viernes, 2 de abril de 2010

REFLEXIONES PARA UN PAÍS TEATRAL

Ejercer la visual de seguir como espectador y crítico teatral implica el supuesto de que toda recepción de un espectáculo debe generar una opinión. Un sobreentendido que más de las veces no se puede efectuar por razones diversas. La salvedad no es excusa ya que el oficiante –léase el grupo, el / los actores, el / los diseñadores y técnicos) esperan contar con una retroalimentación que les permita situar su acto creador en un contexto histórico o recibir, por lo mínimo, una crónica de lo que resultó su esfuerzo sobre las tablas en un tiempo / lugar preciso. En mi caso, si bien trato de asistir a cuanto a espectáculos, montajes, propuestas, escenificaciones, estrenos, reposiciones como temporadas es arduo ya que la oferta en copiosa y los ámbitos donde se despliegan, bastante retirados uno del otro. Incluso, el factor horario, lo corto de los lapsos de exhibición, el circuito donde se exhiben y sumado a elementos como la reinante inseguridad que sufre la sociedad nacional, la facilidad de accesar a un trasporte para los circuitos teatrales, la carga académica que a veces termina restando energía, ciertas programaciones que están en días / horarios nada fáciles de asumir, etcétera, atentan de modo mayor o menor a que, el seguimiento se haga celoso y comprometido. Lo que importa –y este es mi caso- es tratar de ir a los eventos que, de alguna u otra forma dan forma a la dinámica escénica venezolana aunque decir nacional sería una insensatez porque Caracas no es Venezuela y nuestra ciudad tampoco es fácil de abarcar de polo a polo. Ya el comentario de un ex crítico teatral (ahora refugiado en la alta academia efectuando la requerida investigación sobre tópicos y temas teatrales) que afirmaba que el teatro venezolano dejó de decir cosas desde mediados de los años ochenta parecía no solo lapidaria sino miope. Hay un teatro variado, hay formas y maneras de ser asumido, hay riesgos y convencionalismos, hay contracción y expansión de su hacer, hay público que apoya a unas producciones y público que ignora olímpicamente a otras, hay gente de teatro que hace teatro pero que no ve teatro, hay gente de las altas esferas gubernamentales que “¡¿Hacen políticas para el sector?!, pero que en el fondo son los trabas, alcabalas, policías acostados, cuasi comisarios que censuran a algún grupo, estigmatizan a otros, coartan el hacer de algunos e, ignoran a la gran mayoría con el arma administrativa del subsidio. Hay tensiones políticas que hacen que unos alcen su voz y que otros, se autocensuren. Hay críticos que aplauden / comentan y no ponen un pie a favor o en contra de tal o cual situación; otros que quedan anulados por su inconsistencia teórico – conceptual pero que a veces hacen apologías cuasi palangrista de tal o cual grupo pero tienden a triturar con sus escritos el esfuerzo de algunos. Hay público que le encanta evadir; hay espectadores que les encanta el teatro de texto o de arte; hay público esnobista y publico selecto que no va sino a las mismas salas desoyendo una cartelera que reclama su atención en otros sectores de la urbe. Hay teatro en las regiones del cual apenas sabemos y teatro en las comunidades que subestimamos, hay teatro emergente y teatro consolidado…., en fin, hay teatro. Y no me refiero al mismo crítico que puso un RIP lapidario al quehacer escénico nacional aduciendo que ya no tenía compromiso, bases conceptuales, riesgo, formas expresivas, estéticas y calidad (por solo mencionar algo de subtexto) sino que estaba relegado a una cifra no mayor de 20.000 espectadores dispuestos a retratarse en taquilla. Creo que ha habido desde su retiro, la insurgencia de más grupos y de un público más recpetivo. La calidad es una cosa, la cantidad, otra. Se esgrime que tenemos el teatro que nos merecemos; es posible, pero: ¿Por qué solo mirar lo externo de las cosas? ¿Por qué no tratar de ser menos negativo? ¿Por qué negar o tratar de tapar el sol con un dedo cuando posiblemente se este irradiando no solo propuestas escénicas sino también una dramaturgia que esculca el tiempo social con fuerza? ¡No veré ni menos analizaré el tiempo del teatro Venezolano como si fuese el que está en crisis! Desde que tengo uso de razón y asumí esta profesión (no la del simple crítico, sino la del docente en aula, bachillerato en artes y ahora en los espacios de la UNEARTE) he visto salir con firmeza nuevos colectivos, otros directoras y directores, una resenmatización dramatúrgica con otros intereses temáticos que nada le pueden envidiar a institucionalizados creadores y escritores que revolotean en el sacro santo del parnaso del reconocimiento. Hay propuestas que asumen la experimentación no como uso de conveniencia, moda o lucimiento transitorio sino que perciben los nuevos lenguajes de la escena desde lo estrictamente disciplinario, lo multidisciplinario y hasta dar tanteos en lo transdisciplinario. Falta rigor, mayor preparación, afinación de técnicas, unión de visuales, congregación de esfuerzos, más mística, menos cambalache y menos que nada, regodeos falsos con el oficio haciendo de lo farandulesco moderno un sanedrín intocable y ser al mismo tiempo, profeta del arroz con mango. Hay en el país, nombres y grupos que merecen un respeto, una consideración, un detente y entendamos su hacer particular, ello va desde TKnela a PuertoTeatro, de Xiomara Moreno Producciones a Teatro del Laberinto, de Teatro San Martín de Caracas a Teatro Horus, de Pathmon Producciones al Actoral 80, del Rajatabla al TET, de Los Comediantes de Mérida a la Brecha, de la labor que efectúa Julio Uzcátegui con su grupo Altoequis al grupo Dramo, del grupo Arlequín al Producciones Pequeño Grupo, del grupo Teatro del Artilugio a Afrodiartes, de Altosf a Hebú Teatro, de Comediantes de Mérida a Grupo Garabato Motita, del Pequeño Teatro Los Robles (con la sapiencia del maestro José Salas) al Teatro Coordinación (Yaracuy), de la Compañía Nacional de Teatro a los vestigios que aun se percibe del TNJ de Venezuela, del Teatro Tempo a la Cía, Regional de Teatro de Cojedes (con el poeta / dramaturgo Daniel Suárez Hermoso), del Teatro Estable de Portuguesa (con la infatigable labor de Carlos Arroyo) al Entretelones, del T.U., de la UCV al Teatro del Silencio (Alberto Rowinski) pasando por montajes espectaculares de una empresa independiente como Producciones Palo de Agua y así, pare usted de contar. En otras trincheras están los esfuerzos infatigables actores, directores, dramaturgos, diseñadores y realizadores que, nunca quietos, nunca conformes, jamás vencidos, siempre incidiendo acá u allá hacen que el teatro respire, se oxigene, mute y permute hacia otros linderos. Si agradan o disgusta esa es otra materia discutir. Lo que si es esencial es que no hay que dejar que se les coloque el precinto de ser indiferentes o que están aterido por la sequedad del dinero del Estado. Por solo ejemplificar, podemos hablar de un Costa Palamides en la universidad de las artes como al frente de varios colectivos asumiendo montajes y riesgos teatrales sin que nadie le pueda decir que es un improvisado. Esta Diana Peñalver actriz y directora –y futura licenciada en la UCV- con su grupo La Bacante; Delbis Cardona como actor / director de Escena de Caracas; de Francisco Denis como director / histrión en Río Teatro Caribe al afamado dramaturgo Gustavo Ott en su portaaviones del TSMC generando textos y proyectos que tienen consonancia con lo latinoamericano; de Juan José Martín (Teatro de La Noche / Contrajuego) a la dupla Ignacio Márquez – Arnaldo Mendoza quienes asumen la osadía como arma de avance; de Juan Carlos Souki, pasando por Juan Cordido, Luís Domingo González a Elio Palencia se percibe una mezcla generacional magnética con disímiles perspectivas con y ante el oficio de ser teatristas a tiempo completo y cuyo sino personal / profesional se haya insuflado por una inocultable potencia creadora, una reflexiva visualización del horizonte de campo, con criterios definidos pero no agringolados, con espíritu de hacer más allá de los obstáculos, abiertos a seguir aprehendiendo y reflexionando críticamente desde sus espacios para que nuestro teatro pueda expresar cosas tanto sobre la escena como en la sociografía teatral nacional en lo que se entiende como su dramaturgia. Se debe adicionar la suma en acción inocultable desde un largo trecho temporal -con sus altas y sus bajas pero, con aliento acerado para armar proyectos, generar montajes y dar espacio a nuevas voces- los briosos andares de Dairo Piñeres con su grupo, Séptimo Piso. Están nombres callados pero que colocan su grano de arena al muro de elevación del hacer teatral venezolano como Humberto Ortiz y Francisco Díaz (Guarro Teatro). A los que no creen en “vuelos de brujas” o “quitatetupaponermeyo” como es el caso del colectivo Tumbarancho Teatro (con Karín Valecillos como autora / directora y Jesús Carreño como actor claro y promesa en la lid de la puesta en escena; a Matilde Corrales con su sincrética forma de pensar el oficio del actor y asumiendo lides de puestista osada tras el andamiaje de su colectivo, Gimnasio de Actores. Del grupo Batahola en Guanare al emergente, Teatro La Baraja. Una pléyade de grupos que con brillo propio para buscar su nicho particular, con arrojo ante las dificultades como carencia de apoyo económico a espacio estables donde exhibir sus trabajos a la ausencia de un ojo “crítico” que los avale, pasando por la carencia de recursos técnicos y el andamiaje que sostiene, bien que mal al teatro consolidado y que hacen de tripas corazón y buscan expresar su inquietud en este lar nacional. Están brillantes actores del nuevo teatro que siguen formándose pero que ya tienen su espacio de creación tallado tras el paso de extintas instituciones teatrales como los son Jorge Cogollo y Christian Jiménez o, actores / puestistas como Morris Merentes o Javier De Vita. También hacen su acto de hacer haciendo cuando les es permitido, desde una Consuelo Trum a Paúl Salazar, de Julio Bouley a Elvis Collado. La dramaturgia desde mediados de los años ochenta y con acento profundo en lo que va de los años noventa ha ido colocando más nombres y piezas que, de alguna u otra forma, son trazos que dibujaran la Venezuela dramática de las décadas de este nuevo siglo XXI: Juan Martins (director, productor, crítico teatral y autor); Vicente Lira, Lupe Gerenbeck, Mariozzi Carmona, José Miguel Vivas, Roberto Azuaje, Carmen García Vilar, Vladimir Lenín, Julio César Alfonzo, José Tomás Angola, Javier Moreno, Están desde las denominadas “vacas sagradas” a los “tótems del teatro” venezolano. Un espectro vario pinta compuesto por varias generaciones de hombres y mujeres que, con sabiduría, presencia, acción, técnicas, pensamiento, influencia, escuela, logros y reconocimientos -tanto en el país como en la escena internacional- han sabido ganar el nombre de maestros (as). Son tantos que, las líneas quedarían cortas para enunciarlos pero nadie puede negar sus proyectos de vida y he allí que a riesgo de mencionar a unos y obviar a otros me atrevo a solo indicar los que rápidamente me vienen a la mente Gilberto Pinto (Teatro el Duende), Don Fernando Gómez (un actor leyenda y patrimonio viviente del teatro nacional); Juan Carlos De Petre (Grupo Altosf), Ugo Arneodo, Kiddio España (T.E. de Anzoátegui), Francis Rueda, Gilberto Agüero, Omar Gonzalo, Gonzalo J. Camacho, Nicolás Curiel, Isaac Chocrón, Levy Rossel Daal, Román Chalbaud, José Gabriel Núñez, Eduardo Gil, Eduardo Di Mauro, Carlos Márquez, Humberto Orsini. Ibrahim Guerra, José León, Aníbal Grunn, Carmelo Castro y decenas más. Están los que hacen a contra orilla de lo que en unas salas no pueden expresarse o, porque los tiempos políticos no permiten que haya esa unión en el sentir que todos somos hombres y mujeres del mismo teatro (no en su género, forma o ideología sino en su praxis) como Javier Vidal, Héctor Manrique, Gustavo Rodríguez, José Simón Escalona, Ana Teresa Sosa Llanos, Basilio Álvarez, Moisés Guevara, Iraida Tapias, Orlando Arocha, Jhonny Gavlovski, Melissa Wolff, Luigi Sciamanna, Fermín Reyna o, la dramaturga Gennys Pérez, Alejo Felipe, Héctor Palma, etc. Los que están retratados y firmes en lo ideológico / político con el actual momento gubernamental del “proceso revolucionario” como lo son Néstor Caballero, Rodolfo Santana, Alberto Ravara, Oscar Acosta o, Jericó Rodríguez entre otros más. Nuestro teatro también está fuera del país haciendo y expresando, constituyendo y forjando, haciendo lo suyo aunque a algunos eso les suene a “contrarrevolucionarios”, “apátridas” o “desarraigados” ideológica o socialmente o, porque apostaron a hacer fuera -asumiendo un particular exilio- debido a que acá les era difícil o imposible, tanto en lo que deseaban construir, decir o sencillamente, para poder vivir haciendo lo que les gusta sin saber que hay una espada de Damocles sobre sus opiniones, discursos o estilos de vida. Nombres como la directora / autora, Aminta De Lara, el afamado Moisés Kaufman en Broadway, Marcelo Rodríguez en New York, Franklin Virgüez en Miami, Armando Holzer en México, Abdón Villamizar y David Chacón Pérez en tierras anglosajonas o, el dramaturgo Víctor Vegas también radicado en otras fronteras. El teatro en estos tiempos del 2010 pareciese estar siendo separado no por escuelas, técnicas o improntas de marca de una influencia intergeneracional sino por los vaivenes de lo mediático. Así, convive en cada predio, el llamado teatro comercial (a veces tildado de “ligero” o “cólico”) versus el teatro de arte o texto. Uno, que busca que el público asista a divertirse sin problemas con lo que la taquilla significa, atendiendo más al llamado de los “luminarias” de la farándula (novelas, cuñas, histriones de pasarela, modelos, Mises y Mister de los concursos de ocasión) hasta un cierto tipo de teatro que raya en lo obsesivo compulsivo de querer levantar mausoleos olorosos a naftalina para ser más próceres que los líderes nacionales, sean estos políticos o culturales. Ya la ola de montajes de autores como Rengifo ha pasado su hervor. Aun cala aquí y allá, piezas de “dramaturgos” endiosados por los oros y fastos de los medios que dicen tener discursos donde la anorexia, la bulimia, la soledad, la aceptación de género, los traumas de la edad, los incidencias pasionales de toda pareja clase media, los síntomas de lo inmediato parecen hilar una red de asuntos, tramas y personajes que todos sabemos no siquiera hacen eco del imaginario social y nunca de lo que el teórico francés Jean Duvignaud calificaba como las “sombras colectivas”. Dramaturgia del olor sin esencia, textos para el olvido, piezas para llenar curriculums pero más que nada, mucho florilegio para una escena que demanda más crítica, más reflexión como compromiso de identificación con sus problemas más medulares. La escuelas de formación aun están ahí, ofreciendo métodos, técnicas, modos y éticas aunque cabría preguntarse: ¿Cuáles responderán al llamado de este nuevo tiempo? De la “Juana Sujo” a la “César Rengifo”, de la “Inés Laredo” a la Escuela “Alvaro de Rossón”, de los distintos talleres que pululan en grupos y se ofrecen para “formar” actores, directores a pseudos engranajes para armar dramaturgos sin capacidad de saber que es técnica de estructura dramática a composición de diálogos. Un mercado persa que se oferta para muchos chicos y chicas que anhelan en su afán de hacer tablas o de proyectarse a la TV como posibles ámbitos de desarrollo profesional – personal a lo que está generándose como una alternativa de fuerza en su fase inicial que valoro como estimulante y que de seguro será la compuerta para que unas otras generaciones de jóvenes sean formados, instruidos, edificados no en lo externo sino en lo esencial de lo formal que demanda el oficio del arte escénico. Me refiero a la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE) que ya va cerrando una etapa, y dibujando otra y de la cual esperamos geste los profesionales que el país y lo latinoamericano demanda. La antigua Escuela de Artes de la UCV parece dormir su siesta del justo y no se pone a tono con lo que de ella se espera; la Universidades de Mérida y del Zulia están abocadas a construir espacios formativos académicos pero su resonancia es apocada y algo no les deja estar a tono con la demanda del tiempo actual. El IPC forma educadores con una débil base de sustento y ni siquiera un 5% de su contingente humano / profesional serán creadores sino proyectadores de normas, formas y entendidos sin análisis, comprensión, entendido y relación con la realidad y, sin embargo, parecen estar divorciados de una escena que exige renovación. La investigación anda por su cuenta y no hay líneas rectoras que armen nuestra historia desde los años cincuenta en delante de forma coherente, unificada y con criterios homogéneos. Hay ínsulas con nombres y apellidos que hacen su labor: Carmen Mannarino, Yoyiana Ahumada, Leonardo Azparren Giménez, Alba Lía Barrios, William Anseume, Dunia Galindo y, lateralmente, vemos que, de forma fragmentada y más de las veces esporádica, libros como artículos suscritos por Edilio Peña, Gilberto Pinto, Orlando Rodríguez, Carlos Dimeo o, Juan Carlos De Petre. No hay correlación entre la academia universitaria y lo que debería ser un eje polar para construirnos desde el pasado al presente. No hay proyectos de largo aliento que nos constituya en un continente firme y dejar de ser islotes frágiles y sin memoria. Tenemos que armar y fraguar la seguridad que nos haga decir y sentir: ¡esto somos y esto seremos! Los argentinos tardaron más de veinte años en construir su historia nacional producto del GETEA pero acá, en ente terruño solo vemos el polvo y la paja juntas muchas veces de forma amorfa, muchas veces nebulosas pero siempre sintiendo muy en el esa voz interior que ni siquiera ello sirve para armar un buen bloque de adobe que nos proyecte hacia el ámbito latinoamericano e iberoamericano. Las salas y su acceso a ellas (Celarg, Teatro Trasnocho, TSMC (con su dos espacios), Escena 8, “Luisela Díaz”, UNEARTE (antiguo Ateneo de Caracas), salas “Ríos Reyna” y “José Félix Rivas” del C.C. Teresa Carreño, “Cesar Rengifo” de Petare, Laboratorio Teatral “Ana Julia Rojas”, Espacio “José Ignacio Cabrujas (Fundación Chacao), salas de Conciertos y Aula Magna de la U.C.V., Sala “Nicolás Curiel” (antiguo Iudet / en el edificio Cantaclaro, sede de PC de Venezuela), sala Río Teatro Caribe, espacio “Esther Bustamante de la Escuela “Cesar Rengifo” en la esquina del Cuño, los auditorios del Fermín Toro, Andrés Bello, República de Bolivia, Anfiteatros del Metro en Altamira y Caricuao, la sala Altosf, el Espacio 80 y la antigua sede del Teatro La Comedia, el auditorio del Parque Miranda, el Pequeño Teatro La Vega, El Teatro Nacional y Municipal de Caracas y ahora, el Teatro del Colegio La Francia y Teatrex en el Hatillo otros ámbitos menores como el Ateneo de Baruta o el Hatillo o los espacios que cuentan los distintos clubes de la capital por solo hacer un corte en esta geografía de los cinco municipios de la Gran Caracas, están con múltiples signos de uso que va desde la hipersaturación que imposibilita a uno y garantiza la presencia de grupos “élite” pasando por efectos de olvido / apatía, de desdén a sub empleo programático que, más de las veces no está acorde a su función, etcétera. Se percibe que si todos estuviesen abiertos en su plena capacidad, que hubiese una red articulada donde cada grupo pueda exhibir y ser llevado a otras zonas de la ciudad, que se estableciese una cartelera unificada y una estructuración gerencial que no impida a unos y se abra a todos, que otorgue proporcionalidad y equidad a losc que calificamos de "consolidados" como a los que tildamos de "emergentes". Que haya apertura a todos los proyectos que pueden ir de un café concert a un teatro “digestivo” como exhibir una envidiable como sostenido paraguas de teatros de “arte” y así, no tendríamos que envidiarle nada a metrópolis como Buenos Aires, Bogota o Ciudad de México por solo colocar algún referente extraviado. Los festivales, muestras y encuentros, languidecen porque el Estado no le importa. La fragilidad de los grupos es cada día mayor porque el nudo de lo económico quita la sangre vital a quienes se esfuerzan en crear más en y sobre la escena. Los megaproyectos como las Compañías Regionales y los Teatros Nacionales Juveniles son ya como las sombras del padre de Hamlet. Los espacios estables o salas cada día quedan menos. El público, ¡ah, ese es otro asunto!, lo hay en mucho en algunos circuitos y escasea en otros, pero de que hay, hay. La oferta, insisto no pasa realmente en los medios radiales, impresos, o televisivos como debería ser. Pero de que ¡hay para ver, hay! El teatro universitario, el teatro de calle, el teatro infantil, el teatro obrero, el teatro comunitario, el teatro amateur o está con crisis de "terapia intensiva", en estado de coma o, dando tumbos quejumbrosos (salvo contados y honrosos casos). En todo caso, aqueos y troyanos parecen estar en coincidencia (callada, o voz en cuello que hay una inocultable indiferencia del sector político que se acrecenta y ahonda en la pendiente necrótica del entrar y salir de funcionarios con autoridad cultural y que estilan tal o cual acción para comprimir y no para ampliar, para cambiarlo todo pero lamentablemente, dejando la sensación que todo quedo o igual o peor. La crítica teatral (usted amigo lector se preguntará ¿Existe la crítica en este país?) se adorna de un falso poder y una arrogancia que no aporta ni quita el sueño. Sus oficiantes o arman notas crónicas o se sienten que deben ponerle el cascabel al gato (¿Cuál gato en todo caso?) pero sin compromiso, acción o regulación de un hacer que genere reflexión / cuestionamiento, análisis, estudios, creación de alternativas para reunir voluntades. Es una crítica gris y apestosa (y si ello me salpica, pues lo asumo con claridad) solo se hace presente para edulcorar a unos y obviar a otros… Los premios y reconocimientos para el oficiante teatral venezolano cada día son menos y cada día están dirimidos por un “vente tú” de tal o cual institución municipal o nacional que según el toque de diana de lo político sonará con fuerza para unos y se asordina para otros. Los concursos cada día se asoman a la extinción. El dramaturgo está en un indefensión para ver publicadas sus obras y, ¿Qué se puede decir para el que asume a cuenta propia lo investigativo? Esto son solo líneas a modo de ejercicio reflexivo sobre una visual de este aquí y ahora del teatro nacional. No es verdad absoluta. Hay mucha tinta y poco papel o viceversa para acotar lo bueno y lo deficiente que tiene la piel y los tendones del oficio escénico venezolano. Hay que pensarlo y actuarlo. Hay que involucrarse y no esperar el Día Internacional del Teatro o el 28 de Junio para salir a dar voces, leer manifiestos, esperar que el IAEM o el Ministerio de Cultura un día diga: “¡Se acabaron los subsidios y ¿a ver que hacen?!” ¡NO!, hay que empujar por esto que todos de alguna manera u otra amamos, sentimos y sufrimos. Ya basta de decir: “¡Estamos en crisis!”, porque así ella se instala, se convierte en una metástasis que orada el espíritu y coraje de las generaciones que tomarán el testigo del teatro que esperamos y si sembramos tormentas, pues no esperemos oasis. Carlos Herrera 02.04.2010