jueves, 1 de abril de 2010

NOTAS REZAGADAS (II)

NUESTRAS HORAS LA VIDA DEL MUSEO. EL MUSEO COMO VIDA ALTOSF 2010 Apenas hace un par de semanas (Marzo de 2010) recibí y acepte la cálida invitación del grupo Teatro Altos de Santa Fe (Altosf) para que asistiese como espectador y amigo de la casa, a lo que sería un especial momento de encuentro con un hacer y un percibir de un teatro que, pocas veces siento como algo especial. Y acentuó la palabra especial, porque fui testigo, espectador, comulgante, observador y participante de un sencillo ritual, de un armónioso acto de convicción entre lo que el arte escénico puede transmutar ante los acelerados tiempos que vivimos y lo que algunos espectadores pueden anhelar ver más allá de lo usual, lo manido, lo convencional, lo que, en apariencia, urge por adueñarse como verdad de la escena. Con el montaje de Nuestras Horas La vida del museo. El Museo como vida gestada por Livia Peña y Ernesto Suárez –quienes a su vez fueron artífices el la mística iluminación de la escena en sus papeles de actores y curadores- y con descubridora puesta en escena entre Ana y Juan Carlos de Petre en la Sala del Arte del Hombre en el sector conocido como “Potrero Perdido” de la Colonia Tovar, se abrió a mis ojos y espíritu, una bocanada de aire fresco que me permitió sustanciar lo que Christopher Innes en su libro El teatro sagrado (1981) comentase algunas opiniones emitidas por el poeta Yeats, incidiendo que: “La poesía va dirigida al sentido estético y no a las liberadoras energías irracionales de quienes escuchan. Se emplea un movimiento ritualizado para crear atmósfera…”. Es suma, asistí a una decisión de hermoso “sacrificio” donde se entregaba al espectador un desprendimiento, una exploración, una disposición para abrir canales a otros universos cuya semilla cósmica sería el mito de “volar por dentro”. Pero hablar de Altosf en entrar a una abadía del recuerdo, a un santuario donde no hay deidades vigilantes, ni dioses furiosos, ni paganismo obtuso, menos aún, cofradías herméticas donde las claves y los signos son portados por crípticos sacerdotes; es un universo de creación donde el actor, el espacio, la palabra, los sentidos, los entendidos, lo esencial radica en descubrir porque “exige disponibilidad sin prometer recompensas; demanda una constante capacidad para prestarse a las innumerables sorpresas, a las más insólitas o inesperadas variantes” (De Petre; 2004). Una propuesta (Nuestras Horas) lúcida en su capacidad de dar, honda por su sensible posibilidad de crear nexos invisibles entre lo que ocurre en lo externo y lo que acontece en lo interno de cada quien. Un texto hecho acción donde cada actor / curador proporcionó sutiles trozos de un mundo que grafica que nuestros tiempos, nuestras horas, nuestros minutos son nuestros en la capacidad que tengamos de valorarlos, de dejarnos conmover en su poderosa circunstancia en lo humano y en lo “divino” del acto creado por un autor y dos actores que substanciaron un puente entre ellos y quienes tuvieron (y tendrán) la oportunidad de acompañarlos en ese acto original de nostalgias, impresiones y “exaltaciones” luminosas. Asistir a la casa de Altosf (no en Parque Central) sino en su hogar, su espacio, su ámbito de vivir creando y vivir dando, es conseguir esa gema de autenticidad, de sencillez con la vida y su entorno, de respeto por un arte capaz de transformar / transformándose. Asistir al ritual de la resolución de cada función es ser público que es escogido y a la vez, que selecciona un encuentro con las energías del acto creador sea este escénico, visual, lingüístico, icónico, sígnico o, acústico –plástico. Un museo donde la obra de arte crea vasos comunicantes con la mente y el espíritu de quien hace y quien observa. Y retomo las propias palabras del maestro De Petre (2004;38) revela que “Ver es comprender, comprender es la posibilidad de ver”. En ese museo / teatro donde cada obra de arte genera “atracciones (…) hacía un “saber real que antes no poseíamos” se permutan en conexión abierta con el público, los linderos de silencio que revela; así, la obra / arte actúa de forma catalítica para que nuestros sentidos –lo más ocultos y cercanos al espíritu consciente- se abran sin remilgos, se aperturen como livianas puertas con la materia del actor – curador en su afán de conectarse con sensibilidades y emociones que no deben ser diseccionadas en lo racional sino es lo divino de hallazgo personal. Una puesta plena de sencillez, austera de disonancias o estridencias parafernálicas, situado en la base exacta del generar sentidos propios a quien la lee desde el espacio asignado. Una planta de movimientos acompasada en el sonido de la voz interior, una gestualidad disciplinada, un juego de diálogos con matices, coloraturas y acentos salidos de su propia partitura y que son sonoridades que deben saberse oír a fin que la atmósfera de comunicación de Livia y Ernesto hagan tañir su melódico compás en nuestra recepción. Con tiempo concreto y una sensación de estar en un arco iluminado, la gestación de la micro trama fluyó como agua limpia en una ladera de otoño. Miradas con cadencias, lúdicos movimientos, minuciosas pausas, situaciones tangibles van dando forma a la arcilla de lo que vemos discurrir y el efecto, como cálido licor en una noche festiva, obliga a la reflexión, la comunión y la constricción. Al final, el convivio del intercambio, el ritual de haber presenciado el montaje Nuestras Horas dio paso a algo que si bien no era una ceremonia, dio un sentido a que ellos se presagiase como acto catártico, pocas veces creado para la unión / diálogo entre creadores y público. Altosf con esta nueva propuesta, permite asegurar ante quienes le han seguido como ante quienes los obvian, que su convicción por un arte y un teatro distinto está más vivo que nunca, que desde sus trincheras de fe, entrega, pasión, convicción, lucha, perseverancia y entrega llana se construye esa otra escena que es esencia, creencia y sustancia. Hay que asistir cuando este montaje se permita estar en nuestras ciudades ya que de banalidades envestidas de rutilancias mediáticas, de engaño a través del oropel de las famas instantáneas pero transitorias, de superfluos riesgos que como costas epidérmicas son fáciles de armar ante el dominio de una cartelera que se siente atrapada por su falta de sindéresis de ¿qué decir?, así como de quehacer insuflado por los vientos de la celeridad y nuca alimentado por la introspección, la reflexión y la búsqueda de otras palpitaciones hacen que cada día haya sed de atrevimientos como el que nos ha otorgado este connotado colectivo. Hallar ese buen teatro que diga cosas al alma, a la mente y al sentido de la vida debería ser asumido con dignidad por otros grupos. No es impositivo sino necesario. La cartelera demanda esos limpios oasis de encuentro. ¡Lo esencial no es lo grandilocuente de un acierto sino la experiencia íntima que se provoca desde la escena hacia nuestro yo interior y que a la vez permita que cada quien se sintonice con su verdad!. Un aplauso sincero a ellos.