sábado, 28 de febrero de 2009

EDMOND / GA 80

Resulta satisfactorio constatar cuando un grupo o compañía teatral ofrece posibilidades de mostrar a través de sus trabajos no solo calidad artística, capacidad de riesgo creador o proponer tras el discurso de algún autor sea este clásico, nacional o contemporáneo, alguna clase de conexión con el horizonte de expectativa del público. Tras el cierre del proceso de producción, circulación y consumo del producto teatral existe toda una compleja estructura de compresión, estudio, análisis así como decodificación y recodificación de la pieza; todo lo propio a lo inherente al sistema de producción, mercadeo y promoción / publicidad de lo que entendemos como montaje. Otras aristas que no se deben obviar cualifican para un grupo / compañía estable si su visual de trabajo es verificable en tiempo y espacio y si su presencia, evolución interna, cambios generacionales determinan el asentamiento de solidez, estancamiento o reempuje de su filosofía, estética, conceptos artísticos y modos de asumir el quehacer dramático dentro de la dinámica teatral de una ciudad o del mismo país coloca el acento para que dicha agrupación pueda mantener el seguimiento del espectador o, incluso si tiene o no, suficiente proyección local o internacional. Lo anterior, lo enmarco solo para colocar un paréntesis sobre uno de los grupos más emblemáticos del país: el Grupo Actoral 80 (GA80). Con dilatada trayectoria que emerge en lo que fuese el primer tercio de la década de los años 80, cuando fue fundado por el maestro, Juan Carlos Gené, ha expuesto en veintiséis años cambios y transformaciones tanto en su forma de trabajo, frente directivo y acceso de nuevas voces artísticas que ha evitado su fosilización como ente creador y teatral en la realidad del quehacer artístico venezolano. No siempre un grupo de este tenor las puede tener consigo. Hay veces que el GA80 acierta con contundencia espectáculos y hay veces que no. Pero han sabido persistir. En los últimos años hemos visto como este colectivo ha salido de un singular modo de asumir propuestas de arte hacia un territorio más ligero y que, nuevamente retoma una senda que les hizo ganarse no solo aplausos de propios y extraños sino que sin dejar la veta de lo comercial garantizado pueden seguir ejerciendo el rigor de interrogar a la escena, al tiempo socio cultural que se vive y asumir la búsqueda de estar en el aquí y el ahora de ese sonar con vigor la campana de ser unos de los grupos “emblemáticos” del país. En este arranque del 2009 que presenta una diversa oferta de montajes, el GA80 asume la escenificación de la obra Edmond (1982), una de las más feroces comedias negras del autor norteamericano David Mamet la cual fuese vista en la gran pantalla -si mal no recuerdo- a finales del año 2005 cuando el cineasta, Stuart Gordon tomase el excelente guión de Mamet y lo expusiese al acerado ojo del público cinéfilo. La pieza desde su inicio (primera escena) coloca a Edmond con una vidente para ver si hay cierto destino, cierto saber que habrá de pasar. En algún momento esta vidente le dice que: "Tú no eres de donde perteneces". Quizás sea una de las frases lapidarias de lo que después se habrá de desencader: ya no es un juego solo un juego de apariencias sino la materialidad de una premonión fatal cuyo ominoso efecto de bola de nieve afectará cada situación, circunstancia y momentos viales de un Edmond que va en pos de su periplo inevitable al "destino" con los demás. Es una gran capa de malas vibras y resonancias ultrajantes que lo arropará hasta donde su capacidad como ser humano le sea permitido soportar. Un karma que lo envolverá irremediablemte con capa y capa de terribles signos y descorazonadores choques derivándolo a interaccionar de forma frenética tanto con una sociedad hueca de compasión. El drama que se muestra a quien especta este texto / montaje va parte de la búsqueda del personaje Edmond tras las huellas de un anhelo perentorio. Es un viaje / descenso a la sordidez del alma humana. Visión especular de cosas ya distorsionadas que si la miramos desde el horizonte cerrado que es el propio personaje Edmond podríamos caer en cuenta como se nos dice cuan agria y cruel de la existencia donde nosotros deambulamos. Mundo bizarro con reglas, moral y ética propia. Microcosmos donde lo individual y las relaciones que se establecen con los demás perece antes de iniciarse; es como juntar materia y antimateria en un espacio cerrado como desolado. En esta física del caos, Edmond genera y activa la incómoda catarsis de descubrirse (y descubrirnos) la cancerosa fibra que acompaña a parte del actual submundo donde estamos imbuidos. Es mirada inflexible otra dimensión de un universo humano descompuesto el cual de alguna u otra forma emana su fétido olor desde finales del siglo XX y que, si se quiere, sigue impregnando la piel actual de esta época que vivimos. En este viaje hacia el caos que es la existencia del personaje Edmond es viajar con él a un campo lleno de baches que articula ese tumoroso tejido social (anglosajón), y que lo arrastra vertiginosamente a una densa jungla de chances, escarceos con el azar y malas oportunidades. Tanto él y como los demás están atrapados y sin salida. Los vemos mutar pero no tan rápido como Edmond. Es un personaje que trata sin lograrlo de oponerse a reglas que mueven a ese universo fétido pero que tiene normas fijas y conductas aprendidas. Todo ello lo alcanza de modo irreversible. Es violencia y ferocidad bruta. Son marcas y demonios que, como arpías vestidas de calle, bar o sexshops, lo chupan hasta el tuétano para que cualquier traza de bien termine por conformarse en un mal normal y justificado. En este mundo caótico lo inmediato material, el consumismo, la violencia, las urgencias egoístas o, la ausencia de verguenza / compasión de los demás, hace que Edmond deje de creer y sea tomado por la sinrazón. Un personaje que podríamos validar con preguntas como: ¿Es metáfora del quiebre definitivo del sueño de las sociedades del primer mundo? ¿Es válido proyectar sus circunstancias a parte del contexto latinoamericano?, y en particular, ¿se podría validar con el mundo social venezolano? Tentadoras preguntas que cada espectador podra inquirirse y que fuera de cualquier prometedora respuesta que alcance, puede quede vacío de emociones porque la sensación del ideal del buen sueño ya se ha marchitado y muy posiblemente le muestre el pus que emana desde el fondo de un alma social en permanente descomposición. Edmond absorberá ese negativo tuétano que surge del mundo actual -y en particular, por la gráfica visión dramática que nos expone Mamet de lo que quizás siente de la sociedad anglosajona donde está inscrito- y por que no, también de vaho que exhalan ciertos comportamientos que van más allá de los EEUU. Muy en el fondo me pregunto: ¿seguirá vigente o no el oscuro brillo del mensaje del autor? ¿Es tan desesperante el trasfondo argumental de esta pieza o solo es una parábola de advertencia? Tanto el film que una vez constaté como la escenificación de la pieza teatral de Mamet deja al público la amarga convicción que no hay escape a ciertas cosas y que si estas nos zahieren (sea poder, sexo, prejuicios o, fantasías) pues es mejor afrontarlas e ir asumiendo su carga de consecuencias o, ¿Se podría cambiar ello? Fuese cual fuese la respuesta final para el receptor es que tiene que colocar su fuero interno a debatir lo que en parte subyacente del argumento se nos expone y que expresa que “todo miedo oculta un deseo”. ¿Será esa la respuesta / esperanza al final del ominoso túnel que atrapa a algunos? El GA80 trae a la cartelera esta pieza de David Mamet bajo lo que calificaré de tibia dirección de Melissa Wolf. A ella le hemos aplaudido en otros trabajos como por ejemplo El cruce del Niágara. Ahora la volvemos a ver con entrega y con un hálito de perspicacia para afrontar la escenificación de esta aguda pieza uno de los autores más fascinantes del teatro norteamericano contemporáneo. Se que como puestista, Melissa Wolf es capaz de asomarnos sin remilgos su percepción en torno a lo que extrae de Edmond pero no solo es cuestión de osar desmontar y plantearnos un encuentro íntimo con este texto, con su humor corrosivo, sus situaciones lacerantes, o sabernos situar el feroz e irónico ojo “oscuro” del autor que sin compasión arma una trama donde su personaje central es fagocitado de múltiple formas por esa implacable sociedad materialista o por ese emponzoñado mundo sino que se requería algo más, se urgía la visual de una verdad en el trabajo espectacular con el texto que no terminó de aterrizar ni en la sintética compactación de las atmósferas dramáticas, en las secuencias escénicas y menos aún, en la expresión orgánica que debía darse en la respuesta histriónica de conjunto. El esfuerzo constatado como montaje dejó un sabor a algo aun en proceso. El hilo argumental se capta. Los resortes que hacen que el personaje Edmond se distienda hacia un derrotero predecible estuvo objetivamente claro pero la fuerza teatral que lo debía sostener no adquirió un sentido de densidad lo suficientemente homogéneo como para decirnos cosas desde las tablas. El actoral 80 siempre ha sido un grupo notable y no haré apología a sus altas o sus bajas creativas; tampoco situaré una edulcorada loa a quien está asumiendo lides de generación de relevo en el terreno de la dirección de este colectivo. Solo diré que aplaudo tanto la óptica y entrega de un grupo y una directora por seguir vibrando y asumiendo compromisos aunque algunos de ellos no causen en la recepción de parte del espectador, esa sensación de producto redondo. El estreno que constaté -jueves 26 de febrero- me resultó fue frió desde todo ángulo que lo mirase. Que más allá de la energía de la puesta y del empeño histriónico, a uno y otro les faltó verdad interior. Que el impulso de llenar la escena con energía teatral solo expresó compromiso y ganas pero no teatro teatro que me sacuda y del cual se sale satisfecho por haberse degustado un todo dramático perfectamente compactado. Se que no era una fácil tarea y, en descargo es posible que haya sido la fecha de “subir el telón” que mostró que aun les quedaban cosas por trabajarse más a fondo; pero así son las cosas: ¡se estrena y se asume las consecuencias! Uno como espectador, como crítico o cronista del teatro espera que cuando se entre a ver un trabajo dramático logre sentir ese termómetro de una verdad que tiene que fluir con naturalidad desde la escena a la platea. Con la recepción que palpe del montaje de Edmond ello no lo logré percibir. Es más -y no quiero herir susceptibilidades- sentí la imagen de un trabajo de textos y situaciones dichos sin raíz de verdad, muy en piezas, que no terminaba de tomar cuerpo. Las actuaciones me sobresaltaron por sentirlas impregnadas de una no real profesionalidad en cuanto a conformar un compacto hilado de tensiones crecientes que hubiesen expresado más que de lo que el texto mametiano decía por si mismo. Actuaciones casi que rozaban el paso del periodo de ensayo presuroso al terreno de esa ligazón en una sala donde se espera respuesta firme y sólida del grupo y de su plantilla actoral. En ellos apenas se percibía el bosquejo de ir a esa zona de profundidad. Era como si estuviesen solo diciendo, haciendo y esforzandose en resonar desde la caja que es la escena pero que, solo me hacía ver el pujo de actores persiguiendo a sus personajes. La planta de movimientos era tan marcada que resultó predecible. Al trabajo con el espacio que le faltó rigor imaginativo y era solo una suma de esquemas de entradas y salidas. La atmósfera de tensiones nunca terminó por estar articulada. El sentido de conexión entre texto y acción se percibía autómata y a pesar de saberlos que estaban dando lo mejor de si, creo haber visto a más de un asistente en la platea que mi miró dibujándome con sus ojos que la representación no fluía sino que había estancado en alguna parte del desarrollo del primer tercio de la puesta. De ahí en adelante, nada ocurrió salvo variaciones del mismo tema, es decir, que la sorpresa y el asombro se diluyó. Resultado final, el público les otorgó un tibio reconocimiento en la materialidad física del aplauso. Una resonancia tibia y sin fuerza que expresó que habrá que esperar más funciones para que acoplen. Se que tanto el GA80 siempre ha sabido pulsar cualquier coordenada al presentarse en fecha de estreno y crecerse con el paso de las funciones, pero ese día jueves me tocó verles sin verdad. En mi fuero se que será cuestión de que pase por lo menos unas seís presentaciones y si se puede, algo más de duro trabajo con la Wolf para que se termine de construir un montaje pleno de punzante verdad. De esa dura y lascerante verdad íntima como personal que está asentada tras el imaginario de un autor como David Mamet. La joven planta actoral conformada por Juan Vicente Pérez, Mariana Gil, Ailed Silva, Claudio Laya, Jesús Coba, Luís Bisbal y Maikel J, Ortuño podrán crecer noche a noche y ajustarse al sentido dramático que la pieza Edmond demanda si Melissa Wolf no cierra el proceso y aceita las debilidades. Solo salvaré el crédito al diseño de iluminación de José Jiménez que dio una plasticidad a la propuesta. En todo caso, quiero mantener la fe que el GA80 y sus creadores poco a poco irán asentando los resortes de este espectáculo para que los próximos espectadores que habrán de confrontarlos en la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas puedan ver un grupo capaz de desdoblarse y construir con sagacidad, verdad y mayor condensación dramática el duro universo que Mamet ha venido ofreciendo desde finales de la década de los ochenta. 28.02.2009