martes, 15 de septiembre de 2009

UN BUSTO AL CUERPO

Estamos en los umbrales de la segunda década del siglo XXI. La aventura postmodernista de configurar desde múltiples ópticas, una serie de discursos que tratan de desenmarañar el mitos / verdades, afirmaciones/afectividades que atrapan la existencia del individuo en su enfrentamiento con la realidad y con las fuerzas imponderables del convivio social con factores inter y transubjetivos, hacen que la gestación de una miríada de textos dramatúrgicos emerjan por doquier tratando de dar cuenta, de aprender o, sencillamente, dilucidar con profundidad o, de forma somera, múltiples efectos que alienan los cambios de conducta del ser contemporáneo ante el bombardeo de modas, gustos, y factores condicionantes del estilo que se debe o no seguir. Algunos autores –como es el ibérico, Ernesto Caballero- se apoya en una arista de interés: la naturaleza de la realización personal tras la mimetización exterior de la mujer producto de las apariencias estéticas que rigen la estilización del cuerpo. Una pieza como Un busto al cuerpo es una de estos textos que pueden con sorna y ácido humor, desmontar esos extraños “intríngulis” del comportamiento femenino ante los cánones de belleza que son esencia de un modo de vida trastocado por lo mediático y las modas globalizantes. La mujer que se debe sentir objeto de ser admirado en sus formas es, quizás, una mezcla bizarra donde son medusas intelectuales en sus conductas externas pero revestidas de armazones cuasi frankisterianas en su interior. La cosmética variopinta, las cirugías estéticas con nombres infranqueables que rinde parte de su culto a las prótesis mamarias en el altar de modas que fenecen según ciclos de belleza que enmascara el rito de ser bella para las féminas del hoy. Un asunto que expone con irónica crudeza y desparpajo dialogal lo que es en apariencia, parte de los estigmas que marca la naturaleza de las mujeres contemporáneas por ser más exuberantes. Es así que, con la versión de Lorena Romero, este texto de Caballero se mostró al público caraqueño por el sencillo trabajo efectuado por el colectivo maracayero, Cuatro Fuegos Producciones quienes contando con el metódico trabajo de puesta en escena efectuado por Hans Velázquez, se pudo constatar por unas dos semanas de septiembre en el acogedor espacio que proporcionó el Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas que dirige, Carmen Jiménez. Un espectáculo sostenido es base a la destreza técnica y artística de tres actrices (Laila Colmenares, Lorena Romero y Ygmir Ortega) quienes asumieron la construcción de sus respectivos papeles con tino, intuición y una maleabilidad de matices, sentidos y sugerencias que, ciertamente, ayudaron a que la labor de Velázquez tomase el ritmo necesario para servir de elemento significante del asunto y desarrollo de la trama que acentúa esa “satisfacciones personales” ansiosas por una apariencia frágil peor vital para su sobrevivencia ante las heterodoxas reglas que impone la afirmación de lo bello y/o aceptable socialmente. Un trabajo que pudo ser más sintético en su compactación en las transiciones a fin que ni se diesen vacíos entre escenas y que, con mayor agudeza tratar de articular una atmósfera lumínica que fuese cemento unificador de las variaciones corpo gestuales de la plantilla histriónica. En todo caso, un grupo con ganas de decir cosas, de no solaparse en emitir los archiconocidos textos que todo novel grupo apela y por ser sinceros en su capacidad de sugerir al espectador, que el tiempo que se vive es mimético, artificial y susceptible de insuflarse de verdaderas mentiras para exaltar egos, vanidades y apariencias.