jueves, 5 de septiembre de 2013

UN ARAURE MUY RECIO

Hacia finales del mes agosto (viernes 23) tuve la especial oportunidad de asistir al Centro Cultural “Herman Lejter” en específico, a la sala Alberto Ravara de la ciudad de Guanare (Edo Portuguesa) a fin de confrontar la propuesta escénica titulada Araure, trabajo escénico trabajado y presentado al público local por la comprometida perspectiva artística de Carlos Arroyo para la Compañía Regional de Teatro del Estado Portuguesa.

Este texto parte de la obra original titulada La acción de Araure (1883) pergeñada por el escritor caraqueño de s. XIX, Celestino Martínez Sánchez. Un melodrama patriótico en tres actos escrito en prosa y que, en este tiempo presente, contó con la versión libre efectuada por Aníbal Grunn a fin de proponernos un espectáculo orientado hacia espacios no convencionales (como una cancha o plaza acotada) donde se permita una relación espectáculo/público que genere una inusual recepción al tipo de concreción de puesta donde lo histórico fuese medular e intentase generar otra variación comunicativa con el espectador.

Araure fue sin duda un riguroso trabajo teatral caracterizado por su faceta multidisciplinaria donde intervinieron música llanera en vivo articulado por la presencia del Conjunto Musical Criollo del Instituto de Cultura de Portuguesa, la Compañía NeoDanza de Venezuela cuyo fin era conformar una conjunción músico coreográfica a la codificación histriónica generada por la planta de la CRTP. Un logró escénico que conllevó tiempo, dedicación, esfuerzo y sobre todo, investigación documental para colocarle piso estético, técnico y artística a la audacia de un grupo de artistas que han supieron entender que, se puede mirar con firmeza a cierta dramaturgia nacional que ha detentado el estigma del olvido –por no decir, ignorada- por otros colectivos y directores; es la concreción de un texto que posibilitó el engranaje emocional y estética que supo llegar a todos porque tiene esa irrevocable capacidad de empoderarse de lo nuestro y velar porque esté presente dentro de los intereses creativos de un estado.

La dramaturgia del s. XIX y buena parte del XX debe tener la dignidad de ser re-leída y ser asumida sin ambigüedades pero claro, teniendo esa capacidad de decirle cosas al espectador de este nuevo siglo pero sin pecar de caer en un ultranacionalismo o, por el contrario, algunas obras de otros periodos ya no poseen la suficiente capacidad de ofrecer otras lecturas al espectador de hoy.

Algo singular antes de entrar en materia sobre lo visto tras la escenificación de Araure es el denodado esfuerzo de la Compañía Regional del Estado Portuguesa en el hecho de haber delineado – tras sus últimos montajes como Amalivaca; La Cantata de Rey Miguel; El perseguido y hasta su trabajo en Co- producción con la Compañía Nacional de Teatro y el Grupo Tempo para la concreción de La colección del peregrino (con la cual obtuvieron el Premio de la Crítica 2013), se ha hecho notorio que como unidad de fuerza creadora han sabido mirar hacia dentro, han sopesado el retomar valores propios de la historia nacional y escenificarlas con dignidad, han sido voluntariosos en que sean estos proyectos escénicos u otros, en todos se exponga una calidad viva tras el empleo de los elementos y aspectos que merece un proyecto escénico.

No es cuestión de destacar que la CRTP haya asumido una determinada empresa creativa donde la inversión económica parezca sobredimensionarse, que busque erigirse en el generar discursos espectaculares que otros apenas lo medio conforman o de vanagloriarse por tratar de convertir cada producto escénico en una referencia a seguir. ¡No! Ellos han sido consecuentes como pocos dentro de la geografía teatral del cambio de una centuria a otra; son un colectivo teatral que aun permanece y subsiste del dorado Sistema Nacional de Compañías Regionales creado en una época y que en estos años parece totalmente diluido. Son un núcleo creador empeñado en evitar caer en la grandilocuencia efectista o de dejarse atrapar por los cantos de sirena de lo comercial cuando en este aquí y ahora del 2013 el teatro nacional parece tener los síntomas del gusto por lo evasivo y cada vez más aplanarse en su capacidad de expresar líneas significantes enmarcadas en formas acomodaticias. La CRTP persiste en seguir dando cuerpo y forma a lo que les perfiló en su momento de gestación: ser una empresa cultural que ha estado pendiente de marcar su huella y evitar que los socavones de las crisis económicas o el desinterés del Estado cultural les impacte.

La CRTP hasta la presente fecha no ha cejado en sus empeños, no se ha minimizado por las apatías institucionales y políticas de turno; más bien, en cada una de sus acciones teatrales se ha podido constatar que se la juegan el todo por el todo, que siguen apostando a entrarle con la cara en alto a los riesgos escénicos y de proseguir otorgándole fortaleza conceptual, estética, artístico y técnico a lo que vemos es y será su tramado ideológico creador. Su camino ha dibujado un territorio que grupos en este país ha sabido consolidar pero como sabemos, no es fácil aunque esa palabra es la que ellos no desean que aparezca dentro de su vocabulario sino ¿Cuál sería realmente su propósito?

Dentro de este campo de ideas, el trabajo de investigación para escenificar Araure puso en marcha un grupo de ideas que, ciertamente, no pusieron al filo de la navaja a la CRTP debido a la envergadura del proyecto en cuestión. Desde el obtener un texto nada fácil de adquirir lo cual implicó buscarlo en por dos vías: una, en la sección de documentos raros de la Biblioteca Nacional inserto de una edición impresa publicada en el diario El Repertorio (1845), aunque se supo de la existencia de otro que estaba en la Biblioteca Luís Ángel Arango del Banco de la República de Colombia a partir de una edición de la Imprenta Bolívar de 1883; estaba, incluso, el ampliar datos sobre el autor de quien apenas existe algunas líneas por aquí y por allá. Ya, con esta masa crítica de elementos investigativos se procedió a leerse el texto en su unidad y conformar una propuesta que siguiese las ideas que Arroyo tenía: una escenificación para espacios no convencionales.

Este proceso significó que Grunn interviniese la pieza de Celestino Martínez Sánchez y asumir con rigor el reto de componer una versión libre de máximo de duración de menos de una hora donde la esencia del drama como la imbricación de las ideas de puesta en escena conformase una unidad discursiva que no desvirtuase lo argumental de fondo. El texto obtenido (el cual logré leer) compacta lo fundamental dialógico de los personajes, estructura unidades de acción en secuencias concatenadas donde hay un ritmo interno sostenido y, en especial, que la fábula no se distorsiona manteniendo lo medular del trasfondo temático.

Pero ¿Quién fue Celestino Martínez Sánchez? Lo que se logra obtener de algunos datos suministrados por el propio Arroyo (quien apeló a otras fuentes) fue que Celestino Martínez (1820 – 1855) fue un litógrafo, dibujante, fotógrafo, caricaturista, pintor, escritor y trabajaría junto a su hermano Jerónimo Martínez Sánchez en un medio impreso colombiano. Cursó estudios en París como en los Estados Unidos. Fue docente hacia 1839 en la Escuela de Dibujo y en la Academia Militar de Caracas. Viajaría hacia Colombia alrededor de finales de la cuarta década de s. XIX y ejerció actividades como profesor de dibujo en el Colegio Independencia. Más tarde, le otorgarían el cargo de Cónsul de Venezuela en 1860 pero regresa a la capital un año más tarde. Se le reconoce como uno de los fundadores del periódico colombiano “El Neo Granadino” a través del cual, el arte de la litografía adquiere relevancia en el país hermano. Como pintor se le atribuye la autoría de una pintura del geógrafo Agustín Codazzi así como una pieza El bautizo de Cristo (1847) que se haya en la capilla del Baptisterio de la Catedral de Caracas. Escribió las obras dramáticas: El loco de la ciudad (1857), El hijo del generalísimo (1878) y La acción de Araure (1883).

Araure 2013. Un trabajo escénico inusual aunque no imposible para la realidad artística de un director como Carlos Arroyo quien articuló en su mente, concebir un trabajo para espacios no convencionales, donde la conjunción de una variedad de disciplinas y la perspectiva de romper con la sala tradicional permitiese seguir una obsesiva línea de indagación que implicó no solo un ingente esfuerzo económico sino el idear ¿cómo sumar la potencia creativa de otras disciplinas enredador de un producto significante?, y ¿Cómo permitir que lo histórico pudiese crear un canal de comunicación entre ese ayer y nuestro hoy?

Tomando lo que la investigadora Dunia Galindo nos dice en su excelente análisis “Batallas y sucesos históricos: bitácora de la escritura patria. La acción de Araure” inscrito en el libro teatro, cuerpo y nación En las fronteras de una nueva sensibilidad (2000) indica que “existen hechos, como los históricos, que forman parte de se especio temporal, infinito y eterno en el que se arraigan los hombres en tanto gesto distintivo de ese «acto perpetuo» que dice de la patria y en el cual habita la nación (P.157). La acción de Araure como pieza de Celestino Martínez (y Araure la versión libre de Grunn) logra establecer una cierta “lectura del pasado que viene a dar vida al presente emerge de la negación de lo mismo que exalta como modelo. Esa lectura es siempre producto cultural y como tal guarda la instantánea memoria de un tiempo negado que no es otro sino el tiempo que habita la nación” (ibídem).

La constatación de la puesta en escena de Araure (el día del estreno como simple espectador o en segunda lectura, ubicado en la cabina técnica) me permitió distinguir como la concreción escénica era flexible con el manejo del espacio – debo insistir que fue concebida para ámbito abierto pero por razones climáticas se tuvo que albergar en sala cerrada lo cual cambiaría desde el manejo de la escenotécnia (luces y sonido) como a lo referido a proxemia entre los módulos donde se nuclearon actores, músicos y bailarines y el tipo de relación estática o de movilidad del público –no mayor de 120 persona- en su búsqueda de receptar de forma hilada la trama música, teatral y dancística. Entonces, lo forzado creo otra clase de propuesta, más cerrada, más íntima, más condensada. Ello incidió en que el espectador pudiese seguir los avatares argumentales sin problemas y al mismo tiempo, generar internamente una gestalt con los aspectos del recio contrapunteo en cuyo ritmo, sonoridad, fuerza y brillo de ejecución lograda por el arpista Lisander Túa, del cuatrista Manuel González, del maraquero Raúl Mejías, de Eduardo Hernández en el bajo y la dupla de cantantes integrada por Edgar Graterol y Rubén Canelón quienes conformaron una unidad de significación de contrapunteo que sitúo desde otro ángulo la referencialidad discursiva de un Araure que pudo haber estado separado del global del concepto unitario dado por Arroyo pero que, al integrase, magnificó los matices de lo que en plano opuesto se cotejaba como acción histriónica.

La propuesta espacial segmento en cuatro estancos el montaje: un módulo donde se realizó la escenificación del melodrama fraticida donde los hilos de una intrahistoria marcada por la traición y la revelación de orígenes de algunos de los personajes bajo el arco histórico de la Guerra a Muerte que generaría la Batalla de Araure en la cual el llamado «Batallón sin Nombre» recupera su honor y prestigio para que sean llamados «Los vencedores de Araure». Allí el desarrollo de lo argumental fue lineal salvo por un preludio coreográfico en la zona central del espacio (estando el público adosado en áreas conexas pero que después tomaría dicho lugar para espectar el desarrollo del montaje), la incorporación dos módulos izquierdo y derecho de los integrantes de la Compañía Neo Danza como cuadros vivientes o sombras dinámicas que fungían como los bandos realista y patriota en confrontación. La labor de los jóvenes integrantes de esta compañía generó un complemento atractivo (gracias a la labor de fondo de construir la coreografía por parte de Jhonny Silva) y el desenfado físico de todos. Quizás acá mi mirada pedía una mayor compenetración de este grupo artístico en la dinámica de la puesta ideada por Arroyo debido a que había secuencias donde eran inherentes a lo argumental y otras veces, podía o distraer el foco de atención del público o generar una expectativa que solo quedo asomado como de mayor potencia. Si se revisa bien, la presencia/sumatoria de estos bailarines el trabajo ganará mucha más riqueza significante una vez que el espectáculo se oriente a un lugar como la calle, cancha o plaza.

Finalmente, un gran módulo donde se ubicó el conjunto musical cuya acción artística ganó fuerte empatía con el espectador llanero ante la forma como teatro/música puede crear un alcance de peso en el imaginario general. En todos, la figura de Bolívar aparece y actúa con parlamentos precisos, frases o indicaciones puntuales. Esta configuración coadyuvo a que la dinámica de movimiento interno de la puesta se cohesionase en un radial visual de 360 grados donde cada área tenía una función denotativa que, matizada con atmósferas lumínicas, sonoras o de marcaje compositivo siempre tuvo la pretensión proyectar un efecto envolvente en la mirada del público según y como este se ubicase.

La respuesta actoral sin ser del todo compacta dado que la personificación de algunos personajes no fue del todo interiorizada como los casos de Carlos Soto (como Teodoro) y Joaquín Efraín Castillo (en el papel de Campo Elías) quienes en cuanto a manejo de voz, impostación y modulación de matices así como en el sostenimiento de una fuerza expresiva plena fluctuasen en ciertas secuencias debilitando la imagen de sus caracterizaciones. No así fue la labor actoral de Wilfredo Peraza (Andrés) y Carlos Moreno (Alberto) los cuales, mucho más internos en sus papeles, lograron con perspicacia proyectar desde lo gestual y ritmo interior, una mayor fuerza a sus intervenciones. Por su parte, María Waleska Borges (como Elena) pudo haberse desenvuelto con mayor desparpajo; a veces en papel, a veces algo desdibujada en los momentos íntimos; sin embargo, es una actriz que, de seguir explorando su papel se podría decir que podrá profundizarlo y generar una imagen mucho más aplomada.

En cuanto a Mercy Mendoza como Marieta y De Castro asumido por el actor, Julián Ramos conformaron una entrega compositiva que pudo también haber más intensa en el sentido de que ellos son histriones de gran trayectoria y tablas de experiencia (pero en las dos funciones que me tocó visualizarlos) les percibí que no estaban del todo armando sus papeles con rasgos de credibilidad; hubo si, potencia vocal y elementos ritmo en las escenas pero hacia el interno de sus composiciones deberán trabajarla mucho más.

Finalmente, la entrega de Job Jurado como la presencia de Bolívar fue desde su proyección de imagen y conformación de actitud aspecto plausible aunque su intervención era focal y no constituía una presencia de personaje central salvo al final cuando se erige como la referencia sobre la cual el espectáculo cerrará ante la mirada del público. De algo estoy seguro es que los actores y actrices de la CRTP junto a los demás artistas que articularon este excelente trabajo de Araure terminaran dosificándose y adicionando más y más a su quehacer a lo largo de sucesivas presentaciones porque no son un colectivo que se conforma sino uno que se sabe revidar función tras función.

Sobre los elementos de apoyo no verbales que integraron Araure de debe dar un crédito a la conformación de atmósferas en lo visual de iluminación gracias al trabajo de Luís España; la creación en diseño de escenografía de Rafael Sequera quien con poco apela a conformar un sentido de pragmatismo para que la unidad conceptual de Arroyo adquiriese una conjugación homogénea. El vestuario de María Teresa Ojeda sencillo, sin recargos dejó que los cuerpos de cada actor / actriz se amoldaran con comodidad. La imagen general de Alberto Ojeda ayudó a la unificación estética del trabajo de esta compañía. Y la tesonera acción de producción de Julián Ramos fue vital para que la nave de la CRTP llegase a buen puerto; hay que reconocerle que en tiempos de sequía, Ramos es un hombre de teatro que sabe apelar a una producción inteligente y pertinente cosa que, habla bien de su presencia en este colectivo portugueseño.

Araure en es tipo de búsqueda teatral que ha sido capaz de jugarse el todo por el todo cuando en las actuales circunstancias socio económicas y socio culturales que vive el teatro nacional adolece de retos que por lo menos activen el interés de ir más allá de los exterior en materia de puestas en escena. En tiempos cuando muchos grupos y una gran cantidad de directores se sienten que deben accionar con bajo perfil, la CRTP va por lo alto comprendiendo que los obstáculos y dificultades se pueden sortear pero la aventura de proseguir con nuevas propuestas que encierren el peligro de hablar de lo nuestro sin ambages los amilane. Con Araure tanto Carlos Arroyo como director, la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa y la alianza con creadora con artistas de renombre de la cultura popular y la juventud dancística regional habla que la tenacidad, la obcecación y el empeño pueden ser las aristas a tomarse para no regodearse en complacencia escénicas sino jugarse el pellejo cuando el resto solo lo esconde.