lunes, 24 de agosto de 2009

“MILTON QUE ESTAS EN EL CIELO”

Intentar definir o establecer una nueva aproximación a los conceptos de “violencia”, “justicia” e “impunidad” que, en estos años finales de la primera década del s. XXI, en un pequeño país situado al “norte del sur” del continente americano y cuya vastedad geográfica, social, cultural e, histórica, se conoce como Venezuela es en tiempo presente esfuerzo de forzar las barreras tanto semiológicas como conceptuales dado que, tantos estas como otras palabras derivadas de estas tres primeras, parecen haber perdido su sentido significativo al entrar de lleno al nuevo milenio. ¿Cuan difícil es para las decenas de madres que día a día tienen que asumir el doloroso acto de esperar a las puertas de las morgues de muchas ciudades del país? ¿Cuánto dolor, rabia e impotencia se esconde tras el llanto de cientos de progenitoras, abuelas, hermanas y esposas cuando al cualquier momento tiene que tratar de solicitar un sencillo pero obligado acto de explicación por parte de un funcionario judicial que con frialdad le expone que no hay respuesta para el trágico suceso que sesgo la vida de un joven en las calles de nuestras urbes? ¿Por qué la descalificación agresiva se muestra de forma exuberante en las voces de quienes imparten justicia –sena jueces- detectives o policías- para simplemente expresar que muchos de esos cuerpos inertes que pueden llamarse Luís, Pedro, Carlos o Milton aumentan exponencialmente las cifras de “guerra semanal citadina” que tiñen de rojo nuestras urbes? Estas y muchas otras preguntas plenas de dolor, cubiertas de agravio y casi nunca, sin respuesta, son las que hayan las mujeres- madre o, las mujeres – esposas que les ha tocado –y se les seguirá tocando el ritual de ver como los cientos de Milton no alcanzan a tener justicia judicial, a tener justicia de explicación cabal derivada de una violencia que diariamente engrosa las páginas de sucesos de los medios impresos latinoamericanos y, con mayor énfasis, en la Venezuela de los últimos diez años. He ahí que, volviendo a las líneas iniciales, parece algo bizarro pensar que las acepciones de significado hayamos en los diccionarios que tenemos a la mano, no alcanza a explicar contundentemente la cruenta situación que marca nuestra sociedad: Menos aun, que podamos encontrar estudios sociológicos y culturales que ayudan a definir o explicar los ¿por qué? que activa la ecuación violencia / injusticia es igual a impunidad; en todo caso, el resultado seguirá siendo la misma para el luto infinito que arrastran esas cientos de mujeres madre, mujeres esposas o mujeres hermana de los jóvenes Milton que son muertos en estas ciudades necrofílicas cuya aureola más distintiva es una mezcla de miedo e incertidumbre. Sobre esta clase de situación, un avezado colectivo maracayero como lo sido por más de dos décadas Teatro 8 de Marzo, se ha atrevido ha situar su norte creador, sin cortapisas, sin concesiones y delineando lo que artística, técnica y conceptualmente sienten que deben expresar sobre la escena centroccidental e irradiada hacia el resto del país y cuando las circunstancias le son favorables, en predios de renombrados festivales internacionales. Teatro 8 de Marzo ha sido una agrupación que cuando se fija una meta, la traza y la persigue hasta sus últimas consecuencias. Lo femenino (y no el desgatado marbete de grupo feminista) ha sido su estandarte; la denuncia y el riesgo de abordar temas y asuntos que pocos trabajan y escenifican sobre las tablas les ha permitido configurar un trazo artístico imbuido de honda sensibilidad creativa, humana e intelectual. Son uno de los pocos grupos teatrales que emplea el drama, como aguzado bisturí para desde lo teatral y con hidalguía de mujeres artistas hacerle cortes de explicación al esos objetos que sienten que son un cuerpo / suceso que en algunos parece manido, otros, sin valía y upara un gran grupo algo que ya no tiene eco; y sin embargo, Teatro 8 de Marzo no se repite sino que somos quizás los receptores que sentimos que este colectivo pareciese repetirse y repetirse cuando coloca bajo la atenta mirada de su sentir lo que es materia incendiaria para cualquier grupo social. Por eso si vemos que el pulso de una pieza montada por ellas es algo que está allí, en el cristal de las veinticuatro horas de una sociedad, de una mujer o de lo sintomático de nuestras ciudades, este grupo lo hará de alguna manera tangible tras sus procesos escénicos. Es así que, el tema de la injusticia derivada de la muerte violenta la cual casi siempre está ausente en nuestro entorno y que termina siendo solo una campana ominosa tras la cantidad de decesos infortunados que la una prensa amarillista y funcionarios policiales –y hasta de alto peso como podría ser un Ministro de Interior y Justicia- tienden a etiquetar con la consabido frase: “fue un ajuste de cuentas”. Algo indignante que, sencillamente, se constituye en justificación peregrina a las crecientes cifras que engrosan la desesperanza de esa “pérdidas de hijos” sin explicación pero si que sentimos al escarnio de “las palabras vacías” de esos representantes de la Ley y la Justicia que espetan razones a lo que es ya una “sinrazón”. Por ello, la función social –y hasta catártica de lo escénico teatral- toma aliento inflexible no para un acto de explicar, no para regodearse en los entendidos del fenómeno sino tomar ese objeto intolerable para exponerlo crudamente y hasta quizás, con que el contundente tañido del drama no quede allí, simplemente tirada en nuestra recepción como una imagen más –tal y cual muchas de las veces quedan en el suelo, en las aceras de calles de barrios y comunidades los cuerpos exánimes, los cuales muchos ven con indiferencia al pasar de largo hacia sus trabajos o al centro comercial porque no saben quien es, quien fue o, que representa ese occiso a la mirada impactada del transeúnte que no nunca le conoció, que jamás lo vio como hijo, o hermano o también un joven padre de alguna criatura, ahora huerfana; ese mismo transeúnte no es quew lo mire con desden sino que no lo ve / siente como algo suyo, como su pariente ya que no es su carne, no es su vástago, o su amigo, tampoco el vecino o, el conocido de lo cotidiano- sino que es el reflejo de lo que le aconteció a un ser humano más en esta tierra de "¿gracia?" Un texto: El último credo (2008) escrito por Lali Armengol Argemi contribuye a hurgar en el trasfondo de esta cruel realidad. Un montaje que con muchas dificultades ha ido exponiéndose desde finales del año 2008 en varios ámbitos teatrales maracayeros pero que en una función especial concretada en el espacio informal “Frida Kahlo”, el día Viernes 27 de Agosto en la sede del Mueso de Arte Contemporáneo de Maracay “Mario Abreu” (MACMA) y enmarcado en los actos de celebración de este desaparecido creador e intelectual, el Teatro 8 de Marzo asumió con magnífica disposición e insuflado de ánimo, las ostensibles dificultades de un ámbito no convencional que no tiene apoyaturas normales para propuestas teatrales o dancísticas. Lugar fue delimitado de forma bifrontal. Se empleo pocos reflectores. Aplicación de escasos elementos escenográficos salvo tres pequeñas mesas con tapa metálica que se podía levantar y un cuerpo de madera que permitía en pivotes de imágenes según el empleo que le otorgase casa actriz y que fuese realizado por Camilo Macíaz. Se suma al todo estético – conceptual, los elemento lumínicos (Abraham Silva), un vestuario ecléctico (ideado por Laura Vargas – Nora Salazar) que discurrió como capas de una cebolla y que en ese despojarse daba prefiguración a la figura –personaje. Finalmente, para ayudar a generar rupturas de secuencias en la unidad dramático argumental, se patentizó un segmento musical -que si mal no recuerdo pertenece a un reconocido grupo de salsa de los años setenta/ochenta el cual permitió articular a modo de leit motiv, la unidad de historia sumida tras el texto de la Armengol. Un trabajo sencillo, sin dobleces, ni escamoteo de lo que se debía sustanciar y del cual me atreveré a calificar de “escenificación coreografiada”. Lo expuesto como espectáculo hace que le público no vea la típica relación de protagonista versus antagonista y generar un conflicto. El personaje (Mujer) se subdividió en tres féminas que proyectan la madre que reclama justicia por la muerte del hijo menor de edad y que no comprende los ¿por qué de la violencia?, que reclama la indolencia de la justicia, que gime estoicamente su sufrimiento ante la impunidad. Tres personajes anónimos que son uno, desdoblados el tríada que a interactúan con el espacio, que no dialogan, que proyectan con el cuerpo una danza, un movimiento, unas acciones, un conjunto de significados que potencia la palabra textual de El último credo para que sea la recepción del espectador quien arme como gran gestalt, lo que es y debe aguijón temático. La performance de técnica corpórea exhibida por las actrices Laura Vargas, Angie Chourio y Lorena Romero dejaron constancia que se había asumido desde el tuétano lo que se tenía que proyectar como esencia de contenido a quienes éramos el público para esa noche. Había fuerza orgánica, modulación expresiva, soltura en el tramado de composición con lo coreográfico y un solvente hilado en las secuencias para crear un tempo justo y preciso. Salvo la uniformidad de voz de la actriz Lorena Romero, que a veces se le percibía algo suave pero sin caer en exageraciones atiplada de impostación, la uniformidad artística sostuvo este notable trabajo teatral que sin duda, es parte del distintivo sello de uno de los grupos artístico más claros del estado Aragua y, ¿por qué no decirlo admitirlo?, del país. Teatro 8 de Marzo merece nuestra atención por su dedicación, loable empeño por decir cosas al tiempo presente, por estar donde debe estar con la fe que las limitaciones económicas, ni la falta de un espacio propio, ni la desatención de los entes gubernamentales en materia de cultura apoye su causa. El público y la comunidad sea esta sin nombres o, para algunos, segmentada en lo femenino, les apoya con su consecuente aplauso y reconocimiento. No en balde Teatro 8 de Marzo es un grupo que no está arrinconado en el teatro digestivo sino en un modo de hacer subjetivo / objetivo que sacude neuronas y fibras de quien sabe que el teatro tiene y debe ir más allá de la risa, el solaz o la evasión de un fin de semana.