martes, 25 de agosto de 2009

¡TUMBARRANCHO TEATRO APUESTA A NO OLVIDAR: 29.10.08!

Es un joven colectivo caraqueño que surge en lo que va del presente decurso de esta primera década del s. XXI. Un grupo que como su nombre connota, parece explotar como un fuego pirotécnico en plena fiesta decembrina. Han ido transitando con paso seguro pero aceitadito la mil y una suertes –buenas, malas e inesperadas- que el hacer teatral le impone a quien aspira ir más allá de una imagen o una transitoriedad espasmódica. Una trouppe comandada por Karin Valecillos quien se ha echado al hombro en sus primeros tiempos el confeccionar los resortes de su hacer a fin de ir captando la atención de la escena caraqueña, primero, luego, del interior del país en el contexto de algunos festivales y, ahora, el horizonte de la internacionalización. Han sabido irrumpir con desenfado y sin desmedro de calidad en forma como en contenido en una franja de grupos que son los depositarios de lo que algunos esperamos sean la “generación de relevo” de la subsiguiente década de esta centuria en el país. Ya su huella ha dejado su marca en el exterior creando hacia el interior del grupo, confianza y hacia lo externo que lo cualifica, un impacto alejado de estridencias, rebuscamiento y menos aun, de grandilocuencias chillonas. La escena que lo ha estado pulsando, les está confiriendo el aplauso porque han sabido situar la esencia lo experimental no como un espasmo sino como sólido sopote que emana reflexión en cada asunto, tema escogido y por la edificación de contundentes propuestas escénicas que hablan por ellos de forma eficaz. Su camino ya ha cosechado éxitos y reconocimientos; por ejemplo, para muchos ya es sabido del logro de sus temporadas con producciones como: Cuentos de Guerra para dormir en paz (2007) y Lo que Kurt Cobain se Llevó (2008). Un grupo que ha expuesto sobrias como acertadas puestas en escena con las cuales han sabido colocar diestramente ese delicioso gatillo de ser observarlos tanto como grupo y resultados bien estructurados en lo que se desea hacer y en lo que aspiran comunicar. Como grupo novel, les he visto ir saliendo del anonimato, emerger con paso seguro e ir destacándose en base a una buena vibra que se transmite desde la juventud que irradian, por la confianza que saben estampar a su desempeño artístico y por el sello de calidad en sus trabajos profesionales (no amateur) que ha recogido cosechas de loas, premios y respeto del gran público tanto en salas de la Gran Caracas como en algunos connotados eventos teatrales del país. Actores y actrices, con títulos académicos bien amarrados, con desempeño individuales y de que se han aquilatado con otros grupos y compañías con nombre y apellido ya consagrado, con el hálito de saberse alternar en las distintas exigencias que demanda el rigor de la escena sea esta desde la geografía de lo dramatúrgico, la producción, la dirección, el trabajo interpretativo de los histriones y actrices, del saberse apoyar por profesionales con trayectoria definida, están captando un público y la atención de los gerentes de algunas salas privadas que antes no arriesgaban con colectivos de esta naturaleza. Tumbarrancho Teatro suma detrás de su team, la adición de nombres, caras, experiencias y actitudes que califico de dinámicas, por cuanto hacen teatro como algo serio; prestos, porque asumen el oficio con respeto; proactivos, porque en su corto periplo han situaado las coordenadas de la calidad y temple conceptual tanto en lo que es inherente a sus indagaciones escénicas como a su preparación artístico técnica. Son un colectivo que está templándose de forma lenta con el pasar de los años y con el surco de cada montaje. Un grupo que marca su pauta frente u otros con igual o mayor tiempo de acción sobre las tablas capitalinas. Artistas y creadores que expelen entereza y rigor en los asuntos tangenciales al drama sin rodar hacia las durezas del género trágico y, menos aún, desapegándose de la comedia digerible. Están hilado fino porque tras sus espectáculos se verifica una clara respuesta dramatúrgica que no apela a los ilustres nombres del teatro nacional sino que apuesta por el semillero de su propio predio. En su corta pero eficaz trayecto se han dado a conocer en las plausibles lides escénicas que han concretado las rúbricas artísticas de Karín Valecillos (directora y dramaturga); Nathalia Paolini (actriz y productora); Jesús Carreño (actor y, ahora, director en ciernes); Giovanny García (actor), Rober Calzadilla (actor y hombre que ha estado laborando calladamente en instituciones teatrales); Israel Moreno (actor de teatro y cine), José Manuel Vidal (actor) y Vicente Peña (actor y animador de un programa cultural televisivo). Todos bajo la apropiada producción general de Ciris Perruolo. Tras ellos, un andamiaje de elementos no verbales que se construyen a través de la presencia del diseño de iluminación del veterano, Alfredo Caldera, el aporte profesional de Omar Borges, en la dirección de arte; el trabajo de imágenes (telones y piso) producto de Carlos Riera; asimismo, el aporte de Oswaldo Maccio tras el diseño gráfico Lo musical (original) contribuyó a generar esa toque de humor con chispas que recrean lo geográfico social cultural por el empleo de lo que le corresponde a El Sagrado Familión. En este año, abriendo nuevas sendas dentro eje-circuito de difusión teatral del este de Caracas, han estrenado en los espacios del Espacio Plural del Trasnocho Cultural, su reciente propuesta: 29.10.08. Siento que la frase “El olvido es el alimento de la impunidad” connota eficazmente la premisa medular de esta producción; me refiero, a la nefasta masacre o crimen de El Amparo acaecida hacia finales de la década de los años ochenta cuando un grupo de campesinos fueron vilmente ejecutados por el miembros del ejército de aquellos años para luego estos argüir que eran “subversivos”, infiltrados que hacían vida entre las fronteras colobo venezolana y que, por razones injustificadas, que rozarían en ocultos intereses de la jerarquía castrenses de aquel entonces, decidieron efectuar ese acto cobarde y desprovisto de toda decencia. ¿Soldados inocentes?, ¿Suboficiales implicados?, ¿Un estamento militar que jugó con la verdad e hizo de la impunidad algo trágico para ganar quien sabe que en ese punto geográfico que recordaremos como el Caño la Colorada, en el estado Apure y donde se dio una masacre la cual ellos apostaban que nadie sabría? Y, sin embargo, la verdad fluyó con sus pesares. Hubo testigos. Dos supervivientes / víctimas que salieron ilesos -en lo físico pero no en lo psíquico- tendrían, luego, la difícil empresa de sacar a flote los hechos que nos han llegado hasta nuestros días. Ese drama ominoso fue la arista que asume Karin Valecillos para construir desde lo real, un hecho terrible donde la vida de catorce seres inocentes, fueron segadas y que más allá de los argumentos, las razones, los porqués y de los calificativos de violencia fronteriza, masacre, escaramuzas, controles, y juego de poderes –claro, de un solo lado-, la verdad es que el tema de la impunidad queda centrado con todas sus aristas. La verdad es difícil de manejar pero el teatro ofrece su furibunda fuerza ante nuestra sociedad para que temprano que tarde ningún hecho sea olvidado y que la toma de consciencia pueda vencer cualquier enredijo que trate de amañar los derechos por la vida y por el saber con todo lujo de detalles para que nadie se salga con la suya y un pueblo pueda dormir tranquilo a pesar de las tragedias. Valecillos asume por cuenta de su labor como oficiante de la palabra y la imagen, el reto creativo para afinar una perspectiva y una postura teatral para el grupo que comanda que centra su interés en que : ¡no hay que olvidar! Ello hace que la labor de crecimiento del colectivo esté en la palestra y siga sumando puntos profesionales tanto en las lides de producción y concreción de espectáculos que otros colectivos con mayor data cronológica le ha costado años configurar. El punto es que esta propuesta de 29.10.88 se atreve a ir a investigar, a ir a fondo, que se atreve a tomar el riesgo de emplear lo esencial de la realidad y lo justo de la ficción para constituir ese montaje que se exhibe aun en un ámbito como lo es el Espacio Plural del Trasnocho Cultural. Y bien por Tumbarrancho Teatro porque ahora vemos la mano de otro artista de la dirección como lo empieza a representar, el histrión, Jesús Carreño confrontó un espacio rectangular; propuso una distribución semicircular donde el lateral derecho asume una forma de “L”. Los espectadores confrontan la puesta con mayor firmeza en la parte central y captan rápidamente, un gran telón que supone la geográfico de El Amparo. Colores y tonalidades suaves. El piso, intervenido como si fuese un río atraviesa la zona central. A la izquierda, otro telón con figuraciones desvaídas que asemejan cuerpos; y por el costado izquierdo, un dispositivo de TV con su aparato de CD para proyectar (algo que supongo no se pudo exhibir por razones técnicas dio el día que presencie el montaje) algún tipo de documental o, extractos de noticias o resumen en torno al hecho y sus consecuencias. La resolución de Carreño apeló básicamente a la labor compositiva del actor. Desde su organicidad de entender el papel del personaje a armar las relaciones emocionales externas para si y para lo que implica el antes y el después del suceso que los atrapó. Ellos en conjunto lograron una plasticidad expresiva homogénea y dúctil que ayudó a la línea de la puesta en escena para buscar que el ritmo dialogal, y el tempo dramático fuese acorde. En todo caso, la percepción que obtengo de este trabajo histriónico y de puesta en escena que arma Carreño es plena, convincente y asertiva, El público se imbuye en lo que acontece y rara fue la ocasión que alguna risa destemplada salió de la platea hacia el escenario, factor que indica que no hubo desatinos con relación a lo que pudo ser gracioso, de humor o sencillamente, ligero en situación. 29.10.88 se constituyó en trabajo temperado dado que actores como Robert Calzadilla, Giovanny García (Pinilla y Chumba) asumen con severidad, justeza y aplomo sus caracterizaciones. No hubo filigranas ni excesos, todo en su justo lugar: voz, movimientos, interrelaciones, y comunicación con el resto del elenco. La labor de composición dada por Nathalia Paolini (La Rubita) fue discreta en el entendido que su cuerpo dice más que su voz. A veces casi rayando en lo inaudible, a veces con modulaciones que no están totalmente sólidas pero a final de cuentas, saca su trabajo con perspicacia. Para la mirada de quien suscribe, el esfuerzo otorgado por Israel Centeno (Tovar Araque) como de Vicente Peña (Hilario) fueron ostensiblemente coherentes en vigor escénico, fuerza expresiva, pulso de modulación e inflexión de timbre voz, actitud comunicante entre lo que parecen pensar y expresan en sus acciones. Firmes y funcionales están bien plantados sobre la escena. Por su parte, José Manuel Vidal también cumplió pero siento que en él hubo altibajos corpoexpresivos que se pueden aun moldear (voz) / delimitar (lo expresivo verbal) a fin que se asiente como personaje conclusivo en relación al conjunto histriónico general. No quiero decir que sea un esfuerzo bajo sino que debe ajustarse en ese clima que sus otros compañeros actores logran recrear. Jesús Carreño (La autoridad) expresó de forma convincente su labor de personaje; hay un guiño que sabe emplear desde el cuerpo y que se enuncia en lo gestual; la voz bien centrada, el desplazamiento y la relación con los otros, clara. Como director / actor no se debilita ni se sobredimensiona. En resumidas cuentas, un trabajo que debe ser confrontado. Un espectáculo que está dentro de la coordenadas que ya le hemos visto a Tumbarracho Teatro y que de seguir así, habrá mucha tela de calidad que cortar para un público que asuma que el teatro no es solo risa fácil, tramas digestivas y temas ligeros. ¡Mis felicitaciones!