba interactuar con los demás para lo cual deberá exponer o aflorar sin proponérselo, su verdadera esencia, dejar que la represas que retiene sus neurosis y ansiedades como ser puedan rozar a la de los demás y ahí, solo ahí en el encierro de una caja física (ascensor, carro, casa, oficina, estadium) el individuo deje de ser y verse como alguien separado del resto y saberse que está y deberá actuar con el resto. Si existen tabúes estos chocan; si hay creencias personales inamovibles, es potencialmente viable que esta salga indemne después de un cierto lapso junto con otros totalmente opuesto a sí; si su mundo interior era algo guardado e íntimo resultará probable que de lo objetivo que le ayuda a contenerse de píe a que lo subjetivo se toque con la subjetividad del otro. Una caja donde varios seres humanos deban estar juntos bajo presiones de no saber cuando podrán salir, que no tendrán seguridad de si sobrevivirá a sus necesidades, ansias o apetitos individuales en colisión con el del resto es sin duda, un tema rico en lo dramático que por más que se escriba y haga variables, la imaginación del autor hará que se conviertan en espoleta caída de un explosivo que hará estallar hasta la más de las cuerdas de las posturas. Incluso, de quien las observa si fuese como especie de científico social que ve a estos seres en sus cajas de tensión. Para la dramaturgia, el tema del encierro es campo abierto para seguir explorando disímiles micro universos sobre las crisis de los individuos y su percepción ante si como ante el grupo. Que la dramaturgia sea capaz de suscitar como manejará este territorio será cuestión de una mayor capacidad de aprehender / comprender el actual mundo social y los mecanismos que operan, constriñen y esculpen la psiquis tanto de lo individual como de lo grupal. Lo cierto es que, una de las aristas a ser indagadas por la dramaturgia nacional podría seguir ahondando ¿cómo el venezolano puede dar salida a estados catárticos cuando el trinomio conducta, alma y mente se ve sometido ante otras esferas individuales que buscan mantener y preservar sus propios sistemas de valores y creencias. El asunto temático que aborda Mariana Cabot (ganadora del Concurso Cartas de Amor de la empresa estilográfica, Mont Blanc en el año 2000) se desliza en esta clase de lindero. Apuesta al riesgo de generar escritos (guiones, libretos y hasta textos) donde osa a colocar una lupa instintiva, una percepción y personal entendido para armar una ficción que siente que puede ser recibida por el lector / espectador como propia. Es un ejercicio de extrapolación para ambos, donde el drama deba ser creíble y ¿por qué no?, hasta el público pueda situar imágenes dentro de la misma. Desde mi percepción valoro esta clase de intentos creativos de una joven generación de autores porque no se cansan de indagar, preguntar, responderse y situar desde y con su imaginario (y apoyado con una particular pericia dramatúrgica) a desnudar sin rebuscamientos estilísticas los vericuetos de cómo dentro de un espacio aislado y sometido a condiciones dadas, cualquier humano se transforma sus ser en algo inesperado, que reacciona distinto a lo que se supone debe comportarse cuando como animal social sabe que debe convivir sometido a fuerzas, reglas e implícitos de normas de grupo. Tomo en consideración (por extensión) lo que Jorge Dubatti en Filosofía del Teatro I (2007; 162) expresa que: “En su práctica el teatro instala un campo de verdades subjetivas, cuya interrelación permite conocer a los sujetos que las producen, portan y transmitenMariana Cabot asume como tal parte de lo que afirma Dubatti pero desde su personal experiencia y capacidad de manejar los nudos del drama diseñando un “teatro [que] encierra formas subjetivas de comprender ya habitar el mundo”. Vale entonces preguntarse: es ¿un teatro donde lo que se muestra deba verse como verdad o como simple ficción de verdad subjetiva? Ello solo lo podrá responder el espectador a través de sus vivencias personales y en confrontación directa con la propuesta de un espectáculo tras el cual debe decodificar para si y tomar que es válido o no del mismo. Es desde esta micropolítica de la sociabilidad donde público y obra se conectan. Una arista –que, insisto- tiene mucha tela por ser cortada. Mariana Cabot coloca la tela del drama y nosotros como espectadores la cortaremos según nuestros criterios de validación donde aparte de entretenernos, permita cotejarlo con algo ya vivido o referenciado por otros. Lo cierto en todo caso es que Mariana Cabot sumó fuerzas artísticas y de producción y concretó dentro del lapso Mayo - Agosto de 2010 este tema “señuelo” para ofrecerlo a un específico segmento de consumidores teatrales que se sienten identificados a consumir lo que se exhibe como dinámica de producciones programadas por el Trasnocho Cultural para su Espacio Plural. Allí gente joven y madura con visuales socio económicas, culturales, políticas y psicológicas (muy distintas ¡claro está!, a pesar de casi pertenecer a un cierto target de consumidores) pudo constatar no solo el texto / dramaturgia de Mariana Cabot sino su impulso como directora teatral que trata de abrir sendas en lo profesional. El tema de lo intangible de la naturaleza humana sometida a factores de incertidumbre dentro de un espacio cerrado se sintetizó en un espectáculo lleno de juventud y frescura pero con altibajos en la respuesta de lo que era la atmósfera dramática a dar por la unicidad del grupo histriónico. Con Piso 9 (un “guión” en palabras de Mariana Cabot (podemos hallar más de ella en http://www.analitica.com/va/arte/oya/6344090.asp) cuando en algún lugar costarricense lo imaginó / pero descrito como “libreto” por lo que se nos da en el programa de mano) observamos una propuesta que se articuló bajo la batuta de Mariana Cabot como idea de convertirla en micro drama cuya búsqueda era provocar ese horizonte de identificaciones que, queramos o no, hacen del convivio escénico social bajo presiones inesperadas, un algo puntual que aun debe tener aspectos por explorar. Piso 9 se ha convertido en un espectáculo dirigido a hurgar las psicologías de decenas de individuos que conforman el llamado público que los ve actuar función tras función y que tras lo que ocurre como drama patentiza que las temáticas de lo urbano adquiere connotaciones de significación muy disímiles para cada quien. Mariana Cabot no es por tanto una de esas dramaturgas que atraídas por la energía de lo teatral irrumpe sin desdén o miedos cuando en la entrevista que se le efectúa en Analítica.com dice: “Escribo desde muy pequeñita, cuentos, poemarios, ensayos, cortometrajes, largometrajes. Dentro de todo lo que hago, escribir es lo que más disfruto. Es una sensación de libertad, tranquilidad, de silencio que poco podría definir. Y escribir teatro es tan sólo escribir lo que observo e intuyo en el ser humano, escribir historias personales, ajenas y otras inventadas. Querer por sobre todas las cosas entregar algo de valor al público”. Se puede decir que, con Piso 9 fue diseñar paralelamente un universo de “alteridad” susceptible de ser plausible o no por quien lo habrá de recibir pero, indistintamente a su agrado o no, le puede generar un toque magnético o reflexivo dado que se convierte en “metáfora del encierro interno que vivimos diariamente”. Pocos estamos incapacidad de hacer convivio social si nos someten a la presión de una caja que se supone nos debe llevar de un espacio a otro y menos aun, cuando esa caja solo mide “1,5mts por 2mts”; tal y como lo reza la gacetilla emanada por el grupo, podría cambiarnos la vida especialmente si lo cronológico toca como fechas decembrinas. En palabras de la autora: “La obra sí sale de una experiencia personal y no precisamente porque me haya quedado encerrada en un ascensor. El ascensor y el encierro dentro de éste fue una imagen que me vino al darme cuenta que todo lo guardamos, todo lo escondemos. Esta obra la escribí durante un retiro de silencio que hice en un lugar mágico llamado Pachamama que queda en medio de la selva a unos diez minutos del océano Pacífico en Costa Rica. La escribí a lo largo de ocho días de silencio absoluto. Por ello la obra también es una oda al silencio, a la belleza e importancia del silencio al cual estamos tan poco acostumbrados y al cual tanto le tememos”. Este “guión”, “libreto” u, obra teatral rubricada por Mariana Cabot coloca pues a un grupo de personajes obligados a “desenmascararse y descubrir a través de sus vivencias, un mundo que no sólo está lleno de dolor, lágrimas y tristeza sino también de alegrías” en esa caja / ascensor que como la vida, sube, baja constantemente pero a veces, se detiene y he allí cuando el “tiempo de la vida” habla de por si ante uno y ante los demás. Y volviendo a apelar a la autora que quien mejor puede sintetizar ese universo de sus personajes de Piso 9 dice en esa entrevista que su pieza se narra: “la historia de siete personajes que se quedan atrapados, (…) en un ascensor. Un autista, una pareja conflictiva, un hombre divorciado y una mujer con cáncer junto a su hija esquizofrénica y su hermana lesbiana. Todos juntos, en ese espacio reducido, dejan explotar sus emociones. “El ascensor y el encierro reflejan todo lo que guardamos. Por ello, la obra también es una oda a la belleza del silencio al que estamos tan poco acostumbrados, y al que tanto le tememos”. La resolución de puesta en escena de Piso 9 –para esta tercera temporada-crea con rapidez ante el público esa imagen de que el discurso social a veces también puede patentizarse como “teatro de la subjetividad” donde las máscaras sociales se ponen a prueba. Esto es ir más allá de que si la capacidad de Mariana Cabot hubiese o no tenido una excelente o mediana fortaleza como puestista para resolver los mecanismos propios de su escritura. Esta la intuimos que se ira superando y que lo visto como espectáculo podría, incluso haberse manejado con mayor perspicacia. No es solo encerrar actores que encarnan a un disímil espectro de conductas, sentires y cosmovisiones sino que en lo que debe ser una situación de ficción cotidiana los personajes (personas) hagan y expresen mediaciones, urdan pactos, tejan acuerdos, manejen entendidos, dimensionen consensuadas emotividades pasionales e incluso, intelectuales es un relativo que debe ser mas que “letra viva” sino espectáculo que late con organicidad de ser tomado como referencial para quien lo tiene la oportunidad de constatarlo. Por tanto, observo que nunca será fácil diseñar una puesta en escena que sintetice ese espacio de caja cerrada que encierra micro universos personales individuales que deberá a su vez construir otro sistema cerrado de interacciones confinadas en el cual intervienen variables tan amplias e inusitadas que deberá ser lo más auténtico para que sin ápice de duda proyecte sobre el otro universo (el del público receptor, mucho más abierto y diversificado que también hace convivió en otra caja que se asume como “teatro” o sala de teatro) lo singular del comportamiento humano y sencillamente, colocarlos como un drama limitado y delimitado donde habrán de operar fuerzas a sus supuestos personajes (encarnados por un grupo con distintas técnicas y experiencias de vida) a estar juntos de forma obligada y cuyo definido objeto de interés era no convivir sino entrar / salir lo más rápido de un ámbito que les transportaría a otros espacios sociales donde ellos sabrían que les demandaría otro nivel de comportamiento. Propiciar una propuesta teatral con objeto de hacerse con una especie de “laboratorio de percepción” psicosocial donde suceden /acontecen eventos humanos dramáticos y que, desde ahí se pretenda conectarse con la platea (espacio de recepción - validación) es conferirle al trabajo de la dirección, una habilidad que puede ser peligrosa si lo melodramático se exacerba o los aspectos de humor se desbordan creando un territorio de farsa que en el peor de los caso podrá pierden su sentido inicial. Del trabajo de dirección de Mariana Cabot para Piso 9 logra por gran espacio de la representación que los límites de lo creíble se sostenga, que las zonas de lo absurdo se regulen y que lo cínico – amargo que expone cada personaje o las cuitas psicológicas de unos estén en choque acomodable pero creíble con la de otros personajes. Hay una tesitura de atmósfera en el ritmo dado para cada uno de los histriones en ese espacio tan reducido. Acá no es una planta de movimientos amplia sino compacta lo cual deberá suscitar un hecho vivo de teatralidad y más de las veces la mano de la dirección lo logró. Tal y como lo expresara el afamado teatrista Mauricio Kartum: “El teatro sabe”. Pero también lo debe saber todo aquel que se abroga el derecho a usarlo como herramienta para decir / transmitir cosas. Desde la concepción espacial (diseño escenográfico) al diseño sonoro, de la iluminación al tipo de vestuario que los personajes debían emplear estaban al servicio de connotar elementos referentes de cada uno de esos seres. Por ende, el trabajo en su sumatoria de puesta en escena fue concreta, eficaz, pertinente. Mariana Cabot como directora logra en casi dos horas de representación atraer la mirada del público a lo que deseaba comunicar. Solo un elemento a discutir ¿por qué no hubo mayor síntesis en lo concerniente a los dramas de cada uno de estos seres? Lo digo porque ello pudo darle mayor poder de concreción a los microdramas y al unicidad global del espectáculo. Cosas que se pueden ajustar. Desde que prescindir en silencios, diálogos que a veces son algo superfluos y hasta reiterativos hasta lo que es el dibujo de las coordenadas de movimientos hacia los planos frontales en relación a los ángulos donde ocurren acciones secundarias. Un todo aceitable para fortalecer la eficacia de la unidad significante temática. Finalmente, la respuesta histriónica compuesta por Daniela Valdivieso en su rol de Daniela), José Joaquín Araujo (como Leo), César Velásquez (fungiendo ser Rafael), América Valentín (quizás, la de mas edad y con algún trayecto teatral de mayor densidad, caracterizando a Clemencia), Elys Rendón (como Sara), Pilar Seijo (asumiendo la interpretación de Guada) y, Fernando Azpúrua (en el papel de Ángel) las debo acotar como correctas en su unidad de emisión de sus cuitas, asuntos, y preocupaciones que cada personaje le demandaba; unos con más trabajo interno donde la verdad de sus cosas tenía asidero; otros, con un trabajo de composición más epidérmica que hacía que estas fluctuaciones debían haberse compactado como una partitura por parte de la dirección pero a veces los ejecutantes (según cada función) ajustan más fondo que en otras y a veces parecen dejarse por la inercia de una función de rutina. Ello hay que cuidarlo ya que toda momento escénico debe poseer la verdad inicial que se manifiesta al levantarse el telón o apagarse / encenderse la luz de la sala teatral. Esta verdad del personaje no debe tener fisuras ya que como actores están ofreciendo al público algo más poético a lo que sucede en lo ordinario de la vida cotidiana. Piso 9 es teatro de gente joven. Teatro de gente que arriesga, Drama que desde su óptica propone un suceso y este es recibido por decenas y decenas de espectadores que lo tendrán que validar en su fuero interno. Si ello no ocurre, pues es un acto fallido. Piso 9 con el texto y dirección de Mariana Cabot logró proyectar un ángulo de verdad que se puede observar sin prejuicios y con la autenticidad de que están con ese grupo actoral, asumiendo los retos de la imaginación en las tablas. Un trabajo digno y ¿por qué no?, puede ser resultar una experiencia a verse pero no a vivirse en esos cuartos de metal que suben y bajan por las cajas de concreto de esta urbe cosmopolita muchas de las veces deshumanizadas y donde casi nunca nos permite el acto “catártico” de oírnos y validarnos en conjunto sin prejuicios.