jueves, 1 de abril de 2010

CRITICAS REZAGADAS (I)

¡TENENEMOS CALLES DEL INFIERNO EN TODAS PARTES! Para un grupo un emergente grupo Teatral como lo representa el colectivo teatral Afrodiarte -liderizado por la excelente actriz y ahora directora, Verónica Arellano- el hecho de empezar a asumir las riendas de un hacer teatral con otra tónica, con otro estilo y en su trasfondo, colocar una velada discusión hacia el interno de los miembros que lo integran sobre ¿Qué decirle al público tras decidir tener un eje distinto a lo que ya cada actor / actriz ha demostrado tras años de promover cierto tipo de producto escénico en eso que se entiende como la dinámica de la escena teatral venezolana de esta década? De igual forma, uno intuye también una posible interrogante en este staff, ¿Cuál debería ser el género escénico a ser moldeado o no para desde allí, tratar de marcar un distingo profesional frente a otros grupos de similar corte en Caracas? Cada posible respuesta, supondría un ejercicio muy singular en ellos cono en quien acude de forma inteligente a ser receptor de sus propuestas. Por un lado, cabría especular si Afordiarte o, en la mentalidad de la Arellano hay un músculo acerado que imponga con flexibilidad pero con decisión clara tanto en lo conceptual como en lo artístico si en su grupo hay una eficiente gana por hacer cancha aparte de lo que otros colectivos asumen como trabajo teatral; o bien, si en esa obligante necesidad de ser un ente artístico independiente que está empezando a palpar si su esfuerzo creador es o no pertinente a lo que representa el horizonte de expectativas que siempre lleva en sus bolsillos el espectador cuando se retrata con el pago del boleto en taquilla e, incluso, quien asisten en calidad de periodistas, cronistas o, “críticos teatrales” cuando se hacen notar en la platea sea en la noche de estreno, cualquier función de temporada o, sencillamente, en la noche final de ese trabajo. Por otro lado, siento que son tantas las respuestas que como dije sería especulativo decir tal o cual pensamiento. Lo que si queda claro – y para ello se hacía necesario escarbar mucho- es que Afrodiarte no es un grupo imberbe, un sencillo “vente tú”, un colectivo “pret a porte” armado con intención de afirmarse en “¡Vamos a estrenar esta pieza y veamos ¿qué ocurre!” No, creo que ellas en lo individual como en la sumatoria de su unión como grupo expusieron que son sin medias tintas un solvente grupo de féminas (actrices, productoras y hasta la insurgencia de la figura de directora) que nos hizo sentir que el talento y las ganas se pueden juntar a fin de potenciar experiencias, conformar una ideología / filosofía del histrión que sabía comprometerse en la búsqueda de un derrotero inusual que sin ser vanguardia, ruptura de paradigma, o cambio del velado centro de poder de unos grupos frente a otros, podrían hacer factible sobre las tablas que la potencia de perspectivas e visuales sobre lo que un segmento del hacer debe articular como compromiso de acción artística es bandera para una naciente gestión colectiva; que si había que irrumpir con un producto teatral que este posibilitase la colocación de un cierto proyecto que no solo aglutinase talentos sino que podrían – y ojala lo consoliden- ser una agrupación que rompa los rieles donde la casi totalidad de otros proyectos grupales parecen estar en fila y que, quiérase o no, pululan en el país. Afrodiarte apostó ciertamente a exhibirse como colectivo que puede / aspira a aperturar tras sus indagaciones y concretos artístico escénico, otro polo de calidad a la hora de poder convocar con sus producciones, la atención de un público que se viene debatiendo entre comedias ligeras enmarcadas en circuitos comerciales ya establecidos o, sintonizarse dentro de un tipo de teatro de “comedia que duele” con aplomo y alcance estético artístico donde lo punzante del drama en apariencia puede percibirse como comedia de evasión pero cuya efectividad es arma para crear conciencia a la vez de ayudar al espectador a no solo que se entretenga sino que en su consumo se lleve una plusvalía reflexiva. Ese mismo público que cada fin de semana opta por ir a los circuitos del este u oeste en pos de una “evasión” o del “teatro de texto” sabrá agradecer que la risa fácil es un arte pero no un don, que la risa se puede manipular pero nunca crear inflexiones de conciencia sobre un tema, en fin, que el entretenimiento no es cosa de “soplar y hacer botellas” o que el arte de la escena, no solo se autosatisface con famas mediáticas, textos de moda, circuitos de promoción que garanticen presuntos éxitos o que, como no hay nada que hacer, hagamos esto a ver que sucede. El grupo Afrodiartes anda en sus pasos de arranque. Es un colectivo que como dije, está visualmente constituido por actrices. A cada una de ellas, las he constatado trabajando con afán, seriedad y compromiso en otros otras agrupaciones, en la televisión o en una que otra cuña; pareciesen que su voluntad de colectivizarse orbita más crear una plataforma para ofrecer alternativas disonantes a lo que ya uno constata en la cartelera teatral local. También hay un efecto interesante: son selectivas en cuanto a lo que se ha de ofrecer como producto teatral. Además, que ese mismo producto deba estar bien aquilatado en lo técnico, lo conceptual, lo estético y lo artístico. Si de mantenerse esta impresión, pues no dudo que Afrodiartes dará mucho que hablar en los próximos años. Lo cierto que la cata de productos del primer trimestre teatral de la capital dejo marca de buen pie con la presencia de Afrodiarte. Ellas se expusieron por espacio de unas tres semanas en los espacios del Teatro San Martín de Caracas para coincidir con el décimo séptimo año de vida de este referente institucional teatral del oeste de la ciudad. Casi lograron un arrollador nivel de éxito -desde cualquier ángulo que se le mire- exceptuando, el pleno a casa llena en el teatro y una anémica publicidad / promoción de su esfuerzo en los medios. No resultaba fácil impactar sobre circuitos del este con su particular oferta; menos, incidir con desplegados publicitarios donde un club de sponsers hubiese escogido este producto escénico y proyectarlo con eficacia en la ansiedad de consumo del espectador. Ellas supieron apelar a esa selectividad: optaron por escoger un texto que, en lo personal inscribo en eso en otras oportunidades he catalogado como “comedias que duelen”, es decir, la escenificación de la pieza del dramaturgo ibérico, Antonio Onetti (Sevilla, 1962), La calle del infierno de cuya trama uno puede reír pero en lo profundo de la vísceras del cerebro y del alma, hay algo que inqueta, perturba o incomoda. Segundo, que la tríada actoral fue sólida desde todo punto de vista (Claudia Nieto, Verónica Torres e Irabé Seguías) cuyo agudeza y talento como actrices se han ido fogueando con trabajos de buen tenor y que, juntas, supieron acoplarse en una unidad histriónica contundente. Tercero, en la capacidad de sistematizar una producción que sin ser ostentosa hubiese sido capaz de resaltar lo que un espectador agradece de inmediato: sencillez en la puesta, desparpajo actoral para construir personajes y situaciones y, fundamentalmente, esa empática sensación que la tríada pareciesen que han estado trabajando por años en uno de los géneros más difíciles de sustanciar sobre las tablas como lo es la comedia. En todo caso, para Afrodiarte haberse topado con la dramaturgia del sevillano Onetti –autor de textos como: Los peligros de la jungla (1985), Malfario (1987), El son que nos tocan (1995) o, Rave party (2004) entre otras, apuntalan que hay un autor joven, perspicaz, agudo y con textos bien construidos donde el humor, la crítica de fondo y la capacidad de radiografiar los intríngulis de la psique individual, son elementos sustantivos como para animar a un grupo como Afrodiarte al terreno del riesgo pero sostenido en un dramaturgo con las “bolas bien puestas” a la hora se manejar asuntos que, de alguna u otra forma son atractivos. Un autor bien representado por grupos de teatro en España y fuera de ella y que ha visto como parte de su producción ha sido trabajadas para el medio del cine. Fue pues, un acierto de uniones para ganar. Un autor que no solo cede sus derechos para que La calle del infierno (2002) pudiese estar en este país, sino que, viniese al estreno y cotejar todas y cada una de las funciones dadas por Afrodiarte quedando altamente satisfecho con los frutos artísticos que supo ver con su ojos. La calle del infierno no calificaré como “sainete” tal y como lo esgrime u colega sino una comedia nada sutil, incisiva y mordaz donde la traición, la oposición entre machismo / feminismo y el empoderamiento de los rictus de la soledad individual que debe hacer alianzas para sobrevivir en un mundo feroz podrían ser aspectos hilados tras una trama medio rocambolesca y situada en el ámbito de un supermercado donde tres mujeres de mediana edad anhelan romper con el estigma de la sobrevivencia, soñando con superar sus crisis existenciales pero que verán que el extraño destino de las cosas, hará que unas estén enfrentándose en alianzas, pactos y deslealtades que creará una densa atmósfera cuasi surrealista. Una pieza que deja un saborcito amargo tras la risa que nos pueda sacar. Una trama y unos personajes que dicen más de lo que está en la superficie. Una historia que si bien no es arrancada de la vida misma, por lo menos uno cree que la ficción a veces no da para tanto como la misma realidad. Lo que en final cuenta es que Onetti, es un hilador de situaciones que golpean muy debajo al consciente del receptor cuando se enfrenta con una pieza de este calibre. Es una comedia nada sutil, nada tirada por los cabellos si se le aplicase el instrumento del absurdo. Lo que si es fácil de reconocer es la capacidad de colocar en cada escena, en cada ciertos parlamentos y muy bien imbricado en la dimensión de sus personajes, esas duras gotas de ácido que corroen nuestra percepción y si reímos, vaya que paradoja, si nos quedamos sin reír, que atasco con lo que puede o debe provocar sorpresa, porque a distinto de otras recepciones –europeas o latinoamericanas- la risa del venezolano a veces por muy espontánea que emerja deja en sus tonos y dejos, que lo corrosivo ha calado y que si es explosiva, pues, hay que prestarle más oído porque esa risa puede ser –aparte de contagiante- significadora que ha el receptor ha sido horadado en su interioridad. Oneatti tiene ese no se que en sus obra que sabe calar si ser directa sus formas y maneras de hábil arquitecto de la palabra y la acción que envuelve a esos personajes; su arte es agudo, sincero y sin cortapisa. Ello se deja colar como el agua en un puño: siempre moja, siempre escurridiza de quien la trata de atrapar. El resultado como espectáculo fue concreto en su eficacia de construir ese universo donde gravitan unos personajes que se pueden aprehender pero que en el fondo también son otros y desde la otredad, se afirmar en la visual de un público que las mira, contrasta, compara, equipara, sopesa o, sencillamente, se deja arrastrar por sus peripecias existenciales. En ahí que lo puntual y efectivo de armar una escenificación alejada de ostentación del soporte tridimensional centrase en pocos elementos de utilería, ambientación, iluminación o efectismos para nuclear la potencia del texto en el desparpajado ánimo de tres sólidas actrices que, con carisma, gancho, entendidos, sutilezas y una gran sensibilidad para no descarriar a sus papeles en figurines risibles, dieron temple, profundidad y carácter a las personalidades que debían proyectar desde y hacía la platea. Hubo por tanto, ese gozo de la retroalimentación actor- espectador y viceversa. De ahí, todo lo demás sobraba. Ese fue el mejor de los aciertos de la dirección y de la plantilla actoral que con poco, lograron atrapar desde la curiosidad por ver que sucedía hasta el más íntimo de los guiños que van al alma y conciencia de quien las veía, como mujeres – personajes, como historia – real / ficticia o bien como una metáfora de una tiempo y sociedad actual que a veces es más cruel que la ficción que uno va a constatar en las tablas. En resumidas cuentas, La calle del infierno se constató como un magnífico texto, una brillante actuación (Nieto, Seguías, Torres) en lo individual como en lo grupal, un trabajo de dirección (la Arellano)correcto y ceñido en sus aspectos formales y la constitución de un espectáculo grato e incisivo que merecía estar más tiempo en cartelera. Si escala de puntuación algo entre el uno y diez, pues en lo personal, le hubiese asignado 8.5; una marca muy interesante y significativa para decir (les / me) algo dentro de la particular clasificación de las “comedias que duelen”. Una escala contundente.