domingo, 12 de octubre de 2014

TEXTOS Y PUESTAS

Hoy, en este espacio no comentaré ningún espectáculo. Estas líneas son para enfatizar sobre algo que me sigue preocupando: ¡hay que permitir que la escena nacional esté más abierta a su propia dramaturgia! Es vital que nuestros autores sean asumidos con propiedad por directores y grupos. Si mal no recuerdo, la dramaturga, Carlota Martínez aludió en su escrito La dramaturgia en el corral(Ollantay Theater Magazine; 2002) sobre algunos aspectos que han problematizado la producción escrita teatral nacional. Por mi parte, en el artículo: Dramaturgia reconocida vs ¿dramaturgia represada? (Revista Conjunto; 2005) insinúe lo álgido que este tema siempre ha ostentado con sus alcances y limitaciones.

De igual manera el profesor e investigador, Luís Chesney Lawrence en su reflexión Dramaturgia venezolana en sombras:1900:1950 (Ollantay Theater Magazine; 2002) toca desde otros ángulo esta particular situación. La verdad, es que ha existido con el pasar de las décadas, la preocupación sobre este tema y las preguntas, inflexiones/reflexiones o teorizaciones sobre este espinoso asunto no termina de iluminar o dar alguna clase de incentivo para tener en lo que va del presente siglo, una auténtica política editorial para que el autor teatral nacional tenga un canal de difusión/proyección de sus productos dramáticos. Por ahora, los más audaces, Ott u Palencia por solo mencionar a dos, tienen sus páginas WEB y de ahí, en plena concordancia al horizonte de la globalización mediática ponerla al servicio de grupos, directores, productores, investigadores y del lector de teatro.

Pero otro punto es: ¿Por qué la dramaturgia venezolana todavía debe colarse en lo que se oferta dentro de lo que se programa en salas y circuitos teatrales de Caracas como de las capitales de estado? ¿Esto será su limitación para que nuestra producción dramática nacional logre captar el interés y satisfacción del lector/espectador? ¿Ésta producción textual realmente está en sintonía con su realidad? Son muchas las preguntas.

Hablar de que es lo que está en cartelera sustentado en textos teatrales de autoría nacional es algo que debe llenarnos de interés. Un interés que, se orienta por quien la escribe, quien la consume bajo producciones que tienen el sello de tal director y el magnetismo de una buena plantilla histriónica; incluso, hasta de quien la fortalece desde las trincheras del diseño y de lo técnico.

Un escollo que limita su potencial fuerza de reconocimiento/difusión estará atado a la ausencia de certeras políticas públicas y privadas de las casas editoriales y direcciones de publicaciones por emprender con firmeza los riesgos de publicar tanto autores conocidos como emergentes. Para un autor, los costos de publicar excede cualquier esfuerzo económico y verlas escenificadas, algo de suerte o de relaciones muy particulares.

Si las políticas editoriales de lado y lado fuese menos coyuntural y más sistemática a crear directrices de promoción y difusión de la dramaturgia venezolana, quizás el efecto en mediano plazo será que se consolide no solo el interés de potenciales lectores tanto en el ámbito de los centros medios y universitarios sino del espectador que tendría una biblioteca nutrida con las letras dramáticas nacionales sin distingo de que sean nuevos autores, textos desconocidos o reediciones de textos poco conocidos. Así, obras de Rengifo o Pinto serán mejor comprendidas y asumidas con respeto; así las piezas más recientes de Alejandro Lasser o Tomás Jurado Zabala entre decenas de muchos más, no sea algo nada extraño sino más bien, fundamental.

Se hace necesario promover a dramaturgos emergentes como: Jhon González Vicent, Youssef Abrache, Javier Prato a quienes conocí en la reciente edición del IV Festival de Teatro de La Azulita 2014 (Edo Mérida) cuya labor con el oficio de escribir teatro esta a la espera de tener quien los lea o les escenifique en mayor grado. También está, los persistentes, Jan Thomás Mora Rujano o Jorge Cogollo quienes pelean y pujan por calar con sus textos en la sensiblidad del nuevo público. ¿Quién dice que ellos no terminen siendo los autores necesarios en unos 10 o 20 años?

¿Qué define al teatro venezolano en pleno s. XXI? Me arriesgo a decir que más allá de su tenacidad por sostenerse en el oficio o de interrogar al país desde su particular arista ideológica o social, se trata de seducir al lector/espectador con temas, asuntos y personajes que esperan tener otros miradas. Sino, vean como es lo que nos propone Luís Vicente González (con su texto Callejera de Gennys Pérez con ¿Tequila o Ron?); son las nuevas lecturas de un país, una sociedad y un tiempo que están impregnadas de vitalidad para conmovernos, sacudirnos o sorprendernos.

¿Qué define a un grupo teatral en cuanto a su relación con los autores emergentes, a los textos poco conocidos y hasta con esa “dramaturgia represada”? Pues, en mi opinión que se procura armar una renovada alianza estratégica grupo/director/productor con la relación dramaturgo/texto que vaya más allá de un fin comercial, ambos ganaran.

Debe existir una re-visión del porque esta convergencia de intereses mutuos desde la perspectiva que sin es esta la forma o manera para promover que la dramaturgia en cualquiera de sus estadios sea asunto de interés del publico lector o espectador, se posibilitará que el teatro venezolano crezca y se desarrolle.

Experiencias como lo auspiciado por el desaparecido Nuevo Grupo con su Concurso de Dramaturgia “Esther Bustamante” que realzó y colocó en buena lid autores y textos de vital calidad desde finales de los años sesenta y buena parte de la década subsiguiente; en tiempo presente el esfuerzo editorial de Publicartes donde Inés Muñoz Aguirre o ¿Por qué no?, hasta el llamado Teatro de ¼ podrían ser posibilidades a indagar y desarrollar en tiempo y espacio, esas posibilidades para que la dramaturgia de la 2da y 3era década de esta centuria sea la que nos hable con propiedad de quienes somos.