domingo, 31 de enero de 2016

DE PEQUEÑAS ESPERANCITAS ESTÁ LLENO CADA RINCÓN DEL PAÍS

Tras el arranque del 2016 como otro ciclo más para su cartelera teatral, los estrenos, empiezan a llamar al espectador a que sean confrontados. Dentro de esta dinámica, el Teatro del Contrajuego bajo la dirección de Carolina Torres quienes asumieron con pleno rigor artístico y síntesis conceptual, la escenificación de la obra Esperancita, la más reciente pieza del actor, director y también dramaturgo, Ricardo Nortier en los espacios de La Caja de Fósforos, el pasado viernes 29 de enero.

Esperancita es un texto que busca cerrar una trilogía de texto conformados por lo que Nortier calificó como ‘Revoluciones por minuto’ dentro de la cual se han expuestos anteriormente las obras Parece que va a temblar (2008) y Semáforo (2014). El deseo temático de esta trilogía es generar una inflexión reflexiva sobre como desde el teatro se puede instrumentar ese colocar una mirada dialéctica sobre algunos fenómenos que constriñen a la sociedad actual que, a su juicio, sufre inquietudes como tensiones ante una diversidad de factores que van desde lo ideológico político al desdibujamiento de los valores frente a la desasosiego socio económico.

He allí que Esperancita se expone dentro de una estructura del monólogo en el cual, ese personaje que da el nombre a la pieza, no es sencillamente un ser desolado por un estado de mendicidad y desvarío mental sino un ser humano capaz de generar tras sus desesperanza, el aquilatamiento de una perspectiva sobre lo que ella es, lo que ella ha visto y lo que ella ve en los demás.

Esperancita es más que esa loca mundana que deambula por los rincones del país; es más que ese personaje desequilibrado lleno de agridulces sabidurías soliloquios incluso, no habría que verla como ese ser perturbado que languidece en alguna maltrecha plaza o en las calles de nuestras urbes; es la encarnada envestidura de una locuacidad capaz de catalizar no solo de su desgracia sino el sinsabor que le causa su mirada a los otros, al entorno, a la sociedad.

Su fátum– por decirlo de algún modo – es buscar el amparo bajo la oculta majestad de un Libertador elevado en mármol y que bajo su pedestal de metro y medio ella dialoga sus cuitas, expone sus diferencias y agrega sus reflexiones. Esas esperancitas que, que día a día, deambulan por nuestros presentes y se ahogan
en los futuros.

Cientos de Esperancitas se transmutan en esta pieza a modo de imagen metáfora de la desesperanza o del descorazonamiento. Voz y eco que parece gritar por siempre, las voz de los aun siguen siendo oprimidos, desdeñados o marginalizados por la tranquilidad burguesa o las manidas revoluciones. Como personaje, Esperancita se yergue como protesta contra los desgastados dejos que enarbolan democracia, o cambio.

Nortier armó este texto – y culminación de trilogía – otorgándolo no solo un discurso despojado de rebuscamientos melosos al tiempo que porque está bastante descargado de empujarlo hacia los linderos de un drama de corte panfletario. Es un drama que el espectador que sabe llegar que calar a quien desee leerlo como representación que sabe colocar el dedo en la llaga. Lo inteligente de Nortier como autor es que supo conferirle a Esperancita de un ligero toque de humor ácido al tiempo que le inserta reflexivas relaciones con el aquí y ahora. Es por ello, que la obra es mordiente ya que expone ciertas verdades con valor ante la expectativa del el lector/espectador que la tomará, las leerá y hasta la rumiara una vez que abandone la sala en búsqueda de su hogar.

La puesta en escena dada de forma eficaz por Carolina Torres, colocó con prestancia esa sumatoria de lo espacial, el tono cromático de atmósferas, la relación con cada objeto y la centralidad de un símbolo central donde la performance actoral generó una sintonía y un norte para que cada frase, cada emoción y cada requiebro de la actriz Diana Peñalver tuviese una vitalidad apropiada.

Desde el plano actoral, la versatilidad compositiva que desplegó desde el inicio hasta el cierre dado por Diana Peñalver fue asertiva, intensa, veraz, sólida y creíble. Hubo un mundo interno que se desvelo y revelo ante nosotros con toda una tonalidad de matices, inflexiones, giros y expansiones orgánicas que, insuflaron de vida a un personaje que cautivó y brilló de manera auténtica.

La sumatoria de talentos para este trabajo escénico contó nuevamente con el aporte de diseño dado Freddy Mendoza acompañado por la realización de Axel Valdivieso para la elaboración del vestuario; una correcta paleta lumínica conceptualizada por Alexander Malinowski supo crear ambientes emotivos y sugestivos para un personaje que nos habla sin tapujos de esa dualidad esperanza/desesperanza.

De resto, saludamos los aportes de Anthony Castillo tras el trabajo de realización escenográfica; la labor de acompañamiento en la asistencia de dirección y producción de Axel Valdivieso y, con sabiduría, ese atento ojo del maestro, Orlando Arocha en la labor de asesorar parte de los diseños.

En conclusión, Esperancita se elevó como una obra plena en sí misma y capaz de decirnos cosas, aunque estas no sean las que uno desea constatar al ir al teatro. Un sobrio monologo que, les recomiendo ver. Coda: ¡En La Caja de Fósforos sigue discurriendo ese teatro de arte, plenamente vivo y imbuido de un necesario acento reflexivo!