jueves, 13 de noviembre de 2008

XXVI EDICION DEL FESTIVAL DE TEATRO DE OCCIDENTE: GUANARE, 2008 (V)

“LOS INVASORES” La Co-producción efectuada entre el Teatro Estable de Villa de Cura y la Compañía Nacional de Teatro, “Los Invasores” (1963) –versión y dirección del maestro Orlando Ascanio- para la obra del dramaturgo nacido en Chile, Egon Wolf (1926), resultó bastante ambigua para efectos de la recepción global del público y crítica. Como parte de una trilogía integrada por los textos Flores de papel (1970) y La balsa de la Medusa (1984) esta pieza –en su texto original con acento realista y con marcada crítica social una línea argumental donde el choque ideológico de las clases sociales y la dialéctica entre el valor de la violencia y la responsabilidad del individuo en el seno de un mundo cada vez más desigual se patentice de forma virulenta y sin ambages. Siento que la versión efectuada por Orlando Ascanio tiene aspectos pertinentes al actual momento socioeconómico y político que transita la Venezuela signada por el “proceso revolucionario” pero también exhibe –no sabemos si intencionada o quizás la dejó extralimitar- aspectos que podría calificar de panfletaria en especial no por el discurso dialógico de los personajes sino por el excesivo empleo de imágenes y recursos que pueden ser malinterpretados a la hora de efectuar un proceso de decodificación del producto escénico propuesto. La puesta resulto atractiva dado que se abre desde la bifrontalidad, creando desde un pasillo central y dos ejes laterales de atención para el decurso de las acciones dramáticas, la posibilidad de generar las fuerzas en choque: el mundo desarrapado y miserable (estado socio cultural de los excluidos) frente -y confrontando- a otro mundo que sería el representativo de los ricos (oligarcas, burgueses, sector dominante, clase alta, etcétera) e incluso, hasta de un mundo que ideológicamente (el de derecha) se representa en la familia pudiente (y con marcados visos de decadencia moral y de conciencia). Este mundo es el que enfrenta la invasión tanto en su moral, su actitud de vida y creencias de clase. Del choque, una dialéctica. De la dialéctica, la emergía que debe ser el mensaje al espectador. La culpa de una clase que de una u otra forma ha escamoteado a la otra desde valores como la igualdad a la fraternidad pasando por la validación de los auténticos derechos sociales. Tanto la versión como puesta en escena de Orlando Ascanio me dejó la sensación de un todo inacabado tanto en el discurso como en la resolución del concreto que la escenificación. No es cuestión de asumir o acercarse a una tendencia “neorrealista”, “neovanguardista” o de enfatizar aspectos de estilo expresionista para agudizar la aproximación a los “comportamientos y los conflictos de los individuos” o querer hundir el escalpelo de crítica a problemas socio culturales / económicos de la actualidad; se requiere ir más allá, es decir, que la obra de arte, en este caso el trabajo derivado de la pieza de Wolf, pueda incidir a precisar ese nivel actancial del personaje central que se expone a través de El Chino (sólidamente interpretado por Luís Enrique Torres, que conforma esa imagen del caudillo tercermundista, “carismático, cuyo carácter autoritario y paternal le da esperanza y vida a una masa pobre y ruda”) y su panoplia de ideas frente al discurso antitético que muestra su contraparte – el personaje de Lucas Mayor, caracterizado tibiamente por Jesús Hernández debido a la falta de más organicidad e, incluso de “soberbia” para construir el carácter de ese específico burgués del cual entendemos tiene una muy mala conciencia social. Los otros personajes (la familia compuesta por Pietá Mayor, interpretada de forma externa y sin anclaje de intenciones definidas en lo técnico gestual y vocal por Paula Montes, así como del hijo, Bobby Mayor, asumido mejor gradiente histriónica en las intenciones y dominio corpoexpresiva fue dado por el joven Juan Luís Delgado. La sumatoria de presencia del grupo familiar “burgués” en su conjunto no fue coherente, afectando su proyección ideológica y de clase en esa confrontación entre dos fuerzas socioculturales tan marcadamente disímiles. El juego del Coro, en cambio fue más eficiente para construir / proyectar imágenes de hondo impacto. Y, a pesar de ello, la mano del director la tiende a debilitar por un empleo redundante en sus entradas y salidas que casi eran de forma mecánica solo para justificar tal o cual escena. El ritmo de la pieza en términos generales lo percibí fluido pero en algunos momentos oscilaba justamente cuando se producían las entradas de la familia burguesa y en los momentos de acoplamiento grupal del coro; estos aspectos generaban microbaches en la unión total del espectáculo. La iluminación de Simón Pérez Itriago logra generar marcas zonales y una plasticidad de atmosfera muy sugerente. El diseño de vestuario del propio director fue cónsono a lo signico de la pieza. El maquillaje producto del trabajo de Luís Enrique Torres acentuó las marcas expresionistas dentro de ese trabajo de corte neorrealista. “Los invasores” fue un trabajo donde intervino mucha gente joven junto a actores y actrices con cierta edad y experiencia en tablas. En conjunto generan un sentido que debe aplaudirse pero que al mismo tiempo debe contar –si es posible- de una decantación técnica personaje a personaje y un filtrado de la eficacia de ritmo y densificación significante por parte del maestro Ascanio. De hacerse y optimizar el producto escénico visto, creo que atreverme a manifestar es una producción que merece seguir girando para disfrute de muchos venezolanos.