martes, 16 de febrero de 2010

LA NOCHE DE LA TRIBADAS

Ya en la cartelera teatral de Caracas se puede saber que anualmente, por lo menos una parte de lo que se exhibe como producto del teatro de art6e tiene nombre y apellido. Ello lo expreso de forma tajante porque ante la extrema dificultad económica que están sufriendo los tradicionales grupos cuyo norte es hacer teatro de alta calidad escénica, han ido viendo como hay que postergar para mejores oportunidades el asumir el reto de un producto teatral que implique no solo el riesgo creador sino la apuesta estético conceptual ante la presencia de exigencias de más y más teatro digestivo. Hebu Teatro ha sido un colectivo diáfano desde que irrumpió en las tablas de esta ciudad. En ellos no hay prisa sino acuciosidad en el detalle, no se dejan presionar por los patrones de consumo que en un momento dado exige tal o cual artista o tal o cual género; tampoco son volubles en cuanto a responder a la necesidad de lo inmediato que parece estar en lo subjetivo entre oferta y demanda que marca las ya no sutiles relaciones del tiempo sociopolítico y cultural de esta ciudad, menos aún, se dejan arrastrar por las pulsiones de gusto ligero de un segmento consumidor cultural. Han aplicando con certera una acerada ecuación: que todo producto que ha de exponerse ante mirada de nuestro “monstruo de mil cabezas” que es el público sea articulado con elementos de rigor y calidad en el esfuerzo de sus integrantes, que su trabajo (tanto individual como colectivo) nunca aflore detalles, fisuras, o resquicios que denoten concesiones; es una apuesta donde el flujo de talentos histriónicos y la selección de piezas teatrales van de la mano. Así, lo que hemos visto de ellos en sus propuestas teatrales (recordemos, su notorio espectáculo, “Las reglas de urbanidad en la sociedad moderna” de Jean-Luc Lagarce, dirigida por Orlando Arocha). Ahora, en este Febrero de 2010, Hebu Teatro gratificó poderosamente el más exigente de los gustos con una temporada de su más reciente trabajo teatral, Las noches de las tríbadas de uno de los más connotados escritores y dramaturgos europeos contemporáneos como lo es, Per Olov Enquist (Hjoggböle, Suecia, 1932). Un montaje teatral que sumó la dureza de una trama, la contundencia histriónica del elenco que exprimió el tuétano de lo técnico artístico en un trabajo creativo, exigente y en extremo, afiligranado ya que la compactación del de cada unos de los detalles quedó bajo la marca perspicaz de uno de nuestros mejores directores teatrales, me refiero sin duda alguna, a Costa Palamides. En los predios del Espacio Plural del Trasnocho Cultural en el CC Paseo Las Mercedes, la exquisitez del teatro que expresa algo, quedó solidamente plasmado en un reto artístico y escénico que se expuso sin cortapisas ni falsas modestias. ¡Teatro del bueno! ¡Teatro que se agradece, porque al salir de la sala, se comenta con fruición y uno percibe que se le recordará más allá de su temporalidad! La noche de las tríbadas es una pieza que ha calado en los últimos años en las carteleras europeas desde que fuese escrita alrededor de 1975. Pieza compleja, cuya trama fue urdida con marcados rasgos de conocimiento sobre vida y obra de otro escritor universal como lo fue, el dramaturgo sueco, August Strindberg. Tras el argumento, reposa esa deliciosa atmósfera de teatro en el teatro pero solo como pretexto menor para colocar una especie de marco de exhibición (al ojo – del lector / espectador) la turbulencia de tres vidas atadas por pasiones y enredadas, por celos e inseguridades. Especie de caldera tormentosa donde las deterioradas relaciones maritales de Strindberg con su esposa Siri Von Essen queda descubierta sin tapujos dejándonos la sensación de un escándalo soterrado dentro del cual, elementos como las inseguridades del gran escritor parecían estar marcadas por una lacerarte “misoginia” que parece forzarse hacia una “guerra entre los sexos” focal. Estos y otros aspectos hilados con sagacidad filosófica / psicológica y que apuntalan lo más obvio de del drama. Pero a lo que respecta a este estupendo trabajo teatral de La noche de las tríbadas que supo sintetizar la pulcra mano de Palamides estuvo la capacidad de un elenco que alzó el oloroso laurel del éxito interpretativo. Una Diana Volpe centrada en cada movimiento, justa en lo que debe exhibir como flujo / reflujo del mundo interior de su personaje y, sobre todo, brillante en esa precisa fuerza de darle significación al mundo interior de una esposa que ha sido “vampirizada” pero que sabe levantarse de la opresión para buscar su dignidad de mujer sin perder el tino de lo femenino. Diana Peñalver, orgánica, acertada y irrevocable en dominar orgánicamente esa paleta de sentimientos y sensaciones de su personaje; Ludwig Pineda, como el autor que se ve en el reto de defender su machismo y que muestra un odio acallado por las féminas que le han hecho trastabillar en la vida y que se venga empleando su mejor arma, el teatro como respuesta a sus “deficiencias amatorias” pues se nos mostró suficiente en manejo de tiempos internos como externos, con aguzado olfato para cada escena y la edificación de un personaje creíble. Finalmente, la labor compositiva de Elvis Chaveinte (como el joven actor, Viggo Schiwe) cuyo aparente servilismo solo es pretexto para que sea percibido como ingenuo o tonto de oportunidad, quedó bien delineado por el franco desenvolvimiento de este histrión que, sumó para el elenco, un trabajo nada jactancioso sino equilibrado. La puesta en escena de Las noches de las tríbadas quedó ensamblado estéticamente por los aportes de iluminación creados por Gerónimo Reyes con una asertiva planta de colores, matices, sombras y planos que apoyaron la secuencia de desenvolvimiento de la planta actoral. El vestuario diseñado y realizado por Raquel Ríos no es inmodesto, se apega a la época y ayudó a retratar la constitución de cada personaje. La ambientación escenográfica de Oscar Salomón supo situar cada objeto, mobiliario, accesorios en una armónica síntesis que reflejaba esa unidad espacial que era la idea del teatro Dagmar de Copenhague hacia finales de la octava década del s. XIX. Un trabajo en conjunto bien hilado. Una labor actoral que tradujo cuan esplendido es el arte cuando todo está en su lugar. Y una visión de dirección que exalta a los artistas, diseñadores y técnicos en lo que debe ofrecerse como respuesta de sobriedad, buen gusto y aceitada sapiencia por el teatro que merecemos ver.