viernes, 16 de abril de 2010

EL TEATRO CUENTA LA HISTORIA DE VENEZUELA

El país dramatúrgico venezolano siempre está por develarnos sorpresas. Estas no están en la novedad si no en esa incapacidad que han tenido grupos, compañías, directores y productores a no ir más allá de un cierto grupo de autores que, por lo general, siendo contemporáneos, parecen todos ir de César Rengifo a los representantes de la “Santísima Trinidad” – J. I. Cabrujas, Román Chalbaud, Isaac Chocrón-, de Edilio Peña a Néstor Caballero, de Rodolfo Santana a José Gabriel Núñez; con alguna mediana suerte, lo que de alguna forma u otra calaron desde las dos últimas décadas del siglo XX a la fecha. Autores y dramaturgas como Eduardo Azuaje, Javier Moreno, José Tomás Angola, Xiomara Moreno, Carmen García Vilar, Carlos Sánchez Delgado o, Gustavo Ott por solo mostrar una franja de un teatro que sin ser invisible, han trascendido de lo inédito a lo visible del reconocimiento en premios, escenificaciones, publicaciones y ser, ciertamente –a desmedro de lo que una vez califique como “dramaturgia represada” ser los escritores teatrales en boga al sondear las distintas marquesinas de los teatros a nivel nacional. Este introito es solo un suspiro para decir que de lo nuestro poco en tablas, en especial, si tratamos de puntualizar que, en la conciencia de quienes tienen la batuta de producir “espectáculos comerciales” sean estos bajo los géneros de la comedia, el drama o la tragedia, parecen siempre estar dispuestos a ver fuera y nunca dentro del país. Así, el teatro nacional queda atrapado entre el olvido, el menosprecio, el desdén y en el peor de los casos, la ignorancia. Es tiempo ya de hacer valer no nuestro. Como los mexicanos: “¡primero lo nuestro; segundo, lo nuestro y finalmente, tercero, lo demás!” No en una actitud impositiva, no es seguirle la sombra a la rueda de lo ideológico de alguna política de Estado que, con bis “nacionalista” hace sentir que, hay que rescatar lo propio y obviar, lo foráneo. No. Es sencillamente, sabernos fieles y coherentes en que tenemos temas, asuntos, obras y un sin fin de autores que esperan su momento de ser llevados a las tablas. He ahí la reconciliación con lo que es ser auténticamente nacional pero sin ser a ultranza “nacionalista ideologizado”. Saludo así el esfuerzo del profesor Humberto Orsini que supo entender esta entendido y con perspicacia, insufló la concepción del proyecto El teatro cuenta la historia de Venezuela en el Bicentenario. Un acción concreta para un fin determinado y, no obstante, entroncado a rescatar los valores dramatúrgicos propios desde no la fastuoso de una mega inversión sino con contados recursos, una actitud digna y un sentido de entender que el tiempo y las circunstancias ameritan sacar a flote a un grupo de autores relegados y cuyas piezas pueden decir lo que en algún momento era consono a la recepción del público. Es así que en un ciclo de lecturas dramatizadas permitió mostrar como testimonio de momentos, sucesos, eventos, circunstancias que fueron tratados por autores que van desde Luís Peraza a Domingo Navas Spinola, de Jerónimo Pumpa a Víctor Manuel Rivas, de Nicanor Bolet Peraza a Ángel Fuenmayor. Junto a ellos, otros referentes dramáticos como Chocrón, Caballero, Rial, Rengifo o Britto Garcia. El país, la nación, la sociedad, su historia, “ese pasado” que fue de la conquista a la independencia, de la colonización a la guerra federal, desde la resistencia de los primeros venezolanos en contra de un imperio a las luchas de emancipación y así, ese gran mosaico de eventos que coadyuvaron, acrisolaron, forjaron desde nuestra identidad a nuestro carácter nacional. Un magnífico evento que debería ser permanente en espacios teatrales en especial, en el marco de los teatros centenarios (como el Teatro Municipal, Nacional, Juárez, Cajigal, etcétera) del país como fórmula mediata de reanimarlos y darle el lustre de edificaciones que son íconos de esa Venezuela orgulloso pero no altiva donde el teatro de autor, el teatro que debe ser referente para insuflar con brío que lo nuestro es tan valedero como lo foráneo y porque hay que persistir en que la memoria nacional no puede abandonarse para estar a la moda de los nuevos temas /argumentos / autores de la postmodernidad. Una Mirada a Olaya Buroz Con dirección de Gladys Prince, una de laspiezas claves perazianas como lo es Oleya Buroz (1950) retorna de forma convincente a las tablas de la sala Experimental del CELARG. Una puesta despejada de medias tintas, clara en su substancia de retomar la obra de uno de los autores más prolíficos del teatro venezolano entre 1940 y 1970, un maestro, un artista comprometido y un hombre de teatro que se vinculó a la esencia de múltiples instituciones teatrales del país. Una dramaturgia relegada al olvido pero que todavía tiene cosas que decirle al tiempo de hoy. Un autor y un teatro que debe re leerse a fin de comprender asuntos, temas y claves de la historia nacional. En si Luís Peraza fue tomado con audacia -aunque sea desde la realidad de una lectura dramatizada- para conectarse con un público menor de 30 años del cual estoy convencido, no tiene luces de ¿quién fue ese autor? ¿cuáles fueron sus obras? ¿qué quería decir a través de sus piezas? Bajo este proyecto, Gladys Prince convocó una puntual escenificación que con ribetes de no conformase con leerse de forma estática, me hizo recordar lo que el actor Julio Alcazar me comentase antes de ingresar a la sala: "dibujar con la imaginación". Eso es lo que uno aspira ver cuando se hace la puesta con texto em mano, crear atmósferas, delinear sentidos, conformar márgenes a la posibilidad, emanar significados desde lo hilado por el autor, en fin, toda una vastedad de aspectos que, por ser bajo el marco de la lectura se permite y que tiende a ser estatizados si pasa a un montaje con sus elementos verbales y no verbales delineados. Una lectura que no llegó a los cincuenta minutos pero que dejó el agradable placer de reencontrarse con Peraza y su visión de unos de los personajes históricos de la época repúblicana cuando mandaba en el país Carlos Soublette. Una mujer con claridad de pensar más allá de las contigencias de la vida conyugal. Una trama que puede leer dos aspectos: uno, al país y su momento de relaciones entre quien lo gobierno que sería como especie de aproximación a una visión del demos público y una que apunta al drama íntimo sentimental pasional de una pareja que está afectada por aspectos que van de los tribial hogareño a las tensiones de pareja; ahí el acento de mirada del autor al universo del demos privado del personaje. Pieza leida con ritmo, actuada con equlibrio dentro de lo que cabía ser entendido con el tejido de unos personajes en construcción, con holgura de manejo del espacio y con ese tono agradable que otorga un conjunto histriónico conjugado y ganado a concretar en tiempos record, la escenificación leída de este texto peraziano. La lectura hilación de personajes dada por Verónica Cortez (Olaya Buroz) fue rica en matices, dejos, silencios y aplomada en crear las enunciaciones de su papel; por su parte, Alma Blanco (??)(juraria que era Carmen García Vilar)(Soledad) y Gerardo Soto (Carlos Soublette) percibieron las sutilezas propias que le demandaba el decir, con sus tiempos, sus subtextos y la buena impostación de voz. Vicente Quintero y Luz Adriana Bustamante en sus roles de esclavos, pertinentes, con gracia y perspicacia en intención / acción lo cual generaba agradable momentos para la platea. Finalmente, Jorege Daka como el Ministro Inglés y Jesús León (Jefe de Aduana) estuvieron dentro del sentido de lo que se debía exbibir en su labor de lectura, movimientos e intenciones. La presencia de Daniel Jiménez como un trovador que canta y crea espacios de unión musical, otorgaron a la lectura /semi puesta en escena, de frescura. El aporte de Rafael Sequera para dinamizar una ambientación fue correcta y sencilla pero que dió holgura a los actores a crear los espacios mínimos para este trabajo. Un trabajo plausible y que bueno, siendo única función, por lo menos, dejó patentizado que debemos volcar la mirada a los autores nacionales. Hay una cantera amplia donde explotar no solo para esta clase de propuestas sino para situar proyectos de mayor potencia para nuestra cartelera teatral nacional.