miércoles, 19 de agosto de 2009

PARA NO OLVIDAR UN TRABAJO DEL TEATRO SAN MARTIN: CHAT

La dramaturgia de Gustavo Ott es una de las más inquietas y aguzadas del actual momento latinoamericano. Su insistente capacidad de otear los ángulos, las circunstancias y las visuales del comportamiento social e individual continúa plasmándose texto a texto. Perspicaz, agudo, inquisitivo con el tratamiento temático que de alguna u otra forma plantee al interrogantes es sinónimo de que existen elementos facturables para poder ser substanciados dentro un producto textual que, quiérase o no, servirá a otros (lector, público, artistas que se comprometan a escenificarlo) a generar diversos alcances reflexivos. Un autor que intuye como ciertos factores está vibrando en el seno de lo social es indicativo que no hay limitantes para su probar que con el teatro se puede inferir una propuesta de análisis al fenómeno que nos modifica. Estos factores ya no son esencialmente existenciales sino estrechamente relacionados con un entorno que demanda que cada ser, cada sociedad, cada transformación sea visualizada no como algo fijo o permanente sino como dinámico. Tal situación exige por tanto que el creador (Ott) esté dispuesto a aprehender y decodificar parte de los hilos que esos factores entran en juego. Así, su obra escrita –sin etiquetarla de buena lograda o exploratoria- sirve de espejo para recoger parte de los reflejos que la realidad nos devuelve y que, como humanos insertos en ellos parecemos obviar, dar por sentado, dejarnos afectar o hasta alienar. Uno de sus más recientes textos teatrales titulado Chat estuvo en la marquesina del Teatro San Martín de Caracas contando con la puesta en escena del director y actor, Luís Domingo González. En el programa de mano de este montaje se cuela la frase:”Sabrás la verdad y la verdad te hará un desesperado”. Aunque de autor anónimo parece convertirse en un portal para que un tentativo eje temático que puedo extraer de lo que fue la lectura como espectador, fluyese con cierto grado de coherencia: el tratamiento de lo perverso colectivo. Esta vez, explayado bajo la particular capacidad de Ott por tocar las sinuosas como sombrías fronteras entre lo que, en tiempos de globalización, se ha convertido en eso que es la comunicación instantánea. Una comunicación que propone entendidos distintos a los tiempos de hablar y ver al interlocutor cara a cara, donde uno ve, oye y siente que la palabra tiene y connota sentimientos, entendidos, insinuaciones tras el gesto del cuerpo, la manera de cómo se expresa lo verbal y hasta las maneras del intangible psicológico. Estamos en la era de la comunicación pero que ha generado dos niveles: una real y otra virtual. Somos seres que demandamos estar en contacto con otros pero hay que salvar distancias, ganar tiempo al tiempo, sea bien por razones laborales, académicas u de ocio. Indistintamente, el fenómeno de la comunicación ha incidido que lo tecnológico haya impactado desde la invención de la escritura pasando por la radio y televisión, el teléfono, la Internet y el complejo universo que subyace en este singular tecnocomunicador antes propio de un grupo de científicos y ahora que esta a la mano de cualquier niño o adolescente. Ahora la soledad se allana con comunicación con otros en distintas modalidades: salones de chateo, sitios de flirteo, páginas personales y un sin fin de otras expresiones que la WEB coloca tanto al hombre, mujer del s. XXI. Para nadie ya es un arcano haber tener una cuenta de correo electrónico, de accesar a una página web “x” o “y” donde se le ofrezca eso que se llama salones de charla y, los más aventureros, de manejar al dedillo, espacios como YouTube o Facebook. Lo cierto es que, la soledad o el ansia de comunicación instantánea fuerza a cada quien a emigrar bajo una cierta neurosis colectiva de conocer, saber, informar o ser informado sea el mensaje a enviar / recibir ética y moralmente válido o no. Como tal, la pieza de Ott, Chat la podemos ver como un pretendido –aun no acabado- que ha ya sido discurrida por otros autores y no por ello queda invalidada dado que es un territorio aun virgen sobre el cual lo sociológico y lo artístico (entre otras disciplinas) pueden generar discursos para comprender su potencial alcance. Lo que si se desea recoger es que tras las líneas argumentales que Ott plantea (que van desde la manipulación psicológica a la seducción de nuevos comportamientos) cada grupo social parece estar marcado por “sentimiento suicida” ya que, ¿quién sabe que ocultos resortes están tras cada conversación que solo expresa en la pantalla un diálogo del cual no podemos comprobar su autenticidad? No hay certeza con quien interaccionamos, no hay garantía de saber si a quien vemos es ciertamente es quien creemos ver. Estamos a merced como una oveja a ser degolladas por gente perversa y astuta que podría mandarnos a un despeñadero si solo oímos el canto de sirena que emana estas tentadoras maneras de conocer a los otros sin asumir el “riesgo” del trato personal. Chat puedo ser más perturbadora sino hubiese sido la ambición del dramaturgo por abrir demasiadas vertientes a lo que pudo ser una trama central. El inconciente colectivo que se opera en un salón de chateo entre dos jóvenes hubiese sido puntual para focalizar esos lenguajes, modas, sentimientos, contradicciones, pulsiones y tejidos de conexión que se establecen entre dos individuos. Ya es un universo complejo como para situar desde lo paroxístico manipulador ideológico a las trampas del engaño que seducen a los incautos sea por sexo, necesidad de inmigrar o de exiliarse en otros ámbitos más seguros. La poética de la víctima tal y como lo argumenta Ott para su texto pudo ser más delimitada y quizás su impacto –que lo tuvo en la recepción del espectador en sala y en especial, el joven más influido por el fenómeno del chateo- haya sido más contundente. La puesta en escena de Domínguez fue parca en el empleo de elementos escenográficos y en la creación de una atmósfera. Colocó a los histriones como puntos focales para que el discurso de la pieza fuese esencialmente lo que el espectador debía atender. Las actuaciones fueron justas y allí que Chat adquirió sentido de conexión con la platea. Los trabajos de David Villegas y Carolina Torres los más comprometidos en componer sus papeles; por su parte Rubén León denotó entrega pero que debió densificar más organicidad en salir y entrar de un papel a otro. Finalmente, Mariana Alviárez exhibió oscilaciones técnicas en voz y manejo corporal que le hubiese ayudado a estar a la par de sus compañeros de escena. Un espectáculo que siento que puede ser leído y retrabajado con más empeño por todo el equipo a fin de otorgarle más ritmo teatral y deslastrarlo de movimientos que dispersan la unicidad significante que la dirección buscó. En todo caso, Chat no dejó de ser una propuesta atractiva.