martes, 11 de noviembre de 2008

XXVI EDICION DEL FESTIVAL DE TEATRO DE OCCIDENTE: GUANARE, 2008 (III)

TERCERA MIRADA Otra Co-producción (que recibió el espaldarazo institucional por parte de la Cía. Nacional de Teatro a través de su Proyecto “Teatro para todos los venezolanos” que asumimos con entereza para disfrutar en el marco del Festival de Teatro de Occidente, Guanare, 2008, fue la expuesta por la agrupación merideña Dramart que contó con una acertada y psicológica puesta en escena a cargo de la brillante y preparada actriz / directora, Irina Dendiouk a fin de escenificar la pieza de corte expresionista con toques de absurdo del dramaturgo alemán del siglo XIX, “Leonce y Lena” (1836). Pieza particular de este autor germano. Suscrita en la época cuando Büchner estaba en el exilio en la ciudad de Strasbourg. Parece tener influencias shakesperianas y del escritor Alfred de Musset. Una comedia satírica donde el fondo principesco le permite al autor colocar pinceladas de escepticismo, incisivos toques de sarcasmo e ironía al momento político de su tiempo. Pieza que sirve al grupo para trabajar con un elenco mixto donde actores y actrices jóvenes e histriones con más “tablas” se esfuerzan en concretar no solo el tema del amor que podría ser la arista más rápida a extraer de la línea argumental sino muy tentativamente, ser lúdicos-críticos con la construcción de un imaginario que se sintonice con la realidad regional. Unir dos reinos distantes, que el príncipe Leonce, (caracterizado con apego vital pero presentando debilidad de composición de lo orgánico expresivo por parte de Leandro Arvelo) aspire encontrar dentro de su estado de postración emocional y erosionado por una extraña melancolía, ese amor ideal (el de Lena, interpretado con aplomo en la expresión gestual gesto y vitalidad de movimientos sobre la escena por parte de Letibeth Badell) nos hace pensar que a veces no basta con huir, con ser desapegado a los compromisos impuestos sino que muy posiblemente se deba superar la “amarga condición humana” y vencer los desengaños. Una puesta que mantiene aun su medula conectiva con lo que seria la intención del dramaturgo alemán, es decir, esa sátira a ciertas convenciones sean estas sociales, políticas o individuales. Básicamente puedo extraer por los menos dos niveles de lectura: una, circunscrito a esa especie de circo / corte donde está el rey Pedro (actuado con eficacia de todos los factores técnicos que debe tener un actor por parte de Anderson Monge) que persigue buscar un amor de conveniencia política para su joven delfín (y que al final, sabemos que tanto Leonce y Lena, sin conocerse, huyen y terminan por enamorarse, como situación singular de un destino no acordado), sus súbditos (ayudantes de cámara e institutriz, personificados de forma sincera en lo que demanda un trabajo a rigor tanto con el cuerpo, la visual de su deambular en el espacio, el interaccionar con otros personajes, el de servir de puntales para activar ciertas escenas, etcétera y fueron asumidos por la presencia de Salvador Villegas, Jairo Osorio y Irina Masini) que, calladamente tienen que seguir los “desvaríos” reales y ese fantástico personaje representado por Leonidas Urbina (en el papel de Valerio) que se mostro paradigmático frente a lo que se supone el comportamiento de un ser / individuo que no se apega ni consciente ni inconscientemente a las cadenas de la conformidad social y que se introduce con sabiduría a ser el mismo, sin apegos sociales y con irreductible conciencia “crítica”. Acá, el trabajo mas notorio responde a este dúctil actor como lo es Urbina ya que se multiplica en la escena con una potencia que asombra ya que coloca para si, para el personaje y para quien lo ve actuar, todo lo que uno aspira hallar en un actor con sentido real del teatro, !bravo por su composición histriónica! El otro nivel, es el del ensueño, un plano cuasi onírico pero imbuido de absurdidad dentro del cual los personajes de Leonce y Lena escapan hacia otras latitudes (un viaje a Italia) donde se encuentran y enamoran sin saber uno del otro. Este plano fue sustanciado por una potencia de imágenes creadas por la dirección apelando al empleo de una tramoya como factor de lenguaje que estuviese orientado a conjugar el vuelo en “globo” pero que visto desde un plano moderno puede “parodizar” la mecanicidad de trato de una moderna línea aérea; el vuelo de Lena ataviada por su sueño del otro y que gravita por el empleo de arneses, y la presencia de otros elementos que dinamizan una articulación signica que no fue simple adorno, sino complemento para el fin de densificar; he allí que el empleo de la selección musical, el juego de atmósferas producto de una perspicaz planta de iluminación diseñada por David Blanco. En sumatoria, este trabajo teatral expuesto por el Grupo Dramart para el texto de Büchner resultó altamente satisfactorio desde cualquier ángulo que se le mire. ¡Una de las mejores Co-producciones de las ocho que me ha tocado ver en este año!