domingo, 4 de abril de 2010

NOTAS REZAGADAS (IV)

SEGISMUNDO SOMOS TODOS Teatro del Laberinto no es un grupo convencional en su forma y tratar el quehacer escénico. Desde que he asumido el seguimiento del hacer teatral en Caracas, les he visto (más o menos desde mediados de 1991)arrogarse una postura marcada por lo ecléctico en cuanto a ¿Qué y cómo abordar asuntos que sean del interés del espectador y la sociedad? ¿Cómo facturar esos tema / ideas en un concepto que caer en truculencias escenográficas o despliegues histriónicos desmedidos substancien para sus miembros el tácito elemento de poder sorprender, exponer una visual e incluso, afirmar una oblicua ideología en praxis sobre las responsabilidades al director / actor, del director / productos o, simplemente que sus miembros hagan crisol de una idea a fin de irradiar un trabajo con premisas claras?. Pues bien, a estas dos interrogantes, el Teatro del Laberinto ha ido en su periplo existencial como colectivo tomando y desechando temas, asuntos, situaciones, conceptos, formas hasta llegar –desde mi percepción- a hacer descansar sus indagaciones a que sea el (los actor (es) el quid central del todo. Es un teatro donde el actor recrea su marco inflexivo para que apoyado en un texto, hacer permutar con la técnica del cuerpo (voz, gesto, movimiento, intención subjetiva) hacer sincronía con el pivote máscara, el soporte vestuario, la apoyatura maquillaje que, juntos a elementos no verbales de la escena (iluminación, ambientación, utilería y puntales escenográficos tridimensionales o referenciales) hilar un conjunto significante con el cual dar vida y sentido sustantivo al espectáculo. Ellos (actualmente sus miembros más conspicuos como lo son Arnaldo Mendoza e Ignacio Márquez) o, quienes han estado ad látere pero nunca ausentes (Anabel Llorca, Lorena González) e, incluso, lo que gravitan cercanamente en auxilio a sus proyectos (Alexander Ramos, Costa Palamides entre otros) a sumar y nunca a restar, a tener un poder crítico flexible y dialéctico entre el concepto de forma del producto y la capacidad de respuesta del receptor como hilo nutritivo que les impele a seguir transformándose y permutar en la no conformidad de la convención escénica que desgasta. Desde su última producción Bolívar versus San Martín La Revancha han estado conscientes que la escena es un espacio que demanda, que les obliga a desglosar su experiencia artística, formación teatral individual, perspectivas sobre las teorías en búsqueda de traducir una sintaxis de la forma – fondo que tiene sentido si uno se toma la molestia como público de apartarse de lo externo de la anécdota que materializan sobre la escena y, lo ve como histriones que pareciesen forzar a que sus personajes expusiesen las crisis de su propia edificación. Tal acto es, sin duda un aporte subyacente en su quehacer, en su oficio y en derrotero como actores y como grupo. La dramaturgia que aplican (sea esta del propio Márquez, las versiones de obras de autores clásicos, las adaptaciones o ideas libérrimas de tal o cual pieza) es convertida en léxico, signo o convención sugestiva desde la cual se induce al espectador individual o al público en su conjunto a entrar en las situaciones paradigmáticas de la imaginación. Son lúdicos performánticos; son interpretes del subconsciente, son personalidades que se enfrentan al reto de construir, deconstruir y reconstruir para nosotros, lo que para Robert Abicached en su libro La crisis del personaje en el teatro moderno englobaría como: “La huella de lo real” para desde esa práctica maleable, nunca neutra, variadas miradas y ejemplos esclarecedores es o debería ser la labor del actor frente a su oficio. Incluso, coincido con lo sugerido por Artaud en 1935 –citado por el mismo Abirached (1994; 361) al hablar del escrito (El teatro del Serafín de 1935) que: “el actor lleva en sí mismo el principio de este estado superior del ser que no conoce ninguna diferencia entre la materia y la vida, y que tiene el privilegio de poder acceder a él mediante la red de su sangre”. Con lo vital de la renovación, con la capacidad de urdir nuevas formas discursivas, con la conciencia de no saberse ceremoniantes “shamánicos” pero si actores que se comprometen, Arnaldo Mendoza e Ignacio Márquez, lanzan a la aprehensión de recepción de cada espectador, su tensa mirada sobre “su red de sangre”. Ello les impele a tomar, desechar, recibir y retomar desde una técnica vocal para emplearla como instrumento sonoro o, imbricar el juego muscular facial para trasponer la máscara sobre la máscara cuando un texto, una acción, un movimiento lo demande. Una pequeña prueba de esto lo sitúa en su más reciente trabajo teatral Segismundo Somos Todos que contó con algunas funciones en los espacios de la Sala Experimental de Teatro “José Ignacio Cabrujas” de la Fundación Chacao, días antes de iniciarse el periodos de la Semana Mayor (Semana Santa). Recurrieron al versión del clásico calderoniano La vida es sueño (1634) que en palabras de Ángel Valbuena Pratt la pieza se concentra como “una obra filosófica, es decir, tiene una significación universal, porque va dirigida al hombre en general, sea cual fuere su religión que profese y circunstancia en que se halle (…). Un sentido que, haciendo las inflexiones, correlaciones y sentidos de acotarle algo al receptor / espectador, el Teatro del Laberinto asume que debe haber ese aspecto “crítico, confrontador, contestatario y urbano” para sacudirnos del letargo alienante del consumismo, del despojamiento de las ideas dominantes, de subvertir la pasividad y hasta, de provocar la angustia individual cuando la mercancía, el producto, la marca, la moda, las tendencias que en este mundo globalizado e interconectado nos bombardean incesantemente. Una apuesta a sacudir la flacidez acomodaticia del público mediante las nada sutilezas de la imagen – choque, de la música urbana no adscritas al top ten de los grandes músicos universales, que en clave de “Hip Hop” conecte al joven como al adulto en un ritmo que pueda hacer como especie de “distanciamiento” sobre lo que ve y recibe como mensaje, que la forma no sea lo que importa sino el latigazo de la crítica al podrido sistema donde esta sociedad parece estar encallada cuando los cantos de sirenas de los Mac Donald´s, de los plásticos que compran sueños y aniquilan esperanzas, que la injusticia del que más tiene oprime al que menos posibilidades económico-social posee y para deslindarse desde el objeto arte / espectáculo la mirada al zoológico ñoñoso en que la sociedad apacigua su tranquilidad consumista. Segismundo Somos Todos es un lúdico divertimento con envestidura de performance. Roza lo transdisciplinario para hurgar lo manido. Se sintetiza en un corpus dialógico para quebrar entendidos que aspiran o desean que el clásico debe ser para esto y no para aquello. Los puritas y enlutados del teatro clásico convencional podrán rasgarse sus vestiduras pero he allí que ser un iconoclasta underground no es asunto fácil sino un reto espinoso. Es subir la cuesta de la incredulidad para demostrar que el oxígeno del tema calderoniano tiene filones para el que los sepa separar del cuarzo y la grava. Hay que acotar que sin ser unos alquimistas del texto clásico, por lo menos colocan azufre, pez y mercurio al texto de Pedro Calderón de la Barca a fin que cada quien en su subconsciente, transmute el plomo “filosófico” en oro espiritual que con sus ropajes de teatro no convencional, sea capaz de decirle o tocar lo que Duvignaud expresa como las “sombras colectivas”. Un espectáculo hecho con fibra de gusto desde la percepción que tanto los actores se entregaron con desenfado y ánimo a resolver sus escenas; a captar las líneas textuales y hacerlas saltar con la energía de un ritmo urbano nada sencillo de aprehender pero que está ahí en el entramado de nuestra cultura occidental actual o se toma o se desecha. Un tratamiento espacial abierto, multifocal, senso dinámico y explosivo se apoyaron como arcilla moldeada para edificar este constructor teatral con el apoyo de nombres / grupo de: Jeissy Trompiz (Edición y efectos), Frank Rojas (Edición y Mezcla de Sonido), Gráfica Multimedia de Alexander Ramos Jeissy Trompiz, la música original y pistas sonoras de Big Bad Nueva Cúa Bloques Records y del calladito estudiante de la UNEARTE Daniel García quien desde la trinchera de lo técnico, puso su grano de arena al total de este agradable, reflexivo, compacto y actual montaje de La Vida es Sueño.