lunes, 10 de noviembre de 2008

XXVI EDICION DEL FESTIVAL DE TEATRO DE OCCIDENTE: GUANARE, 2008

LA SIEMBRA DE LA CONCIENCIA Sintomático de un renovado proceso de cambio es lo que se vive en el marco de la vigésimo sexta edición del Festival de Teatro de Occidente (Guanare, Edo. Portuguesa); me refiero a la capacidad del teatro nacional de verse a través de una incisiva reflexión para transformarse, hacer un giro de sus paradigmas y volcarse a entrar con una real sintonía con ese sentir que demanda el pueblo el cual, transformado en público, espera ver y oír a través del gesto, la imagen y la fuerza de la palabra, lo que le es sustantivo de identidad, valores, arraigo e idiosincrasia. Es una parte de un proceso que lentamente ha ido decantando. Un proceso que se ha unido a fuerzas en revisión, transformación y capacidad de estar en auténtica sintonía con lo que demanda el actual tiempo sociopolítico, sociológico, ideológico y, claro está, artístico. He allí que dos fuerzas están catalizando una en la otra: la presencia vital de una fiesta escénica que ya tiene voz y cuerpo por más de dos décadas y media con lo es el FIT-Occidente y, la indiscutible realidad que expresa la Compañía Nacional de Teatro. Las voces directivas de ambas instituciones han hecho un pacto de fuerza en pro del quehacer escénico nacional desde cada orilla de su responsabilidad pero, en este 2008, han colidido en positivo para sumar, crecer, fortalecer, expandir, sumar y engrosar la mirada hacia lo que debe ser uno de los ejes de crecimiento del teatro venezolano y ello ha sido se puede explicar de modo grueso, desde dos ópticas: la primera, que el festival ha tomado para su vitrina, el producto real de ocho co-producciones que la CNT ha gestado para este año. La segunda, que la “compa” –como era la expresión de cariño dada por uno de sus directores fundadores, el dramaturgo Isaac Chocrón- se ha avocado a factibilizar un decisivo paso de fortalecimiento del hacer escénico por medio del Proyecto “Teatro para todos los venezolanos” cuyo centro medular es concretar 24 co-producciones con distintos grupos estables y compañías asentadas a todo lo largo del territorio nacional. Dos fuerzas que dejará más sembrado un teatro con sentido de pertenencia, un teatro con mayor poder de convocante, un teatro capaz de asumir los retos del presente siglo XXI, un teatro capaz de invocar el asombro, la autenticidad, el rigor investigativo y hasta, ¿por qué no?, de saber equivocarse para saber crecer con sentido propio. El espacio de creación que ofrece el Festival de Teatro de Occidente ha sido incuestionable ya que: ¿Cuántos grupos y montajes no se han exhibido en sus 26 años de existencia?, ¿Cuántos directores, actores, diseñadores, técnicos no han vivido la edificante experiencia de sentir en la piel y en los sentidos el calor del hacer para un público siempre creciente, siempre exigente?, ¿Cuántos espectadores no se han formado con solo asistir año tras año a la vivificante potencia del acto teatral sea bien para niños y niñas, adultos, de calle, en comunidades, con la danza o los títeres?. Por su parte, la Compañía Nacional de Teatro está recapitalizando sus años de trayectoria de forma distinta, está efectuando –por decirlo de alguna manera- una reingeniería silenciosa pero que no deja de ser dinámica tanto en su visión / misión como en sus propósitos ya que entienden que se debe alcanzar un sentido de conexión y comunicación que está más cercano al ciudadano de a pie, que este al lado del joven, que acompañe al campesino, que fortalezca los caminos de aprendizaje del estudiante en fin, de crear una particular “escuela del espectador” que sepa activar los mecanismos que le otorga la creación teatral y cuyos resortes son la dramaturgia nacional, los textos latinoamericanos y las piezas teatrales universales todas dispuestas a emplearse como herramientas para la transformación del nuevo venezolano. UNA PRIMERA MIRADA Implícito de lo arriba, siento que la concreción del espectáculo inaugural de la XXVI edición del Festival de Teatro de Occidente 2008, ha sido sin duda, un ejemplo tácito del orden de cosas que hay que saber mirar en lo que ya se visualiza como cierre de la primera década del presente siglo. Con el estreno de la pieza del dramaturgo, cuentista, crítico y hombre de teatro, Tomás Jurado Zabala, “La Cantata del Rey Miguel” por parte del Teatro Negro de Barlovento bajo la consistente dirección de Carlos Arroyo -en la refaccionada Concha Acústica Centro Cultural “Tomás Montilla” de la capital guanareña- el pasado viernes 07 de noviembre, demostró que, con inteligencia ante el presente tiempo, que hay sobriedad en esa capacidad para sabernos mirarnos y revalorarnos en lo que somos y hemos sido. Con audacia para no caer preso ante el influjo de lo espectacular por lo espectacular como forma excesiva y posibilitando un suceso escénico que no por lo ingente artificioso sino exponer eficacia elocutoria y por irradiar los apropiados significantes de nuestro pasado histórico a fin de concretarlo como uno de esos necesarios referentes que tanto demanda el teatro nacional para que se aboque a trabajar sobre lo que siempre ha apartado por razones diversas y que asimismo, ya no solo sea una semilla aislada sino una cosecha continua de esa conciencia necesaria que muchos anhelamos pero pocas veces vemos continuar. En si, una noche de alborozo, con aforo pleno (cuyas cifras, al ojo por ciento estimaría superior a las 1700 personas, y de las cuales se que me quedo corto) dio su respaldo vibrante al trabajo gestado por la potencia escénica, musical y coreográfica del Teatro Negro de Barlovento en una unidad conceptual nada fácil de asumir debido a los rigores técnicos, la necesidad de articular de forma equilibrada lo sonoro y lo gestual con la significación de lo que fue una de las primeras manifestaciones de libertad elevadas desde los cumbes de cimarrones que entendieron que la voz de un imperio devorador, saqueaba no solo riquezas sino las almas de pueblos subyugados. Propuesta teatral que tuvo alcances en la forma de recrear una historia que ha sido marginalizada, ocultada, minimizada, postergada pero que siempre ha estado estuvo allí, viva, esperando que se le retomase y reinterpretase; y es donde el trabajo investigativo y la visión dramatúrgica de un autor con sentido de pertenencia como Tomás Jurado Zabala, al empeño de un grupos de artistas que van desde Ender Machado, Juan Carlos Aguaje (actor invitado), Cruz Lisbeth Verdú, Yariza Verde, Zenaida Gamboa, Yermy Martínez, Hirma Pacheco, José Elías Moreno, y los chicos Roberzon Piñango y Barbaro Gamboa entre otros actores bailarines que conformaron la “Gente del Real de Minas (Coro) y una compacta planta musical de ocho músicos con el toque profundo de la percusión y otros instrumentos, al cejo de dos instituciones teatrales como lo es la CNT y el ya reconocido Teatro Negro de Barlovento, al trabajo arduo de un director (Carlos Arroyo) y el sudor de diseñadores (Rafael Sequera), la fuerza coreográfica producto de Yermy Martínez, de la parte de productores y técnicos, hizo que la voz del negro Miguel, del “rey” Miguel resonase en la estrellada noche llanera para gritar que tenemos más viva que nunca, ese canto del alma que ellos anhelaron: ¡la libertad! La apuesta quedo fraguada de forma plausible en un montaje con sus debidas coordenadas de puesta en escena, movimiento espacial, disposición escenográfica, secuencias dramáticas, ritmo expresividad corpo-expresiva. Sin arrogancia, sin ampulosidad, la cantata fluyó ante el público que siguió la convulsa trama del negro Miguel desde su cautiverio a la elevación de su breve pero glorioso reinado y la muerte (que nunca será muerte espiritual sino de la carne) pero que hizo a más de uno, pensar que el teatro puede provocar el encuentro con esas vetas de una historia que no está escrita – y menos estudiada- en las escuelas y liceos del país. Por eso, más que una nota efusiva o una crónica para develar los resortes de un fallo técnico “x” o “z”, lo que valoro es, que lo nuestro debe ser materia no para un teatro del aquí y el ahora sino para ese teatro fundamental imbuido de nuestros ecos y sentires que debe abonarse con la investigación, el riesgo y la capacidad de mostrarnos desde todos nuestros ángulos. Un reto siempre exigente y por ello, el esfuerzo de esta Co-producción del Teatro Negro de Barlovento y la Cía. Nacional de Teatro fue merecedora, sin asomo de dudas, de esta parte que suscribe la presente nota, un sonoro aplauso en negro sobre blanco.