Ámbito cibernético para exponer una "mirada" y "opinión" subjetiva - objetiva sobre la dinámica escénica que exprese el teatro venezolano tanto en las regiones o en la capital. Se asentará comentarios, ideas, opiniones,informaciones y problemas del mundo teatral. Espacio para promover, difundir, fomentar, apoyar y estimular el debate sobre el arte escénico.
martes, 24 de mayo de 2011
MIRADAS Y REFLEXIONES (y II)
Espectando sobre parte de los montajes que ha ido ofrecido dentro del lapso Marzo – Mayo 2011, he ido percibiendo, algunas situaciones atractivas: lo experimental, manejo de lenguajes y aproximación a tendencias en cuanto al trabajo de concepción de la puesta en escena. Desde la insinuación de fractura con el espacio a la italiana, de la cuarta pared (clásico), de ingresar códigos y elementos multidisciplinarios (del danza o del circo), de apelar a notaciones del mundo mediático (uso de vídeos con escenas predelineadas, presencia de cierto aparatos electrónicos como Lap top, vídeo bean, elementos láser, etcétera) de jugar a ingresar lo intertextual como podrían ser partes o secuencias de novelas / cuentos, segmentos de titulares de noticias de la prensa diaria u poemas específicos de creadores anónimos o reconocidos) donde cámaras que graba en vivo acciones de actores a secuenciar en pantallas digitales de textos creados in situ dependiendo de lo que la escena misma condiciona, la dinamicidad de las puestas están dando una vuelta en U a lo que asumimos la forma convencional que ha venido signando el quehacer de la producción teatral de este año. No es que se esté inventando o apostando a la innovación por vez primera sino que curiosamente, hay mayor flujo de estos aspectos en las propuestas que me ha tocado cotejar. Eso incrementa, desde la fascinación personal por degustar los metalenguajes hasta la proporción de riesgo que el director junto a su equipo de diseñadores / realizadores enfrenta para re semantizar lo que en apariencia en teatro de marquesina.
Cada ingrediente hace que el acto de expectación sufra modificaciones según cada segmento al cual está siendo dirigido estas lecturas escénicas. Por un lado, puede sacudir la sensorialidad del público habituado a percibir la linealidad de una cierta trama, puede generar sorpresa porque por momentos está desarmado para aprehender y codificar desde su criterio esas lecturas sobre lecturas que se hace sobre un texto que jura o más o menos conoce (Doce cosas imposibles de hacer antes del desayuno del grupo Te Artes basado en textos de Lewis Carroll), que su curiosidad e interés por saber como se hila una secuencias de historias se arma ante su vista y donde lo tecnológico / textual le incita a reacomodarse en la butaca y afinar los sentidos para no solo apreciar sino componer desde fuera hacia dentro lo que un montaje con textos específicos que le pueden sacudir, hacer meditar al tiempo que lo experta o buscar como el artilugio de lo tecnológico se arma ante sus obras (caso, de Contra el progreso / Siete obritas crueles de Esteve Soler por parte del grupo Escena de Caracas en el foso de la sala Anna Julia Rojas de la Unearte con dirección de Juan José Martín). Esta la posibilidad de ver como un texto clásico antiguo se metamorfosea (retextualización) para expresar / comunicar un nuevo significado al receptor (caso de Yocasta del autor León Febres Cordero y dirección de Carlos Sánchez) o, de cómo un clásico contemporáneo puede ser re leído bajo otra lupa (aspecto metateatral) por parte del director a fin de inflexionar las convenciones referenciales que el autor originalmente sitúa para acciones y personajes (Un tranvía llamado deseo de Tennesse Williams bajo la dirección de Orlando Arocha para Hebú Teatro); un caso extraño que fuerza al receptor purista a que se mantenga los cánones de la espacialidad referencial donde ocurre el argumento, los códigos socio culturales como constructor musicales y en especial, la icónica visual de sus personajes deban ser intocados; pero no resulta así, el áureo texto dramático de Williams queda escenificado de manera más abierta tanto que parece herir aspectos intelectuales de un segmento de receptores que asumen o pararse de la butaca y retirarse o para algún crítico calificar lo visto de “vulgar”. Pueda que haya cierto criterio destemplado, donde lo burdo (sin ser irrespetuoso) asigne una extensión de validación hacia lo periférico de una sociedad donde lo subterráneo de las pasiones de género del drama psicológico puede proyectar de un texto emblemático pero lo provocador, la capacidad sugerir la intensificación de un producto construido para que adquiera otra dimensión de significado y no el que siempre se le ha proporcionado cabría observarlo con más detenimiento a fin de verificar si los códigos escénicos apoyan una nueva lectura y que lo esencial de la trama se mantiene.
Bien dice Juan Villegas (2000) en Para la Interpretación del Teatro como construcción visual que “todo lector para poder descifrar un texto dramático con sentido, requiere estar familiarizado con lo sistemas de códigos [que puede ir desde el conocimiento del personaje, la trama al manejo del tiempo]” y que “en el caso del espectador del texto teatral, al mismo tiempo que aumentan las posibilidades de perspectivas, diminuyen las “claves” provenientes del texto en sí. El espectador puede estar muy informado del texto teatral, al haber leído el texto dramático, conocer críticas o interpretaciones del espectáculo [por tanto] la competencia con respecto a la interpretación y valoración de la puesta en escena específica funciona en relación con la competencia cultural general y especifica del espectador”. Este sentido villeguiano permite tanto validar lo que Arocha propone a la recepción del público con la obra de Williams como lo que pudo ser la sensación del espectador con montajes como el dirigido por Jericó Montilla para los textos de Carroll o lo que entendemos que pasa con el trabajo de Juan José Martín para Escena de Caracas con esas obritas crueles y feroces que sacuden la perspectiva de lo que es eso del “progreso” hiladas en el montaje de la obra de Soler.
Un investigador como Jorge Dubatti (Filosofía del Teatro I, 2007) ayudaría con todo este bagaje de significados derivados de cada una de las propuestas escénicas arriba mencionadas ya que para él “La entidad del teatro radica del cuerpo poético, no en su capacidad semiótica expresiva- comunicativa. Puede oponerse al teatro autopoético (de organicidad en el cuerpo poético) un teatro conceptual, que parte de esquemas racionales y teorías extrateatrales para orientar desde ellas los procesos de creación y sentido”. He allí que un texto espectacular amparado con un resolución de códigos no ajustados a lo que el texto debería imponer no es razón para que la expectación sufra una conmoción y haga que el rechazo, la apatía por un extremo se imponga o, a su favor, que lo deslumbre, lo cautive o magnetice estimulando su aplauso al finalizar la función. Tanto montajes como Un tranvía llamado deseo (Williams / Arocha / Hebú Teatro), Doce cosas imposibles de hacer antes del desayuno (Carroll / Montilla / Te Artes), (Yocasta / Cordero / García) o Contra el Progreso (Soler / Martín / Escena de Caracas) incitan una estimulación inusual en la opiácea rutina de nuestra cartelera. Cuatro montajes que hacen que la expresión de Dubatti de “acontecimiento expectatorial” se active en diversos sentido. El receptor / público será a final de cuentas si valida con un sazonado o efusivo aplaudo uno o optará por quedarse impávido o desconcertado ante lo visto. Por lo menos, no fueron expresiones escénicas que anularon la capacidad que cada quien juzgara para sí (o, comentase con otros) lo que cada uno de ellos le proporcionó: goce para solazarse en un lapso de representación dado o postura ideológica que coincidiese o le resultase disonante.
En lo personal, como espectador especializado, la confrontación con éstos cuatro producciones me resultó singular. Una más contundente en lo propio del sentido de reflexionar según los conceptos imbuidos en lo textual y espectacular, caso de Contra el progreso porque no solo la habilidad de visual de puesta de Juan José Martín, su riesgo de trabajar dentro de un espacio no convencional, el manejo de códigos teatrales junto con elementos visuales en justa proporción, la perspicacia de hilar fino a fin que el resultado de la respuesta histriónica estuviese al servicio de tocar el imaginario social de esta ciudad hizo que la pieza tuviese una proporción de impacto. Actuaciones sostenidas (tanto por Betsabé Correa, Nadeschda Makagonow, Delbis Cardona y Rafael Gil) sostenidos por elementos de pintura y máscara (Jesús Barrios), un trabajo con lo espacial a fin de no construir la clásica propuesta escenográfica sino disponer un espacio donde cada visual armase una lectura frente a lo que percibía (Héctor Becerra) y el diseño / realización de vestuario (Nadeschda Makagonow) que sin ser un elemento extrapolado da sentido de unidad a esos seres deshumumanizados o alienados por muchos aspectos (religión, capitalismo, consumismo, etcétera) hacen que el conjunto de la producción tuviese un significado unitario. Hay una magnífica teatralidad, un acento de teatro moderno y post moderno sin pretensiones y sobre todo, una capacidad de generar de forma inmediata que el público se apropie del vínculo crítico que este trabajo conlleva. Un montaje significante y significador en tiempos donde ello escasea.
La lectura de Doce cosas imposibles de hacer antes del desayuno es un trabajo que juega con lo que entendemos como “vanguardia” donde lo físico actoral prevalece. Está sazonada de alta inquietud de expectación de alguien que ya ha oído algún referente (“boca a boca” de otros espectadores) sobre lo que condensa esta producción. Puesta que apela al sentido de armar y codificar un conjunto de valores visuales, estéticos y conceptuales que me permiten afirmar que Te Artes avanzó un paso más en ser un grupo con ansiedad de permanencia en lo creativo y de arriesgar en lo estético – artístico. Un conjunto actoral que se agradece por su vuelo compositivo que pasa desde el trabajo de las tres Alicias (dimensionada en tres cuerpos interpretativos pasando por lo iconográfico de los fantásticos personajes carrollianos) que efectuaron una compactación de conjunto muy deliciosa donde manejo corporal, empleo de voz, matices, perspicacia lúdica con el espacio y la platea, y ese guiño de fruición de los histriones al encarar sus respectivos papeles donde tanto Gabriel Agüero, José Pablo Alvares, Héctor Castro, Abel García, Marcela Lunar, Ángela Meléndez, Orlando Paredes, Sainma Rada, Luís Alfredo Ramírez o, Angélica Robles hacen deleitar (unos más unos menos) a una cautivada audiencia. Montaje acontecimiento que se agradece. Trabajo creativo que se aplaude y esfuerzo nada pueril que dice que la cartelera expresa en otros espacios teatrales de la ciudad que lo artístico es arte.
Con Un tranvía llamado deseo visualizado en el Espacio Plural del Teatro Trasnocho bajo dirección de Orlando Arocha para Hebú Teatro es algo distinto. En lo personal me produjo discrepancias entre lo que veía como texto y confrontaba como resolución de espectáculo. No soy de la secta de los puristas del autor tampoco un liberal que busca tomar a la ligera lo que se expone. Al papel del crítico le resultó forzoso aprehender el tratamiento conceptual – estético y artístico que exhibe este trabajo ya que hay demasiados referentes que impulsan a decir que hay una forma / estilo de representarlo; sin embargo, para el espectador que se sienta en la butaca como sencillo espectador lo que detallo es que está el entendido del juego de conceptos del universo de T. Williams versus la capacidad de poetizar un dejo periférico de lo marginal (no como clase) sino como discurso. La ubicuidad tempo espacial del tratamiento argumental por momentos es disonante. No es fijo el referente que expresa Blanche Dubois en lo que hila en sus diálogos con su Stella o deshilados por Stanley sino que ese mundo sórdido donde cae el personaje central parece no el sub mundo que Williams escoge para su heroína; acá, hay el riesgo de Arocha de situar el contexto de una favela brasileña o un barrio caraqueño o situado en alguna capital de estado. Dos universos que chocan, chirrían se superponen o hasta podrían dialogar. La ambientación musical, el tratamiento espacial, la expresividad de atmósfera lumínica o que se da a través del constructo de cada personaje hace que haya una significación de sentido que el espectador tomará o rechazará. No hay medias tintas. No hay blancos o negros. O se acepta o se aparta. He ahí el dilema que hace que algunos espectadores con caras largas se paren y salgan de la representación o aplaudan sin espíritu al final. Pero también hay un segmento que lo recibe bien y hasta parece estar en un sentido de exultación producto de lo irreverente del trabajo. Arocha logró eso si era su propósito. Hay en él capacidad creativa de provocar y de emplear códigos temporales ex profesó que diesen al contexto socio cultural y dramático de este texto otro nivel referencial. He ahí que rescato ello. Esa apuesta sin crearme un exabrupto mi fascina pero no me emociona. La fuerza de las actuaciones fue correcta más no brutalmente eficiente. Diana Volpe como Blanche a veces en papel a veces más técnica saca con un cierto grado artístico su responsabilidad. Ricardo Nortier (no se ¿Por qué? (o, quizás, si lo se) está siempre como el actor inspirador de Arocha pero acá, no resultó convincente ni en fuerza externa ni en carácter de composición psicológica acciona y maneja el espacio, se conduce y se relaciona con los demás pero es externo. Stella caracterizada por Rossana Hernández está más en el centro del maremoto dramático; hay justeza creíble en lo técnico y cierto brillo en algunas escenas. Match (Djamil Jasir), Doctor (Pablo Andrade) aunque con distintos pesos por la asignación de personajes discurren su trabajo con honestidad pero debería haber más energía interna. Simona Chirinos (Eunice), Steve (Paul Gámez), Javier Figuera (Pablo) con énfasis que hace entender que estaban en la ruta de percibir ese reto de construir sus papeles. Por último, Dallas Aguiar (Negra) da lo suyo pero sin ir más allá, aunque a veces su exterioridad permite que lo arrabalero estuviese en piel; ello aplica al mínimo dado por Jesús Coba.
El vestuario de Raquel Ríos, la iluminación de Darío Perdomo y la creación de lo espacial con cubos / gaveras y uso de colores chillones armaron un sistema de signos que estuvieron al servicio de lo que Arocha persiguió: el juego de dos mundos dado en los personajes de Blanche / Stella – Stanley. Un trabajo que captó el interés del espectador en ese marco de actividades que era el centenario de Tennesse Williams. Cada quien deberá ser el que etiquete lo que constata como proyección de este clásico de la dramaturgia norteamericana del s.XX.