domingo, 7 de marzo de 2010

TEATROPEYO Y UNA VISUAL SOBRE ROBERTO ZUCCO

La violencia como tema para suscribir una reflexión sobre las tablas. La descomposición de los valores del individuo y el tratar de sintonizarlo ante los ecos de tiempos donde el ser en sociedad parece más que nunca estar atados al desvalor, la sobrevivencia, el egoísmo animal, la brutalidad zahiriente donde amor, deseos, sentimientos se aniquilan o solo sirve como excusa para enaltecer un ego desviado o, una alienada como frenética visión sobre como a través del poder irracional su puede torcer una vida o varias. Agujas ponzoñosas sobre la violencia del ayer / hoy que podría ser contemplado como punzante poética los antivalores que esgrime un individuo ante el entorno socio cultural que lo engulle y escupe a la vez. Desde mi óptica, estos podrían ser solo fragmentos de un todo más profundo de lo que un espectador pudiese extraer al confrontar la escenificación de la pieza del dramaturgo francés, Bernard-Marie Koltes (1948- 1989), Roberto Zucco (1990). Una dramaturgia esquiva si el público no sabe sumergirse con seriedad en su trasfondo y de ahí concatenar relaciones bi-direccionales con lo que afecta al hombre, su sociedad y las creencias de lo que es bueno o malo. Koltes no expone a través de Roberto Zucco algo sutil sino duro, crucial y casi con tufillo que no puede crear empatías con la recepción del espectador. Desde la propia trama, el personaje y su entorno funcionan como una moledora de carne y moralidades que expele hacia nuestros sentidos elementos que sacuden, indignan, estremecen o, sencillamente, crean un sentido morboso de ver / percibir siendo vouyerista de algo que es imaginario pero que en su interioridad sabemos reconocer que se inscribe en ese submundo de cientos de megalópolis del primer mundo y con sus variantes en las del tercer mundo. Mundos que colisiona, universos paralelos con sus formas, maneras, reglas y conductas que son ley para aquellos que la viven en carne propia; cientos o miles de seres / Zuccos que fungen como manipuladores y marionetas cuyos hilos son medularmente: violencia urbana, agresividad exacerbada y desesperación como pan de cada día. Roberto Zucco puede verse -si uno lo desea- como la intima, abisal como rabiosa radiografía de un “antihéroe” cuyo sino santo y seña es la saña criminal. Coincido con lo dicho por un crítico local (Moreno Uribe, 2002; 101) cuando expresó que: “No es Roberto Zucco una obra sobre otros criminales que pululan en las grandes urbes. No es una pieza fácil ni pretende ser la reconstrucción de uno de los tantos escabrosos sucesos que habitan en las páginas rojas de los periódicos”. Ahora, en esta segunda década del s. XXI, la puesta en escena que osadamente asumió el Grupo TeatroPeyo (novel colectivo que irrumpe con su particular estilo y formas de asumir los retos de la creación teatral en el marco de la ciudad de Caracas) en la Sala Rajatabla (temporada del mes del 11 al 21 de Febrero y que se repondrá en este mes de Marzo, en una de las salas teatrales de la UNEARTE) de la pieza de Koltes, impactó (lo hará nuevamente) a una generación que razones de edad, no pudieron confrontarla. El reto de William Cuao como puestista fue, no solo aprehender su enreverada trama y sus implicaciones -sobre el subconsciente algo maleado de muchos espectadores que prefieren las papillas de fácil digestión que se ofrecen bajo las etiquetas de “teatro comercial ligero”- sino proponerse armar un proyecto basado en el drama original de Koltes intitulándolo: Zucco: Más allá de los muros. Con osadía dije actores y director emprenden un acercamiento al texto y sus violentas filigranas en uno de nuestros tradicionales escenarios caraqueños para convocar a que contemplemos si la asumimos desde la antesala con sus claves de creer en lo que se nos dice (el juego mimético de la convención) y nos dejarnos arrastrar desde el preámbulo como individuos que ya dejan de tener nombre y pasan a ser simples números y, dejar fuera nuestra identidad, pasando inmediatamente reos en un universo cerrado, lúgubre y ominoso. Un recinto que ordena sus reglas y donde Zucco, un grupo de esbirros envestidos de poder (¿autoritario / judicial?) y una variedad variopinta de personajes que pululan en ese corrompido hoyo de violencia marginal se transmutan en actantes que ordenan las coordenadas de una fábula que obliga a que la contemplemos como espectadores y personajes cuyo fin es contemplar la lúdica esencia de muerte, criminalidad y descomposición que suda esta propuesta. Para un público que no desee aceptar estos condicionantes y menos aún, ser copartícipes de lo que allí se expone, esta escenificación les hartará e incluso, les molestará profundamente. Quizás ese sea uno de los aspectos que aspira producir la visual de Kuao y sus actores, ¡provocar! No es fácil encontrar una salida para la risa, más bien, el estupor, la nausea y la irritación le acompañen a lo largo de una hora y media pero ¡en fin!, esa una propuesta y desde esto se debe valorar ya que es este tiempo, en esta situación de país con sus sobresaturados índices de violencia diaria, lo económico, lo político y otros aspectos que inciden sobre el consciente e inconsciente diario, es algo inusual que se está preparado para sentarse en una butaca para recibir un contenido que algunas veces parece estar ya siempre en las sinapsis de cada quien. La resolución vista en la sala Rajatabla fue bifrontal, por un lado, para segmentar la separación por género del público una vez que al ingresar dejan de ser espectadores y pasan a ser reos. Otra, para que desde dos planos haya una dialéctica con la trama. Si bien ello es efectivo para uno u otro caso, la percepción de quien suscribe es que se crea un efecto disolvente en la capacidad de aprehender el universo de las imágenes, las sutilezas de la composición de cada histrión y la sintonía entre lo que debe ser polar a mirar, es decir, lo que sucede. Muchas veces para evitar el magnetismo de lo que seduce sobre la escena, rompe a mirar al otro segmento de espectadores. Sus rostros, dibujan lo que la pieza les indica sea bien repulsión, morbosa atención, curiosidad o, extrañeza. En fin, se gana y se pierde en esta clase de disposición espacial. La atmósfera siempre cerrada por lo lumínico (diseñado por Pablo Andrade / José J. Araujo) que establece una sintonía de gradaciones de sombras, reflejos, acentos puntuales en áreas de acción y coloraturas que ayudan a armar la composición cromática del vestuario (Willian Cuao) como del ámbito escénico donde la plantilla actoral construye sus papeles. El ritmo interno de la pieza a veces firme, a veces acelerado no fue (en la mirada del estreno) compacta; merecía ser visualizada por lo menos una semana después a fin de que ella se asentase. Intuyo que con el pasar de las funciones ello se asentó. Esta misma apreciación se extiende a la respuesta histriónica que, con fuerza, entrega y seriedad, asumieron sus roles, pero que percibí más de las veces externo y no en ese universo bizarro que cada uno debía mostrar. No era cuestión si era o no malas o buenas actuaciones sino que en esa función todavía se percibía la mano regente del puestista y ello, también lo expreso debería haberse compactado con el avance de la temporada. Son papeles duros y personajes ricos en su dimensión como para que un actor / sagaz y con diente, saque provecho. Ya que la plantilla es joven (integrada por Pablo Andrade / Roberto Zucco; quien tenía agarrado su intención y los ángulos de su caracterización, debía darle más organicidad para que ese eje personaje / maldad / perversión rotase con fluidez tanto en lo físico como en lo interno de sus vísceras y llegase con impacto a la retina / oídos del público; también estuvieron los esfuerzos artísticos de Yuruby Soto, José Joaquín Araujo, Darwin Barroeta, Geraldim Ascanio, Catherine Tadger (quien es una pieza que dará mucho que hablar desde varios ángulos del quehacer teatral no solo como actriz sino como productora y otras exigencias profesionales), Javier Figuera y Rafael Carrillo, todos con entrega como exprese pero que debían ir apuntalando la visual / horizonte de sus papeles. Roberto Zucco: Más allá de los muros, se podrá verse en su segunda temporada. Es un reto que se hace necesario para el espectador, es especial, al que se está formando en las aulas de nuestras universidades. Hay un contenido que más allá de lo que irradia desde el ángulo artístico profesional, existe un tema / asunto que debe mover a la discusión – reflexión en este aquí y ahora de nuestra sociedad mundializada como globalizada donde los valores, la moral, la formas de asumir esto a aquello, parecen disolverse y reconstituirse en una semántica, que a veces puede paralizar, otras, asustar, pero la más de la veces, es constable como ese cáncer que corroe el cuerpo sano de los social. Por el hecho que TeatroPeyo y este rutilante grupo hayan asumido sin cortapisas y con bríos esta pieza de Koltes, ¡mi aplauso, más allá de mi agrado o no por lo que mi ser de espectador desea consumir como parte de una platea!