jueves, 12 de marzo de 2009

LOS PAPELES DE FEBRERO

Si hay algo que atañe a nuestra sociedad y a su espíritu como urbe han sido una serie de sucesos y eventos que se han desarrollado en un lapso no mayor de 25 años. Acontecimientos que va de lo socio cultural a lo político, de lo económico a lo natural. Unos y otros han creado su ominosa impronta en el alma del ciudadano. La venezolaneidad del tránsito del siglo XX al XXI ha mutado derivado de estas circunstancias. Nadie podrá olvidar el impensable sacudión social del año 1989 mejor conocido como El “Caracazo, nadie podrá apartar de su mente las terribles momentos derivados del “deslave de Vargas”; incluso, el sacudón del paradigma ideológico – político que aun tiene sus resonancias en lo que es la conformación del ser individual y colectivo, está presente en el aquí y ahora de un país, una nación y de los individuos que habitan este majestuoso país que amamos. Uno y otros eventos no han sido totalmente entendidos, analizados y comprendidos en sus alcances, significaciones y trascendencias. Incluso, podría afirmar que, no se ha traducido una traslación catártica hacia el territorio del arte llámese este poesía, narrativa, pintura, música o teatro. Es filón altamente rico para comprender parte de la interrogante fundamental de nuestra idiosincrasia, cosmovisión, estructuras de pensamiento, valores morales, sentimientos, miedos, anhelos y esperanzas. Los venezolanos y venezolanas que habrán de nacer a los largo de la venidera década estarán calladamente marcados por los signos de esos eventos. Incluso, buena parte de la población que hoy detenta una comprendida entre 20 y 30 años arrastra en su subconsciente -y sin querer admitirlo- secuelas de lo que fueron ese evento; los mismos afloran de forma indirecta en elementos subsecuentes como podría ser la inseguridad, una apática dejadez social o, incluso, formas neuróticas de lo individual en la dinámica de lo social colectivo. Quizás hasta me arriegaría a inferir que bajo la costra de nuestra actual percepción se ha constituido formas y maneras de aprehender la realidad marcadas por los efectos psicológicos de esos días cuyo espectro puede moverse del resentimiento al desinterés o del despego emocional a factores de indolencia. Todos han sido y seran ingredientes que están incubando en el fuero interno del aparato psíquico y emocional del nuevo venezolano. Cabría preguntarse: ¿podrá lograr el venezolano que conforma la generación de finales de los noventa o el venezolano de las generaciones de las dos primeras décadas del presente siglo aprehenderlos cabalmente a fin de proporcionar una mejor respuesta a lo que subyace como ocultos resortes de las transformaciones que aun no sabemos reconocer? ¿Qué clase de comportamientos derivados de esos (y futuros sucesos) marcará la pauta del imaginario nacional? ¿Existirá el estigma del olvido sobre lo que realmente afloró y se desencadeno tras aquellos sucesos? ¿Podrá el arte servir como mediador catalítico para servir como especie de vaso comunicante para que se hallen mecanismos de discernimiento de verdades nunca dichas o sesgadas y derivadas de esos sucesos? Sean cuales fuesen las posibles respuestas a estas (y otras cuestiones) ¿Hará que seamos mejores ciudadanos, mejores y más auténticos venezolanos y muy posiblemente, latinoamericanos con sentido de arraigo a comprender que lo social, lo político, lo económico y hasta lo natural son factores y elementos que moldean y seguirán configurando la que somos y esperamos ser como personas y habitantes de este país? El tiempo será en todo caso, la respuesta que validará ello. El sentimiento que debemos aguzar creo que debe estar sintonizado a sostener que ni la esperanza ni la insensibilidad nos corroa y así colocarles firmes rieles a un mejor devenir. Dentro del terreno teatral tanto en su forma textual como espectacular has habido pocos referentes que aborden con sentido sincero y honesto, esta serie de sucesos. De forma tímida y sin mucho atrevimiento, cada uno de estos sucesos que podrían ir del 04 de Febrero a los días de Abril de 2002, han sido tocados de forma incidental pero nunca desde una cónsona y equilibrada perspectiva ideológica, sociológica y menos aun, con sentido de recrear no solo el evento sino profundizar una gran reflexión que vertida en expresiones consustanciadas en la relación: suceso – consecuencia – cambio, haya creado una distinta manera de exponerlo a la dinámica socio cultural donde se produjeron dichos eventos. Los procesos del imaginario nacional los exige. La sociedad y el futuro del ser ciudadano aun los espera. Se hace necesario todos estos macro eventos y los micro sucesos que, hoy por hoy nos sacuden, otros sean considerados de forma sincera y sin ambages, pero eso si, despojados de medias tintas, desvíos maniqueos, o manipulaciones desvirtuadoras a fin de proporcionar coordenadas de entendimiento a las linderos del mapa de discernimiento que todos deberíamos tener bien tramado en el fondo de nuestro subconsciente social colectivo e individual. Una de las pocas luces que en teatro se ha dado sobre uno de esos sucesos lo presento el hombre de teatro y dramaturgo silencioso del cual poco hemos oído mencionar pero si accionar como director, docente y gerente cultural; me refiero, a Oscar Acosta. Uno de esos callados pero tenaces teatristas cuya labor, pocos han sabido aquilatar y cuyo pensamiento nunca ha estado alejado de los cambios y urgencias que hace mover el corazón de nuestro teatro. Inspirado en esa reflexión necesaria de indagar, buscar comprender y proponer una inflexión sobre los síntomas, mecanismos y consecuencias que interactuaron antes, en y después de la infausta coyuntura que estremeció la vida nacional -y que hace poco días recordamos amargamente- como los que representó el lapso de explosión social derivada de la coyuntura político económica del 27 y 28 de Febrero de 1989, fue armando por años, un drama que supo asumir de forma responsable y sincera que tituló: Los papeles de Febrero (publicada en 2006) Un texto que sin pretender exhibirse como la gran obra es pieza comprometida y plena de una perspectiva personal de un venezolano que sintió sin simulación ni oportunismo el testimoniar desde el ángulo de lo dramático lo que bien pudo ser algunas de esas microhistorias que ocurridas en el seno del absurdo del caos febreriano del año 89. Acosta nos plantea ahora dos décadas de aquel calamitoso momento, que aun se debe analizar con aplomo lo que fueron esos días. Un lapso de incertidumbre y caos. Un periodo que marcó la psiquis del venezolano. Unas jornadas que creó una esas marcas que aun cada habitante de esta Venezuela aun no alcanza a comprender y/o explicar cabalmente. Y, sin embargo, Acosta propone y levanta con Los Papeles de Febrero no solo drama con algo de humor corrosivo sino, la urticante posibilidad de que cada quien se formule preguntas que pueden ir desde ¿Por qué ocurrió eso?, ¿Qué clase de factores detonaron lo social para que aconteciera ese nefasto sacudón? suceso? e, incluso, ¿Qué clase de secuelas persisten tras amainar la calma en lo que nuestra urbe / país donde muertos, desaparecidos y una extrema violencia se desató como torbellino enceguecedor? Sabemos –o creemos saber- que El Caracazo se disparó como demonio agazapado de un oscuro nicho y que nos envolvió en su más terrible noche. Tras su paso estallaron emociones, frustraciones, desesperanzas, odios y anhelos reprimidos: Un país y su sociedad trató de justificarse después pero ya el demonio del caos había hecho mella y tras los rastros de la sangre, el saqueo y la indolencia gubernamental signó los fantasma de muchos desaparecidos y de aquellos que jamás recibieron la respuesta de una verdadera justicia. Acosta no propone una especie de teatro documento, menos aun, un drama historicista; es drama con amargos ribetes de absurdidad donde trazos de comedia dibujan cuan cierto es que las letras de lo teatral pueden servir para convocar un acercamiento sin ambages sobre las mañanas y noches que perfilaron ese Febrero del año 89. Un texto que desde sus situaciones y el perfil de sus personajes coloca una abierta reflexión sobre lo que fracturó lo seguro y singular de un sistema político que se creía monolítico e imperturbable. Lo crudo de los días de Febrero del 89 no se van sustanciados en Los papeles de Febrero pero si una mirada a lo que fue ese evento sin magnificarlo, ni tergiversarlo y menos aun, convertirlo en propaganda para edulcorar tal o cual ideología. Todos hemos entendido el perverso papel que tuvo lo mediático es esos días: generó una reacción encadenada de causa – efecto en el espíritu del venezolano y, luego, dejó esa abierta herida en la espiritualidad nacional. Una herida que todos sabemos aun no termina de sanar. Cualquier reflexión, todo entendiendo, cualquier razonamiento con sustentación rigurosa del activación de ese resorte que hizo explotar a una sociedad están ahí, para seguir siendo explorados. Y por ende, el trabajo textual de Acosta es pertinente desde su óptica, propicio para el tiempo social que se vive y aleccionador porque propone una personal cavilación reflexiva a las decenas de sucesos que desde esa ominosa fecha se fueron agregando a lo que es la actual historia del teatro venezolano que se adentra raudamente al siglo XXI. Un texto que hurgó y propone ángulos para ahondar sobre las causas-efectos de esos angustiosos momentos que vivió el país y que puso a temblar al continente latinoamericano. Texto teatralmente sostenible y sin complejos. Con un argumento lineal y aprehensible. Con que sin ser densos, denotan y comportan una marca sin opacidades. Incluso, podría aventarme que Los papeles de Febrero tiene todo el potencial para convertirse en atractivo guión cinematográfico ya que su trama y resolución argumental incita a verlo con otras posibilidades. Creo y comparto lo que Acosta expresó en una declaración: “que los artistas en general están en deuda con esa fecha de la historia contemporánea venezolana” y por ende, que esa historia que nos describe y desentraña (la de un trío de “jóvenes, dos policías, una mujer embarazada y unos soldados” enmarcados en el trasfondo de particular cisma social venezolano) puede, sin duda alguna, servir como dramaturgia para que no olvidemos, como dramaturgia de riesgo. Fue desde esa perspectiva que el riesgo de un grupo, de un director y una plantilla actoral se reuniese para asumir un compromiso que otros no hubiesen afrontado. El hecho es que un director (Paúl Salazar) y un colectivo (Producciones Pequeño Grupo) decidieran asumir sin miedos ni restricciones de espacio y costos los altibajos propios de una temporada para que el texto Los papeles de Febrero se ofertase a los ojos del público caraqueño en la Sala Experimental del Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” (Celarg). Una temporada que presentó a decenas de espectadores, esa mirada / reflexión necesaria de un suceso que celebró veinte años en un recuerdo que queremos dejar de lado. Espectáculo franco y sencillo que desde la casi desnudez del espacio y con el apoyo de elementos visuales, se conformó en centrarse en la capacidad de armar una atmósfera, un serio trabajo actoral (dado por Aura D´Arthenay, José Alfredo Figueroa, Jhonathan Urrea, Wladimir Quintero, Leydi Solórzano y Yusmary Parra) dieron ese plausible acto de fe que es hacer teatro no para complacer, evadir o relajar sino teatro para la conciencia y respeto por una obligada memoria La dirección de Salazar apeló a unir en la sobriedad de sus recursos plásticos, lumínicos y audiovisuales un eje para fijar la atención del espectador en lo que era preciso ver: la trama argumental de la pieza de Acosta. Fue una puesta directa para ubicar no el detalle íntimo historicista sino plasmar como el discurso textual tenía que tener un asidero verosímil y aceptable. Salazar supo hacer inteligente inflexión de valor desde el texto de Acosta aunque siento que pudo también ir más a fondo y asumir retos de mayor impacto en el hilado de algunas escenas y pulir una que otro trabajo de composición actoral. Con todo, el “producto” artístico fue sano, correcto y articulado. La dupla constituida por la dirección de Salazar y el texto de Acosta permitieron decirle al espectador: ¡tenemos una visual de lo nuestro! Insisto, no fue una producción para ostentar recursos, ni proyectar evasión sino un trabajo de creación artístico pleno de reflexión más allá que alguna que otra escena, alguno que otro parlamento o alguna que otra peripecia sacase una sonrisa a la platea. Los papeles de Febrero se convirtió en una de las más contundentes respuestas escénicas de la agrupación Producciones Pequeño Grupo en estos últimos años. ¡Teatro consciente y atrevido que merecía estar más tiempo en cartelera y hasta de ir a espacios populares para que dilate la pupila y conciencia de todo aquel que sepa decirse ser venezolano! 12.03.2009