viernes, 11 de enero de 2013

TEATRO QUE INCREPA

Son pocas son las veces que cuando asisto a espectar teatro voy con alguna clase de expectativa que perturbe el acto de ser un sencillo espectador que espera hallar ese acto de placer estético-artístico que una obra de arte debe estar en capacidad de mostrar. Aclaro, hago el ejercicio de ver como un todo no reduccionista lo cual implica que cada propuesta actúa en una imbricada red donde otros montajes y otros colectivos están haciendo su efecto de fondo. Cuando voy a una sala de teatro efectúo ese seguimiento de lo que muchos definen como la dinámica escénica de Caracas; por ende, siempre evito arrastrar prejuicios alguno que perturbe la lectura de una producción determinada y así puedo, al salir de la sala, comprender que estuve frente aún espectáculo más o a un teatro que es capaz de increparme como ser, como ciudadano y como espectador.

Es dentro de esta mezcolanza de estrenos, reposiciones, temporadas y proyectos escénicos de ocasión que uno constata, irrumpe un espectáculo cuya factura impacta desde muchos ángulos; quiero decir con esto que tanto desde la dramaturgia empleada al desempeño histriónico grupal e individual pasando por la conjugación del aparato escénico hasta la capacidad de decir mucho con poco (al estilo de lo plateado por Peter Brook) asoma esa rara ocasión de impactar a una platea ya que desde cualquier ángulo uno haya riesgo escénico como profesionalismo.

¡Ojo!, esto se hizo patente cuando logró verificarlo a través de un grupo que se ostenta el marbete de emergente. Y es acá que este dinámico colectivo como lo representa el Teatro La Baraja dirigido por Luís Alfredo Ramírez exhibe en los actuales momentos en la Sala Rajatabla la pieza del autor suizo alemán Lucas Barfüss (Thun; 1971) una de sus más contundentes piezas dramáticas titulada: Las neurosis sexuales de nuestros padres (2003).

Excepcional este trabajo que, sin asomo de duda, es teatro que increpa. No hablare del contenido de la pieza porque creo que el debe ser el espectador que vaya y enfrente este drama contemporáneo capaz de sobrecoger al público más intelectualmente preparado o neófito.

Lo que su deseo asentar es que Luís Enrique Ramírez se asoma al siglo XXI como director audaz, que sabe sumar su formación académica y aglutinar junto a él a un grupo magnífico de actores y actrices como Citlalli Godoy, Orlando Paredes, Rafael Gil, Adolfo Nitolli, Karla Fermín, Daniela Corredor y una excepcional performance dada por Jenifer Urriola hacen que ese acto de ir al teatro se convierta en un acontecimiento que se agradece.

Limpieza espacial, compactación de atmósfera, planta de movimientos justa, ritmo acorde, escenas bien hiladas y sobre todo, que cada actuación logra estar dentro de ese hermoso acto de creación que sobrecoge por su dúctil capacidad de conformar las dimensiones de esos personajes. Recurro a lo expresado por un crítico foráneo sobre una lectura efectuada a esta misma obra pero en otro grupo y en otro contexto pero que me sirve para extrapolarlo al logro visualizado por el Teatro La Baraja: “Las neurosis sexuales de nuestros padres es una propuesta que no se queda en la forma, sino que se atreve también a jugar un poco con lo escénico, volviendo complejo lo simple, con lo espacial y con lo técnico”.

Creo que la cartelera teatral de este mes de octubre tiene mucho que expresar por la capacidad creativa, por la osadía de un director y por el logro apreciable de un elenco que hace que el acto de ver teatro se aplauda. Teatro La Baraja va muy bien encaminado. ¡Bravo por ellos!