sábado, 21 de junio de 2008

ALTIBAJOS DE LA PEQUEÑA - GRAN HISTORIA DE LA ESCENA NACIONAL

Con cada nota que uno asume como expresión de opinión, se genera de forma directa en indirecta, un acto de comunicación con un potencial lector. La recepción del contenido supondrá en quien lo lee, informarse de un cierto acontecer, tener a la mano el parecer de quien suscribe el escrito y derivado de ello, aprehender alguna idea de cómo es su estructura de uso del lenguaje, de su sintaxis, estilo escritural, motivaciones subjetivas, y, hasta detectar, su “cosmovisión ideológica”. Es un acto callado pero dinámico. Escribir crónica, ejercer crítica, expresar ideas, asentar conceptos, manifestar posiciones de gusto es solo una parte del abanico del maravilloso acto de sustanciar en negro sobre blanco (en este caso la hoja electrónica -de un programa como Microsof Word-) esa singular comunión entre las ideas personales y el mundo de las ideas de quien, a la postre, leerá el producto de este acto de comunicación. En fin, aun hay una libertad de opinión aunque ella pueda que comporte sesgos, manifieste tendencias, exprese gustos o intente en el mejor de los casos, crear conciencia. Al iniciar esta tercera entrega (que tiene dos posibilidades de ser verificada una vez que concluya ese “acto de opinión” y que se dan a través del blog (www.bitácoracritica.blogspot.com) o bien, de forma más corta o in extenso en el magnífico medio que está comportando la publicación mensual PublicArte que lleva adelante la dramaturga Inés Muñoz Aguirre) crea ese nexo, ese puente, esa canal para que podamos generar el vaso comunicante de una percepción / comprensión / análisis de lo que asumo como “realidad cultural capitalina” y dentro de ella, lo relativo a la manifestación creativo artística que brinda el dilatado universo de grupos e instituciones teatrales tanto del mosaico de la Gran Caracas y, de vez en cuando, de lo que se manifiesta en las regiones. Muchas veces la capacidad de asombro se queda corto por la fuerza de la historia. No la historia grande, de letras mayúsculas. ¡No!, me refiero, a la pequeña historia, esa que nadie escribe, pero que todo el mundo comenta. Esa historia que es alguien le podría colocar el marbete de “cimiento de lo no dicho pero si entendido”. Cuando hago este alcance, no busco hablar de ni de la Gran Historia Mundial, de la Gran Historia latinoamericana o venezolana. Eso es tarea de periodistas avezados, de historiadores y filósofos, de especialistas en la comunicación, y de toda la amplitud de variables profesionales que van desde sociólogos a lingüistas, de filólogos a semiólogos. Cuando hablo de la pequeña historia, me refiero a lo que es casi un efecto cotillón donde unos ciertos hechos moldean, cambian, modifican, pernean y hasta distorsionan lo que luego será la base de esa historia macro, de esa historia oficial, de esa Gran Historia que luego de cierto tiempo, se substanciará en sesudos artículos, libros llenos de cardinales referencias intelectuales y hasta de crónicas desmitificadas del rumor negativo que marca a lo que se entiende debe ser llevado al consumo del lector en este “aquí y ahora” de este acelerado tobogán que es el cierre de la primera década del siglo XXI. Y la pregunta en cuestión para quien lee esta nota: ¿hacia donde se dirige este señor? De forma directa a colocar para entendidos y neófitos que, el teatro venezolano es este mes de Junio, está marcándose por la espuma de esa pequeña historia. Para muchos que entran en sus correos electrónicos o que han leído ciertos impresos de alta circulación nacional (El Mundo, El Universal o El Nacional) el “escándalo” provocado por la suspensión de un montaje (Yo soy Carlos Marx de Genys Pérez) y el toma y daca suscitado entre el crítico Luís Alberto Rosas por su escrito en la página WEB de ALIARTS a raíz de su valoración / catalogación insulinizada del espectáculo El eco de los ciruelos que dirigiese Miguel Issa para la Compañía Nacional de Teatro y la respuesta directa del director / dramaturgo venezolano Ibrahim Guerra, ha sido comidilla de propios y extraños. Son posturas grupales, artísticas e institucionales donde el factor económico y de intereses de una parte y otra parecen haber sido sacados bajo declaraciones destempladas unas, desproporcionadas otras, pero que, desde mi coto marcan parte del decurso de esa Gran Historia que a fin de cuentas todos aspirábamos tener no como chisme secundario sino como un resultado del sano efecto de la circulación / consumo / gestación de opiniones críticas o de crónica que asentasen un capítulo obligado en lo que era el decurso del mes de Julio de presente año. Una suspensión que afectó de forma directa no a sus actores (un grupo, una dramaturga, productores, un director, dos histriones y un ente institucional quien era tercer pilote que permitiría la concreción de la circulación / exposición de este producto escénico en uno de los circuitos culturales más importantes de la capital, léase, el Ateneo de Caracas) sino como un inesperado gancho a la quijada de la expectativa de público, medios y crítica especializada aspiraban encontrar un montaje que ya venía generando ese “efecto domino” en la opinión pública amante del teatro. La otra situación, incomoda porque no es la primera vez que se genera –aunque, ya vista en otra formas y variables- ha sido la secuela de la opiniones / crítica expresada entre el ya mencionado crítico y director teatral del Grupo Delphos y uno de los más reconocidos teatristas nacionales. Una situación que pareciese en opinión de algunos entendidos como si se hubiese activado un cierto ventilador y esparciese lodo grumoso hacia todas partes y, cuyo efecto ha sido innegablemente: salpicar a quien está de un lado u otro. Las micros historias, las pequeñas circunstancias de esa historia en minúscula sabemos se disiparan como el acto de un mal cómico ante un público entendido. La Gran Historia no se detiene a juzgar estos incidentes; no hay espacio para recular sobre las esquinas de ¿Que es verdad o no en estos asuntos?, ¿Quién tiene o no la razón en estas querellas del mundillo artístico nacional? ¿Qué aporta o resta a la base de realidad del mecanismo indetenible del reloj histórico de un grupo, unos artistas, un crítico o lo que pensará / percibirá tanto el lector local, regional y hasta internacional de estas formas particulares de cómo la pequeña historia de la cotidianidad espectacular nacional se insufla desde el “chisme de pasillo a ver si el moneda con verdades a medias o, de valorar quien tiene o no, razones / posturas de opinión que sean las adecuadas para impulsar la maquinaria del gran reloj que marca las secuencias de la Gran Historia del teatro venezolano? En fin, uno ve lo que se escribe, oye a las partes involucradas, participa en el discernimiento de los “otros” sobre estos sucesos que con o sin guasa, con seriedad o con tono superfluo, colocan a final de cuentas sus adornos en la torta de chocolate y fresas que cada quien desea probar. Lamento que estas situaciones ocurran. Siento que de ellas alguien terminara ganando un laurel pírrico que no lo eleva al pedestal del recuerdo pero si que lo marca, con el pasar del tiempo, como los ruidos, el rumor, los trapos sucios que son parte indisoluble del otro teatro del cual nadie paga por taquilla pero casi se comportan como los “montajes mediáticos” de cada temporada en esta, la realidad del teatro nacional. La salud de la cultura debe tener sus remedios para cuando la calentura de una inflamación como estas sacuda el aparato bucal y de habla de los futuros actores que estarán, de seguro, en un tiempo no muy distante. Paso de la hoja. Fin de la nota. Sigamos el tic tac de la escena. Allí está realmente, lo que uno debe ponderar porque ese es la arena real de lo que importa.