domingo, 3 de abril de 2016

HAY LOCOS QUE TIENEN UNA CAMISA AJENA Y VERDADES PROPIAS

En casa país, ciudad o pueblo hay una miríada de núcleos familiares. Cada uno, es un universo complejo, donde sus individuos (ascendientes o descendientes) conforman una madeja de situaciones personales e interpersonales que pueden ser tan claras o tan difusas que, hablar de lo normal, es algo, tan extraordinario como afirmar que el cosmos es estable inmutable. Un autor como Nelson Valente (Buenos Aires, 1971), ha situado su perspicaz bisturí creador y concretó una ácida comedia tan incisiva que, al verla, no queda sino reír o reflexionar.

Bajo el título de El loco y la camisa es esa clase de obra que, coloca al lector/espectador en la disquisición de si reír, llorar, reflexionar o ir con cuidado a la hora de decir: “¡Mi familia es un dechado de virtudes!”. Y hay sido excelente oportunidad para que Teatro Hebú bajo la excelente y sapiente puesta en escena de Diana Volpe, concretaron un espectáculo que, con sincera admiración, me hizo no solo reír sino salir de La Caja de Fósforos comentando con mi compañero de vida, y oteando las miradas de otros asistentes que, la ordinario puede ser extraordinario.

Que tras mi risa / sonrisa, la verdad no está a veces, en las manos de los cuerdos. Que la familia puede ser un nicho de medias verdades, un abanico de apariencias o solo, eso: una familia, con sus bemoles y sus sostenidos.

Esta deliciosa experiencia escénica se desvela y revela a los ojos de cualquier mortal y su capacidad que tras la apariencia de lo normal del seno de una familia, ese péndulo de la apariencia y la verdad que duele, oscila como un metrónomo ante la expectación de ritmo del músico.

He dicho verdad y he mencionado, la apariencia, porque ese el tul que envuelve la sanidad, el equilibrio, la sanidad de los opuestos y hasta podría decirse que, la obligada marca de hasta este punto yo soy normal y en aquel otro punto, alguien del núcleo, es raro, distinto, diferente. Sin embargo, a la hora de la verdad ¿Quién deja la apariencia y coloca las íes de la verdad?, y ¿Quien juega a la verdad sin que lo tilden de loco?

Pues nada. Una propuesta que, en sus cincuenta y cinco minutos de duración, con un tratamiento espacial circular, con una conjugación de escenografía abierta (propuesta del recordado, Rafael Sequera) que no solo insinúa los ámbitos y los territorios de lo íntimo familiar, con un ritmo que va in crescendo y que coloca al espectador a la espera que cada escena, cada situación haga explotar a sus personajes, que la iluminación (diseño de Gerónimo Reyes) y lo formal normal de ese vestir que cada componente de ese sistema familiar llamado familia (diseñado por Freddy Mendoza) crean la base desde la cual, la dirección de Diana Volpe supo demandar entrega natural y sincera a la plantilla histriónica, que su capacidad de desenvolvimiento fuese capaz de fluir con esa espontaneidad y verdad que uno reconoce, logran que El loco y la camisa sea un magneto que, sorprende, agrada y cautiva al más desprevenido de los espectadores.

Mi reconocimiento a un grupo de actrices y actores bien acoplado como Haydee Faverola, Rossana Hernández, Gabriel Agüero, Djamir Jassir y Elvis Chaveinte conjugaron un núcleo interpretativo de buen vuelo y que dicen, que técnica y compromiso son sus ejes esenciales para estar a la altura de un trabajo artístico delicioso.

La Caja de Fósforos demuestra una vez más que el teatro de arte no solo jugar con los clásicos. qué el teatro que debe comunicar significados; qué el teatro de riesgo está ahí para sacudirnos y dejarnos ese sabor de salir de la sala, haciéndonos preguntas más que salir con respuestas. Es ese teatro, sabroso y esa experiencia que no son quince minutos sino teatro para poder hacer conexiones con eso que llamamos: la realidad.

Creo que en lo que será su temporada cada espectador espectador hallará verdades particulares y ese personal gusto por un tipo de teatro que si tiene cosas por decirle.