viernes, 5 de diciembre de 2008

LA NONA DEL GRUPO TEATRAL REPICO

Si bien ya culminó la larga temporada (por cierto, exitosa) que estuvo presentando el Grupo Teatral Repico dentro del Espacio Plural del Trasnocho Cultural del Paseo Las Mercedes con una de la piezas capitales de la escritura dramática del argentino, Roberto Cossa (1934), “La Nona”, solo me resta elaborar post presentación a tan excelente trabajo que pude tener la suerte de constatar en su cálida como enérgica función de cierre el pasado domingo 30 del mes noviembre por este colectivo caraqueño. Un espectáculo lleno de sabroso desempeño actoral, eficaz en la esencia sustantiva de aprehender que decir / mostrar en la escena y que supo tener el cuidado de no sobredimensionar el tono de farsa / absurdidad que este texto hiper trabajado en lo vasto del continente por disímiles grupos y compañías. Repico cumplió con creces ante el reto y supo edificar su sello de perseverancia con el cual se ha caracterizado desde que irrumpió sobre las tablas nacionales hacia el año de 1995, cuando Consuelo Trum aceptó el reto de asumir los retos implícitos tras el rol de directora y corazón institucional para que este grupo fuese sumando con el pasar del tiempo, una definida trayectoria que hacia mediados del año 2009 cumplirá su trigésimo año de vida creativa. Lo cierto es que la agrupación Repico ha demostrado con creces que una serie de factores le han hecho franquear la credibilidad del público, la atención de medios de comunicación y crítica especializada debido a que ha sido inocultable el tesón en buscar derroteros artísticos propios signados por el acento profesional, por tener una visión de repertorio donde piezas de autores contemporáneos del s. XX –formulados como versiones, adaptaciones y puesta literales de dramaturgos de la talla como D. Alighieri, A. Chejov, A. Strindberg, F. Durrenmatt o Anouilh sino que ha sabido conjugar en su esfuerzo de puesta en escena / producción con solvente eficacia, textos mucho más fáciles de reconocer por el espectador habitúe como D. Fó, T. Williams e, incluso, darle un sólida espaldarazo a la autores nacionales como sería el caso del inmortal novelista y dramaturgo como Rómulo Gallegos o, mucho más jóvenes como sería el caso de Rolando Chirinos o José Antonio Barrios. Un trabajo de creación / dirección compartido en los primeros años con la actriz María Grazía Gamarra o, con novel promesas de la dirección, caso de Lenny Márquez o, Yohjan Zambrano. Ha sido años de trabajo ininterrumpido, buscando colocar una distinción entre forma y contenido pero sin banalizar ninguna porque la búsqueda de Trum ha estado centrada en proponer cosas, en sintetizar ideas y percibiendo que desde y sobre las tablas debe regir ejes de una investigación para afinar un sentido comunicacional a la correlación de significados en ese vaso comunicante entre la dramaturgia elegida, los procesos de adaptación, versionamiento o puesta de cada pieza que le ha implicado gestar desde la minuciosidad de un proceso meticuloso, cada proceso para saber de-codificar / re-codificar equilibradamente la delgada línea de no transgredir, desfigurar o desvirtuar lo que se debe condensar tras la labor de conjunto. Un colectivo como Repico, una mujer con los “ovarios bien puestos” y un grupo que ha sabido orbitar con fidelidad en su percepción de que desde la escena puede existir una alternativa seria y creíble habla muy bien de un ente donde hombres y mujeres del teatro nacional, esa generación de relevo ha estado allí, haciendo lo suyo. Y es que lo que siempre hemos visto ha sido la cara de sus histriones y/o las búsquedas conceptuales ofrecidas por sus diseñadores, pero no quienes hemos tenido alguna clase de seguimiento a esta dupla Trum / Repico no consta que a la hora de la chiquita (me refiero cuando los recursos son escasos, el favor de ciertos ámbitos teatrales no le ha sido propensa o que la respuesta de un sector de la “crónica / crítica” la ha omitido en sus comentarios, lo que le ha redituado su esfuerzo y tenacidad ha sido el público quien a la postre, es a quien todo creador, grupo y artista se debe. Al asumir un texto de la densidad de La Nona (1977) Consuelo Trum se anotó en términos coloquiales: “¡un gol de campo!”; quiero decir con ello, que bajo la óptica ¿qué producir como teatro?, ¿para qué escenificar esta pieza dentro del particular momento que vive el país?, ¿se valida esta propuesta como teatro de arte o teatro comercial?, propondría –a quien escribe- cierto ejercicio de pensamiento que excedería lo que va más allá de lo tentativo medular de esta entrega –efectuada a dos tiempos- pero que, de entrada, incitó a deducir que fue sabia la percepción / perspectiva de presumir para la terna Trum / Seijas si se concretaba una propuesta con elementos magneto para que la relación ecuacional teatro comercial / teatro de ideas hubiese garantizado desde un principio que se tenía que tener incluso no solo el gancho de una optima plantilla actoral, de diseñadores / realizadores con brillo profesional sino que todo el empaque estuviese endosado dentro de un circuito estable, con renombre y que asegurase para quien la fuese a consumir esos parámetros que oscilan entre tranquilidad para estacionar su vehículo, pasar un rato de charla amena previa a ver la propuesta hasta la misma factura del producto artístico. Ese todo a veces esquivo a veces asertivamente asido de sus correspondientes asas genera el efecto deseado: dar satisfacción de placer al público en eso tan esencial para muchos que está en lo obvia de saber que invertir esos factores como dinero y tiempo y obtener a cambio placer, disfrute y la sensación que ha estado un peldaño más arriba del tipo de “producto teatral comercial”. Una situación que en términos del efecto taquilla bruto creo que se pensó con tino, tanto fue así, que supongo que el rédito económico y artístico creo técnicamente se obtuvo: una temporada de la cual se suponía estaba delimitada para tres semanas (Espacio Plural) pero que se convirtió en comentado “éxito comercial” –que, si mal no recuerdo, sumó cerca de tres meses con aforos agotados y que podría aun estar en marquesina debido a que el actor principal tenía compromisos previos-; La Nona fue uno de esos notorias referencias que detentó la dinámica teatral capitalina del segundo semestre del 2008 que aunó gustos disímiles sean estos de gente joven como adulta. Producción que “supo sacarle el jugo a la toronja” en ese difícil aspecto de vender boletería, llenar su aforo y ostenta bajo nivel de pases de cortesía; incluso, a sabiendas que el costo de acceso era en promedio, algo superior restante de otras producciones ofertadas como teatro comercial en otros circuitos teatrales de la Gran Caracas. Como ya se ha explicitado en sesudos trabajos e investigaciones sobre la relevancia de La nona desde su estreno a finales del último tercio del s. XX en Argentina que no solo diseccionan su trama sino además su aguda incidencia en momentos socio políticos del cono sur cuando los milicos asumían el poder bajo regímenes de facto, su representación dentro del actual contexto ideológico político y social venezolano pudo tener lecturas que bien podrían ser altisonantes, justas y/o que rozan alguna incidencia premonitiva. Lo cierto es que La Nona (sea la que produjo y exhibió la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa a mediados de año en la ciudad de Guanare como esta del Grupo Répico) un escurrieron el bulto bajo la cama y las lecturas / reflexiones crítica que obtenga el receptor de cada una de estas producciones tuvo que haber tenido alguna clase de hilo conductor con el fino pero punzante espíritu con que Cossa hilo este texto cuando existió en el ámbito boanarense del periodo 1976 -1979, el colectivo, Grupo de Trabajo integrado por autores como Carlos Gorostiza, Carlos Somigliana, Héctor Gómez, Leandro Ragucci y el mismo Cossa. Tanto la producción de Cossa como de los dramaturgos mencionados parecieron suscribir textos que, en opinión de la articulista Clara Mengolini, quien cita el certero análisis del investigador Luís Ordaz nos refiere que “(…) después de 1976 abundan las claves y sutilezas más o menos transparentes y se usa un lenguaje críptico, oblicuo, indirecto respecto a la realidad.” También se debe aludir que La Nona se inscribe dentro del estilo “neogrotesco” con relación a lo que fue parte expresiva de la dramaturgia argentina contemporánea. Texto que redondea en su tramado argumental desde la farsa al absurdo y donde es fácil extraer dibujos ideológicos de compromiso. Ello es donde se patentiza el reto de llevar a la escena en tiempo presente esta pieza por parte de cualquier director y/o grupo nacional si no mantiene claro alguna aspiración de ir más allá de lo superficial anecdótico argumental y exponerle al ojo del lector / espectador no la mondadura sublimada de algo frívolo o cómico para ganar la risa y la evasión del momento sino hacer del texto cossiano un angulador que marque de forma directa o tangencialmente una postura ideológica frente a hechos y circunstancias donde conceptos como como la sombra de la “muerte”, la presencia tangible del “fascismo” o del dibujamiento de la “decadencia social de un país” puedan ser parte de los referentes a considerarse. La mirada / lectura del montaje efectuado por Consuelo Trum del texto de Roberto Cosa creo que no totalmente a fondo en ese juego de ser más incisiva para que la obra fuese trampolín / pretexto para punzar el imaginario del receptor. Hay una inflexión más sobre la “decadencia del país” que insinuar otro eje ideológico; y no es que ello invalide su percepción ni su logro artístico con el staff artístico que se plantó semana tras semana sino que pudo haber entrado más a fondo en la cancha, marcar con más irónico que transgreda “la burla y la tragedia” de esa feroz abuelita que devora desde lo material a lo espiritual llevando desquiciadamente al caótico precipicio de la destrucción de toda una familia. La puesta en escena, dividida de forma bi-frontal con ejes laterales donde se demarcan a la derecha el hueco donde habita esa desalmada nonagenaria y el extremo izquierdo donde la salida de casa es frontera para huir de la vorágine opresiva que se sitúa en esa gran mesa donde la familia se ve lentamente desangrada en su perfil de individuos que tratan de medrar entre la sobrevivencia y el declive de sus ideales quedó justa porque la dinámica de la planta de movimientos permitió que la fluir de cada escena sin choque y con pensada tendencia a focalizar las escenas claves del texto. El diseño escenográfico planteado por Oscar Salomón fue asertivo para darle los ejes de soporte a la puesta de Consuelo y sintetizar sin adornos, lo esencial para el desempeño actoral. La iluminación (diseño de Oscar Salomón) así como el concepto de vestuario aunaron a generar tanto una atmósfera ominosa que acentuaba el efecto erosivo del drama. El tratamiento del vestuario diseñado por Lina Olmos ayudó a proyectar al público un particular acento "social" de esos personajes. Todos estos factores fueron sumados por Consuelo Trum a fin de tratarlos con una asentada perspectiva. El aglutinante final fue generado por la incasable labor de producción efectuada por Marisela “Coco” Seijas para afinar un espectáculo integrado desde cualquier ángulo y proyección. Con sagaz ritmo que se intensificó de principio a fin, el discurrir histriónico fue, sencillamente, estupendo. Supo captar el humor negro y la sátira del texto con profesionalidad y tino en el manejo de cada recurso técnico para lograr un esfuerzo artístico e individual que, sin duda, fue una delicia. Desde un Héctor Campobello -quien regresa a las tablas luego de un espaciado reces- fue capaz de armar esa doble imagen de una anciana que, en apariencia no rompe ni un plato pero es capaz de devorar a todo y a todos, le creó a la dimensión de imagen del personaje matices, insinuaciones inflexivas, actitudes corpogestuales y una mirada escrutadora que esuvo excepcional. A la palestra de los otros histriones di mi aplauso a Adolfo Nittoli quien encarnó el bueno para nada del nieto Chicho quien en su afán de sostener su vida laxa intenta a como de lugar “prostituir”, “casar” y sugerir el envenenamiento de esa nefasta nonagenaria. El personaje de Chicho (construido de forma contundente por la reciedumbre tragicómica otorgada por la dúctil fuerza interpretativa de William Goite) pasando por la aprehensividad nada ingenua de María -su esposa- elaborada con expresividad y talante por Claudia Nieto quien se lució nuevamente en un papel hecho a su medida. El trabajo de Francis Romero (como la lánguida tía Anyula que todo entrega pero que sucumbe por el descuido de Chicho y la perversión de su sobrino) fue captado medularmente gracias a la inteligente y sólida organicidad de una actriz con sobrado talante sobre la escena. Finalmente, tanto el maestro Orlando Rodríguez (como Don Francisco, forzado pretendiente que, siendo ya anciano vendedor de un quiosco, anhelaba cierto affaire con Marta, -hija de Carmelo y María- que también queda embaucado por las argucias de Chicho) fue plasmado con sobriedad, tino y ese toque particular de un hombre de tablas que no es sapiente en el conocer del teatro latinoamericano sino que demostró la fibra de roble al asumir a su edad, el riesgo de una temporada tan exigente; y, la joven actriz Valeria Castillo quien dio plausible vida escénica a su papel de Marta que tradujo la doble moral de hija buena / prostituta que, de alguna u otra manera, aportará con el sudor de su cuerpo a la desfalleciente economía familiar aunque cada unos de sus integrantes (madre, padre y tíos, en apariencia, hacen vista gorda de sus actividades nocturnas). Un conjunto actoral rico en su potencia, actitud y desenfado que hizo que lo grotesco de esta comedia de Roberto Cosa fuese uno de los mejores espectáculos exhibidos en el circuito del Espacio Plural.