jueves, 18 de junio de 2015

ABSURDOS DE LA INCOMUNICACIÓN: PASSPORT

En este mundo contemporáneo en el cual existimos y donde se cree ciegamente que, con solo decidirse quiero irse para solo alejarse, para conocer o sencillamente, para conocer algo distinto, parece que se está reduciendo a una falacia. Para quien desee ir o venir a su antojo, hacia otra ámbito – sea este geográfico o situado en el recuerdo – se debe pasar inexorablemente por una frontera. Ese límite físico territorial o esa demarcación de la memoria, te demandará tener alguna especie de salvoconducto: un pasaporte o la necesidad de dormir. El aparente hecho de viajar y conocer, o dejarse ir a modo de escape con el propósito de ver algo distinto se puede parangonar con el deseo de dormir y soñar.

En ambas situaciones la voluntad y la acción del individuo deben tener algo que se lo permita. Es como una moneda que, en apariencia uno sabe que tiene dos caras. Una cara exigirá disponer de alguna clase de poder económico para cubrir cualquier eventualidad o gasto y tener claro, que se debe tener un destino a dónde dirigirse. La otra cara, supone que, en lo orgánico uno sienta cansancio y ello le impele a relajarse y descansar. El canto de la moneda lo imagino como el sueño de lo absurdo. No siempre uno puede viajar por el sencillo hecho de desearlo y algunas veces, por más que le cuerpo esté cansado, se podrá relajarse y transitar de la vigilia a la irrealidad del descanso. El absurdo espejismo de esa la moneda es lo que califico como la maldición del no irse.

Este juego de palabras me viene a la mente dos días después de haber presenciado el montaje teatral, Passport del dramaturgo venezolano Gustavo Alfonso Ott Ramírez (Caracas, 1963). Texto escrito en 1887 y que uno cotejar si se encuentra con un libro publicado bajo el titulo de: Teatro 5 piezas de Gustavo Ott, 1989 por Textoteatro Ediciones, en colaboración de El Nuevo País y Fundarte. Contando con el prólogo de Rodolfo Santana y portadilla interna suscrita por Domingo Palma, se nos invita a adentrarnos en lo que lo que fueron las primeras obras de este autor caraqueño como lo son: Onda media (1986), El perro y la campana (1986), La mujer del diputado (1986), Los peces crecen con la luna (1984) y Passport (1988). A esta última, cabe destacar que se deja entrever que fue escrita a cuatro manos o, que posiblemente, Domingo Palma haya tenido algo que ver con su revisión.

Lo cierto, es que, como espectador y crítico teatral presencié lo que fue la función del día domingo 14 de junio y que, por los medios se hacía constancia que era su cierre de temporada. Al llegar al Teatro San Martín de Caracas en la populosa de la cual toma su nombre esta “complejo cultural” – otrora sede de la Lotería de Caracas – lo primero que pude ver detallar fue, un pequeño afiche que enmarcaba los datos de esta producción. Al leerlo, obtuve datos de interés: el primero, que la pieza desde su estreno, ha viajado por más de una decena de países y se ha presentado en treinta ciudades. Por ende, se verifica que Passport no solo se exhibió en idioma español sino que, es posible que haya sido traducida y hasta escenificada en otros idiomas. Claro está, ¡Con el debido pasaporte! Digresión: Como esta nota la estuve escribiendo en partes, en el ínterin, recibí, un E. Mail del propio autor que, entre otras cosas, me aludió que este texto había estado en más de 18 países y que, ciertamente, si había sido llevada a otros idiomas como al: “Inglés, Danés, Portugués, Ruso, Polaco, y es la primera pieza venezolana traducida al Japonés”.

Pero, de esa lectura y en la medida que estoy escribiendo esta nota, decidí apelar a la Internet. Busqué uno de los sites del autor (1) y detallé unos datos que informan que este texto no sugiere haber sido escrito en compañía de otra persona: es decir, que Ott se expone como su autor original. También logro extraer que la obra había sido estrenada en 1991 y acota una sorprendente nomenclatura que detalla que había sido de publicada a traducida y de producida en el extranjero a ser galardonada. Todo gran palmares que habla a viva voz, no solo de quien la escribió sino que, se ha convertido en texto / suceso para el autor si se coloca en eso que todo dramaturgo anhela para su trabajo, perseverancia y esfuerzo: ¡Ser tocado por Midas!

El segundo nivel de interés que extraje, fue que detentaba un tintineante subtítulo: “Equívoco risueño, absurdo brutal”. De repente, tras los días que me toco el asunto de escribir esta nota, un disparador se me activo. No era un guiño del azar; era un rebote del subconsciente en relación con el nombre del la pieza y de lo que había sido mi recepción del tema o quizás, de la trama. Volví a la hermana Internet. Coloqué el título y nombre del autor: rápidamente, me re dirigió a otro link, en el cual detallé que no solo la pieza estaba allí publicada en formato PDF sino que, me arrojó de las coordenadas de su estreno (2): “Octubre del año 1991 en la Sala Cuarta Pared de Madrid puesta en escena por Javier Yague. [Y que en Venezuela fue escenificada] En Octubre de ese mismo año vio su estreno en la Sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas [actual sede de la UNEARTE] bajo la dirección de José Domínguez”.

También se dejó indicado que, doce años después, sería re estrenada en el mismo lugar pero, en esa ocasión, bajo la dirección de Luís Domingo González – su actual director- y que expuso un elenco conformado por María Brito, David Villegas y Alfonso Rey. Y es que el autor en su site deja aclarado que Passport puede ser representada con variables histriónicas: “3 actores (o una actriz y dos actores)”. Esto es atractivo porque permite a Passport adquirir una versatilidad que facilita a cualquier director, permutar sin mucho corsé, un dinámico intercambio actoral. Mi visual del día 14 de junio de 2015, fue haberla visto con dos actrices y un actor: los acoplados y desenvueltos profesionalmente por María Brito, David Villegas e Irabé Seguias. Puedo decir que, pasados ya algo más de 22 años, mostraba casi su plantilla original.

La coda, para este segundo nivel de lo que extraje del afiche, - insisto - estaba en el subtítulo. En el libro donde originalmente me había obsequiado Ott, este aspecto no se incluía. Y, vaya que este subtítulo me acomodó de una forma extraña, mi subconsciente. Veía la representación y sin buscar un acomodo de comparación con lo que fue la primera vez que la vi escenificada, se percuto de forma chisposa, algunos diálogos que no solo de lo que oía decir al actor y las actrices sino que tuve que re leer del texto y, sorpresa, no los hallé.

Eso me hizo comprender que ese texto publicado en el libro que tenía del año 1989, había sido re escrito; había sufrido lo que Rodolfo Santana casi siempre hacía con sus piezas: un “obricidio”. Y bien que Ott lo haya asumido así; eran una época de juventud, una perspectiva de lo que la pieza connotaba y cuya significación se ha resemantizado vigorosamente, porque aquel mundo de los años ochenta del siglo XX, con sus conflictos, sus problemas y sus contradicciones, son ahora, un anémico fulgor de lo que proyecta este mundo en sus apenas quince años de camino en el nuevo milenio. Y he acá que, en el mail enviado por Ott, me dio ese dato esencial referido a que, la presente puesta en escena, tenía la versión final de Passport.

En la trama, se dibuja a una pasajer(a) / ¿turista? que, en tránsito hacia algún indeterminado pase fronterizo, le exigen mostrar el obligado pasaporte. La viveza local del guardia, lo toma y de forma automática, pasa de ser alguien que busca otro destino, está de paso, o quizás, sueña cambiar de lugar, a convertirse, de indocumentado a terrorista, o, de espía a traficante. Toda una carga de epítetos cuando el poder y la incomunicación se unen. Un pesado fardo que podría coartar el albedrio individual y pisotearse su dignidad porque se halla, sin quererlo, llegando a un lugar del cual no recordaba haber salido. Donde el omnisciente influjo de lo mediático es capaz de armar referentes o hasta de convertirse en devastador diccionario que decodifica cosas, personas o valores.

En este estado cuasi kafkiano del pérfido burocratismo castrense de un país del Sur / Sur, del absurdo ionesquiano que se fragmenta en afirmaciones que descuartiza la necesaria refrendación de la identidad ante la increpación de la fuerza y que hasta se mimetiza en atomizados fraseo desde donde se juega a una dual falsedad de entendidos; también Passport podría interpretarse como fuerza dual que parece caracterizar a ciertas sociedades tercermundistas a ese pathos pesimista que se dibuja sin piedad ante nuestro asombro y que hasta posee la mirada en microscopio de esas micro ceremonias de lo perverso que late en algunas regiones. En fin, la unión del ese segmento del subtítulo “Equívoco risueño” hizo que, en mis neuronas, saliesen fogonazos sobre lo que la unión de dos palabras podían significar y hasta, connotar, si uno rememoraba partes del discurso textual espectacular.

Y desde, esa metáfora de un montaje armado más con la agudeza de un director que sacó acento en ritmo y densidad a la partitura del andamiaje de la plantilla actoral, a comprimir la planta de movimientos en secuencias que, a primera vista, parecen mecanizadas pero, al revisarla, tienen una franqueza que impide verla como algo seriado. Allí, en un espacio casi vacío, con el juego de pocos accesorios, con iluminación precisa y buscando la exactitud de una sintonía de tiempo para que cada acción y cada gesto tuviese algo que transmitir, algo que comunicar. Todo ello habla muy bien del trabajo de puesta en escena generada por Luís Domingo González.

Su trabajo permitió que sus histriones, refulgiesen en sí y para los demás, dejando que sacasen los guiños y no la técnica de la repetición, que la resonancia de los parlamentos calen y entren en cada oído para crear esa atención, esa fijación magnética del espectador y no que la violenta crudeza de algunas escenas fuesen lo esencial a mostrarse sino que se integrasen en un todo unívoco.

La condensación de construcción de cada uno de los personajes dados tanto por María Britto, David Villegas y Irabé Seguías fueron, sencillamente, efectivas, contundentes e imbuida de verdad. No había desperdicio de energía, ni sobresaturación de efectismos corporales. La tesitura vocal fue concreta así como las modulaciones e inflexiones que cada parlamento demandaba. Hubo clara tensión interna y una afiligranada proyección de lo que se deseaba transmitir hacia la platea, eso, fue algo notorio y que estos magníficos intérpretes supieron encarar.

Passport en esta nueva lectura, se redimensionó como una pieza actual, incisiva y aguda sobre un tiempo donde un sencillo papel / documento, es capaz de crear lo que Santiago Marín Bermúdez expresó en una prólogo a otra de la pieza de Ott, “la indefensión del inocente”(8). Un trabajo que, si fuese por mí, lo sumaría a otra de sus obras (Fotomatón
) recientemente montada hace tres semanas atrás con el fin de re entender lo que el investigador Enrique Izaguirre en su reflexión de hace ya más de dieciséis años buscaba decir que estos autores – entre ellos, Gustavo Ott - que emergieron hacia finales de los años ochenta del siglo XX, tendrían que combatir “por la transparencia contra el riesgo de la supercificalidad”(5). Ott, desde mi personal apreciación, lo ha logrado.

Referencias:
(1) http://www.gustavoott.com.ar/obrases.php
(2) http://www.gustavoott.com.ar/arc/obrasEs/6_passport-fff11.pdf
(3) Sitio WEB: gustavoott.com.ar
(4) Gorditas de Guatavo Ott. (2001) Teatroautor, SGAE, pag.11, Madrid, España.
(5) Izaguirre, Rodolfo, (1997). “La nueva dramaturgia venezolana. Formación y proceso entre 1970 – 1990” en Dramaturgia venezolana del siglo XX. Centro Venezolano del ITI-Unesco. Caracas, Venezuela