sábado, 19 de marzo de 2016

SIMÓN EL NIÑO LUNA: UNA APUESTA A LA VENEZOLANEIDAD

Desde que ha arrancado la actividad teatral para niños y niñas en la ciudad, la cartelera teatral ha ofrecido un disímil mosaico de opciones que, en su gran mayoría, parecen converger en trillados temas, exposición de argumentos, visualización de personajes que parecen en nada se conectan con lo propio nacional. El fin, es garantizar a los familiares del infante que se acerquen despreocupadamente a un solaz pero de un sólido signo de comunicación de reales valores correlacionados con lo nuestro.

Por años, una fuerte mayoría de los espectáculos infantiles han caído dentro del chiché e cuanto a que sus productores/ directores están convencidos que la apariencia de lo artístico bien cuidado, de ostentar fórmulas lúdicas bajo formatos de musicales o de apelar a manipular los contenidos con el uso / proyección de referencias derivadas de la TV, el cine o solo de dar una vuelta de tuerca a la cuentistica clásica ya todo está resuelto. Más de lo mismo. Eso conforma un solo fin: el tramado del teatro comercial para la infancia.

Es raro hallar dentro de este segmento de la oferta escénica propuestas insuflados de lo nuestro. Montajes que se erijan desde la proyección de nuestros valores o nuestra idiosincrasia cultural. Lo latinoamericano y nacional queda relegado, la más de las veces, a terceros en este sentido. Resulta más cómodo trabajar tramas, situaciones y personajes desconectados con lo que hemos sido, somos y aspiramos ser. Ello mediatiza y aliena a los futuros espectadores.

He ahí el caso que se nos presenta por un grupo / colectivo que asumieron desde hace ya varios meses, un proyecto teatral que no era propiamente para nuestras niñez sino que llegase, de corazón al alma de toda la familia. Simón Díaz surgió en ese contexto de que, nuestros valores son la mejor de las canteras, la mejor de las fuentes, la mejor de las vetas. La vida y el logro de un artista que, con su trayecto humano, de creación firme, de ser lo que fue como venezolano, sirvió de inspiración para que una dramaturgia y un concepto de producción cuajase de forma contundente. Y eso es lo que desde mi perspectiva, el teatro para niños y niñas debe acometer. Buscar primero en lo nuestro; segundo el lo propio, tercero, en lo que es junto por lo propio nacional.

Moisés Rivas supo hacer una acción catalítica de ello y sumarse con otros talentos ya experimentados o en fase de formación, pero todos con una misma ganas de expresar que, esa verdad sobre la escena ya debe irse despojando de hadas, duendes, dragones, elfos o cualquier referencia mediática que desvalorice lo que sobra en estas tierras nuestras.

Mucha tela que cortar a este respecto. Pero con todo, un hálito surge de cuando en vez. Hace poco, en los espacios de la Sala del Teatro Trasnocho Cultural, una propuesta titulada Simón, El Niño Luna, escrita y dirigida por el joven talento Moisés Rivas ha sido capaz de decirnos que, el teatro para nuestros infantes puede y debe tener esa obligada fórmula que nos acerque a lo nuestro sin dejar de obviar los valores que todo ciudadano debe ir adquiriendo desde su más temprana edad como espectador.

Talento, creatividad, riesgo, audacia, imaginación, sencillez y ganas de darle un contragiro a la tuerca de las propuestas hegemónicas que el mercado teatral ofrece. Con una efectiva integración de gente joven en distintos ámbitos que va desde la plantilla actoral a la conjunción profesional de destacados nombres del hacer escénico nacional, hacen que, esta clase de trabajos, sea ese norte necesario para que digamos: si se puede tener un teatro digno, hermoso y con los pies en lo propio venezolano.

Con la apuesta de producción artística de Marisela “Cocó” Seijas / Stefany Marquina; vestuario de Omar Borges; escenografía de Erlen Zerpa; iluminación de David Blanco; pintura escénica de
Eduard Parúh que dieron paso a un desenfadado desempeño actoral donde brillaron Rafael Mosalve,cuyo versatilidad, profesionalidad y sentido de la escena le hizo generar un efecto compactador a todas y cada una de las escenas; el niño Juan Badilla (excepcional ya que siendo tan joven, demostró que es un actor natural, poseedor de buena técnica, con capacidad de aplicar ese efecto magnetizante ante la mirada del público, desenfadado y locuaz), Jhuraní Servelló, que supo a lo largo de toda la pieza, estar y saber proyectarse en sus papeles y Fernando Garantón, un actor joven que fue muy eficaz en la composición de sus papeles, con verdad histriónica y una calidez que emana desde la escena a toda la platea.

Todos comprometidos a rememoran y honrar al añorado Simón Díaz desde sus tonadas y canciones como espiritualidad para convertir la escena, en algo digno para grandes y pequeños. ¡Teatro nuestro pleno de sentimiento nacional que merece ser visto por todos!