El tiempo es contundente e implacable cuando está referido al hecho del cómo sostener una temporada teatral en el ámbito de una urbe como Caracas. Para los grupos consolidados y productoras teatrales independientes este factor si bien es tajante, puede resultar maleable a su favor, si y solo si, saben capturar el interés de consumo del público que cada fin de semana busca que es lo que puede consumir como productos artístico cultural de evasión para su solaz. Sin embargo, para este grupo de productores y directores (los que por ahora califico de “estos”) el saber estar atentos para jugar con eficacia a resolver la eterna interrogante de ¿cómo mantener una saludable continuidad comercial dentro de una cartelera que exige estimular el interés del espectador con la exhibición de determinadas producciones y no con otras?, es ciertamente, algo complicado porque no hay nada firme en materia del extraño como particular equilibrio entre oferta y demanda. Esa dupla (productor / director) tiene que saber urdir con perspicacia -entre otras cosas- un inteligencia manejo de mercadeo con la empresa privada y los gerentes de ciertos circuitos de exhibición, contar con un espectáculo magnético tanto en su título, trama que enganche de inmediato la atención de cierto “target” del público consumidor, que cuente o no, con un staff de profesionales o reconocidos actores y actrices provenientes del medio audiovisual como teatral y armar una consistente campaña de promoción / publicidad para que su montaje pueda mantenerse con suficiente oxigeno dentro de las tres o cuatro semanas que, en promedio, hace que una propuesta se perfile hacia el denominado “éxito de taquilla” en lo que es la dinámica artística de una urbe como Caracas. Este teatro de grupos consolidados como lo son Rajatabla, Theja, TET, Dramo, entre otros; de productoras independientes como Water People, Benny´s Produccions, KICP Producciones, etcétera, hacen que, el espectador tenga que optar por decidir con buen pulso ¿qué ver en un fin de semana? Estos grupos y productoras independientes han ofrecido por ejemplo, para el lapso Julio / Septiembre determinados espectáculos que han causado el agrado y hasta la división de opinión del gusto de recepción del espectador. El caso de la Fundación Rajatabla que retomó un hito significante dentro de lo que ha sido su larga trayectoria grupal con la reposición de “El Coronel no tiene quien le escriba” bajo la dirección de José Domínguez que, a pesar de estar bien montado, dejó la sensación en unos de que se comportó más como “teatro museo” debido a tratar de ser lo más fiel a lo que, en décadas pasadas, propusiera el hoy desaparecido, Carlos Jiménez. La opinión de otros espectadores es que pudo haber generado por parte de este grupo de hilar un nuevo riesgo creativo partiendo de esta idea de la novela de Gabriel García Márquez aunque hubiese estado imbuido de las consabidas convenciones estéticas rajatablinas. Un espectáculo correcto en su dimensión conceptual, aplomado en su respuesta histriónica, con densidad de ritmo y justezas en la correlación de lo que su esteta original quiso plantear años atrás. Sabemos y entendemos que para las actuales generaciones que no pudieron ver el montaje original era una oportunidad de oro para apreciar lo que marcó parte del sello de este colectivo. Desde esa perspectiva el resultado artístico salvó su responsabilidad con el actual tiempo de nuestra cartelera. El grupo Theja arriesgo más con su montaje del clásico universal de Fernando de Rojas, “La Celestina”. Una soberbia producción que contó con la puesta en escena de José Simón Escalona quien manejó su propia versión; una visión más ecléctica, que era como vaso comunicante entre lo propio del paso del medioevo al renacimiento español y el conceptualizado dibujo de lo contemporáneo tras el armado de una tramoya, un vestuario y una iluminación que dijese algo al espectador de hoy. ¡Una producción impecable desde todo punto de vista! centrada en un colosal concepto espacial en forma de inmensa puerta que sintetizaba los ámbitos donde tenía que desarrollarse la tragicomedia de Calixto y Melibea y la función de oportunidad, de la vieja hetaira, la Celestina. Esa puerta eje, sin duda, signica, fue visagra densa, vertical, plomiza que permitió una impactante proyección dentro de la austeridad de una caja negra; una puerta desde emanaron signos y referentes hacia el espectador en lo que se supone era el accionar de cada situación que envolvía a los personajes. Cada espacio como la casa / balcón donde estaba Melibea, el “palacio” donde moraba Calixto atrapado en su deseo y rodeado de amigos de conveniencia o, el lupanar donde habitaba la vividora Celestina, quedaron hábilmente sustanciados con este concepto escenográfico. La homogeneidad de la respuesta actoral para conformar ese mundo de personajes creíbles, a mi juicio, no quedo realmente resuelto. Las composiciones ofrecidas por Juan Carlos Gardié (como La Celestina, quedo sin convencerme, ya que percibí a un buen actor peleando a lo largo de la función en armar un personaje que se le escurría de las manos, posiblemente por no poder integrar carácter y fuerza orgánica al mismo y estar tratando de estar en situación con el trabajo de la voz que hizo que ese sentido de situación e intenciones no cuajara); Nacarid Escalona (ofreció una Melibea oscilante en cuanto a su tragedia de no querer y después desear ser la amante que desemboca en tragedia); Nacho Huett (como Calixto, enfático y con energía pero a veces muy desbordada lo cual desdibujaba su búsqueda de composición); Emerson Rondón (en el papel de Sempronio, bien centrado, el cual me convenció); Maigualida Escalona (Elicia, justa en saber lo que debía dar sobre escena); Eben Renán (como Parmeno, nada creíble debido a la inconsistencia con que asumió el papel); Raquel Yánez (Areusa, correcta en actitud y accionar), Rafael Ortiz (Centurio) y Kellyns Herrera (Lucrecia) quienes haber estado más arriba en su potencia compositiva si la dirección le hubiese exigido ello. José Simón Escalona pudo haber sido más exigente en cuanto a lo que deseaba obtener de este espectáculo de “La Celestina” para el grupo Theja como grupo artístico. Era un reto sumamente exigente y como clásico el mismo tenía aristas que pesaban más que en la puesta en sí, en lo que el grupo actoral debía sustanciar; sin embargo, -y sin pecar de caer en contradicción- no puedo obviar que fue un espectáculo notable dentro de tantas producciones que apelan a lo comercial por lo comercial y se olvidan que nuestro mejor capital en la actualidad es equilibrar la cartelera teatral con propuestas fundamentales.
El Theja lo hizo y eso se aplaude ya que con aciertos o con fallas, es un trabajo que pocos son capaces de asumir. Dentro del tiempo cultural que vive nuestro país.
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