martes, 25 de agosto de 2015

¡UN BUEN CLÁSICO HACE BRILLAR LA ESCENA!

El teatro siempre está allí, para decirnos cosas. Sea este contemporáneo o sustentado en las obras inmortales, puede - y debe – estar al servicio de expresar, comunicar, ensenar y por supuesto, entretener. Esa polivalente función puede animar a un director y su grupo a ver si una obra escrita en tiempo presente está acorde a sus expectativas o por el contrario, buscar en autores de tiempos pretéritos algo que sirva para conectarse con una sociedad que merece tener una inteligente voz para sacudirla de su hedonista enajenación.

El buen teatro por tanto es aquel que no tiene tiempo y la validez del mensaje no solo producirá lo que los antiguos griegos definían como “catarsis” o bien, generar una idea consustanciada con los problemas que, un grupo humano debe saber mirar. Si todo se diluye en el formulismo de lo evasivo, el teatro puede perder su potencia y, por ende, su eficacia como instrumento de transformación.

En la dinámica teatral de esta ciudad, hay un teatro vario pinta que, por estar signado por el marbete de lo comercial, hace que el público tienda a consumirlo según ciertos patrones prefijados que van desde un título de obra magnética, pasando por una plantilla actoral que pueda ser fácilmente reconocible o, proponer la formulación de un espectáculo cuya trama sea vacua por no decir otra cosa. Pero, al tiempo, esta misma cartelera ofrece alternativas que si unos las sabe examinar con detalle, verá que hay un grupo de factores que expresan calladamente, una búsqueda en otra vertiente: hacer arte.

He acá que en un espacio como La Caja de Fósforos esta clase de búsqueda ha estado presente desde su creación. No ha habido en ellos el apremio por ganar la aceptación del público apostando al facilismo. Existe riesgo, creatividad, aspiración de concretar producciones que digan algo al espectador de hoy y por ello, han apelado desde una dramaturgia nacional hasta textos de autores contemporáneos. El riesgo y el tratar de estar en este siglo XXI les hace entender que, las fronteras de la experimentalidad es algo que deba asumirse sin ambages.

Y he ahí que hasta el territorio de lo clásico, propone, expresa y hace significante mensajes al entendido de un público exigente que no se conforma con solo quince minutos de acción teatral. La Caja de Fósforos es sin duda alguna, un poderoso laboratorio que está sacudiendo los paradigmas del gusto de quienes allí asisten en búsqueda de pasar un rato de esparcimiento.

En este orden de ideas, la última producción estrenada en sus espacios Decamerón. El paraíso erótico de Bocaccio, el grupo Arte Cénica bajo un correcto trabajo de versionamiento y una atrevida puesta en escena por parte de Ricardo Nortier, se empoderó del texto del escritor humanista Giovanni Bocaccio con objeto de proponer una visual mixta donde hay alusiones a Dante y situar un “infierno visto como la crisis del día a día, la peste, el hambre, la muerte. En estos tiempos podría llamarse: la inseguridad, la inestabilidad económica, la incertidumbre política”. He ahí que, el teatro es arte.

He ahí donde los artistas como Freddy Mendoza (vestuario) con un diseño perspicaz y a tono con lo que se esperaba para esta clase de búsqueda, Luís Villegas (pintura escénica y vídeo) sumó con su ingenio los aspectos de trabajo de unificación conceptual de la idea rectora; el aporte del mismo director en cuanto al concepto escenográfico como de iluminación estaba pensado para armar un andamiaje donde fuesen los actores y el texto lo que debía ser potenciado.

He ahí que, el soporte histriónico dado por un consistente grupo de actores y actrices como lo son Pastor Oviedo, Melissa Inojosa, Déborah de Freitas, Antonio Ruíz, Carlos Arraíz, Yennifer Ibarra, María Alejandra Rojas, Amneris Treco y Darwin Berroeta fue emblemático para este trabajo. Su eficaz soltura y ritmo teatral, su fuerza compositiva, ese natural desenfado sin rondar en lo chabacano, el saber que hacer la exposición del desnudo sin generar perturbaciones innecesarias y en especial, la apuesta a proyectar mucha potencia en lo que se debía decir y mostrar desde el escenario, hicieron que, el teatro clásico fuese sea algo que nos sigue maravillando.

Desde el trabajo con el espacio frontal, con pocos elementos, exceptuando el ingreso de paraguas y maletas, se armó un constructo multivalente que dio cabina a la segmentación de cada escena. Allí, cada histrión apelo a la palabra, buscó que el espectador fuese cómplice y la suma de la convocado y lo, armó lo esencial para dinamizar el juego de las significaciones. La iluminación y la banda sonora se sumaron para apoyar el todo. El recurso del desnudo fue conciso sin caer en lo desmedido y lo sensual predominó para efectuar que lo erótico fuese algo medular pero haciendo eco con la descomposición social de la peste que asolaba a una sociedad enferma.

Nortier supo conferirle a cada imagen, lo necesario a fin que el brillo de un mensaje fuese ese tañido en el imaginario del público. Bocaccio y su Decamerón estaba allí, en forma sintética. ¡Esta propuesta hizo brillar un clásico que siempre tendrá cosas que decirle al espectador de cada tiempo!





(Foto: Cortesía de Nicola Rocco)