viernes, 17 de septiembre de 2010

APUNTES PARA LA MEMORIA: LA CASA DE BERNARDA ALBA

Uno de los montajes más deliciosos tanto por lo que fue el hecho de retomar la hermosa y contundente tragedia del poeta y dramaturgo granadino, Federico García Lorca (1898 – 1936) se sustanció en el mes de Julio en la Sala Dos del Celarg con la magnética escenificación de La casa de Bernarda Alba. Para cualquier óptica este montaje - que solo contó con una breve temporada - se convirtió en uno de los proyectos teatrales más sólidos consistentes del primer semestre del 2010. Ello no fue fortuito sino que se validó por medio de la compactación de un grupo artístico, de diseñadores, realizadores y técnicos quienes con puntual trayectoria, integridad creativa y decantada perspicacia estético conceptual sumaron para que el Teatro del Contrajuego (constituido en 1987) bajo la aplomada dirección de Orlando Arocha (Maiquetía, 1954) condujese a este staff a que consiguiesen el exacto pulso tanto a la dimensión dramática de este autor español como al texto seleccionado. De Teatro del Contrajuego ya se ha comentado por periodistas culturales, cronistas, investigadores y críticos que no solo son un grupo que cuenta con veintitrés años de constante batallar en las tablas nacionales y foráneas sino que han generado –más allá de la conducción de Arocha- ese elemento formador que ha abierto los portales para el ascenso de jóvenes promesas tanto para el ámbito del arte del actor como para el territorio de la dirección; parte de la camada de puestistas que de alguna u otra forma han legado su crecimiento profesional podemos citar a: J. Bouley, V. Albarracín, Mario Sudano y J. J. Martín, entre otros. Teatro del Contrajuego como unidad de producción, como ente artístico y colectivo de avanzada ha sido conducido por la visual de Orlando Arocha desde el momento que decidieron que tanto el teatro clásico, de arte, venezolano y contemporáneo debía ser un delineado norte con metas que expongan un reto nada sencillo pero que de ahí les ayudase a perfilarse como agrupación referente en el paso del ciclo del s. XX al S. XXI. Bajo esas y otras premisas artísticas como teóricas han ido asumiendo las tablas con enfocado rigor, sentido significante para trasmitir códigos y entendimiento de ese eje de comunicación que parte del texto y se concreta en una resolución escénica imbuida de ideas para el público receptor. Esto permite señalar que el Teatro del Contrajuego se ha sabido erigir por su sólido empeño hacia un norte donde su visión / misión creadora esbozada desde mediados de la década de los años ochenta del s. XX se ha consolidado firmemente a la fecha. El palmares de premios, reconocimientos, proyección nacional e internacional así como estar al día con la exploración de los linderos que el teatro debe conformar para no encasillarse es otro de los elementos distintivos de su rúbrica institucional grupal. La suma de sus producciones es amplia y contundente. Autores poco trabajados y textos inusualmente asumidos por otros directores y grupos conforman una unidad diferenciadora de lo que descansa como ideología creativa. En ocasiones, según el contexto socio cultural / político / económico Teatro del Contrajuego se arriesga a expresar sus posturas de creencias de lo que debe ser el TEATRO en mayúscula no solo para provocar asombro, goce estético o reflexión intelectual sino de provocar en la conciencia del gusto del actor y, especialmente en ese espectador, una reacción transformadora que demanda racionalidad inquisitiva, abierta sensibilidad y aguante por los retos de romper con los tiempos de ser receptor cuando asumen proyectos de largo aliento en lo que es la concreción de representación. Lo innegable es que el pasado mes de Julio, Teatro del Contrajuego aposto por una de las piezas emblemáticas de Lorca como lo es La casa de Bernarda Alba (obra escrita en el año 1936, dos meses antes de una ominosa ejecución “tras la sublevación militar de la Guerra Civil Española” ya que por su doble condición de estar ser afín al Frente Popular, intelectual comprometido y abiertamente homosexual. Este Lorca infinito y multifacético en su universo escritural, humano y de una “acritud ideológica” ha sido calificado por Francisco García Lorca en su libro, Federico y su mundo como “el poeta más sensible a problemas sociales entre los autores españoles de su generación” (1981: 407). Siempre tentador y fascinante para un grupo con solidez artística como para un director que cuente con la madurez / experiencia para profundizar las múltiples aristas que una obra como La Casa de Bernarda Alba puede proponer a cada tiempo y cada grupo humano que sienta por el teatro, un canal de comunicación con un ser humano destinado a inmortalizarse y trascender más allá de los efectos masificadotes de lo postmoderno y, más aún, por la incidencia de lo heterogéneo de una dramaturgia que a veces raya en tratar de “despojarse de los grandes temas humanos”. La esencia de asumir Lorca en estos tiempos es que permite a un grupo artístico teatral explorar cuan maduros y afinados están para ingresar con frente en alto hacia la senda de un compromiso creador sintético y que cohesione de forma sustancial de un todo ….la estructuración de cada papel como en esa misteriosa “resonancia colectiva” de un pueblo que más allá de lo tentador de afirmar que se ha comportado de forma tradicionalista o que desde lo local puede abrir postigos a la universalidad, situaron una comunicación transparente bajo la égida conceptual de un creador que supo decodificar y calibrar un sentido multívoco a la comprensión de la obra lorquiana. Desde la memoria se suscribe lo que se percibió como una de las funciones de la temporada que tuvo el Teatro del Contrajuego en el Celarg. Lo primero que me llega a la mente fue la calibrada escogencia de la plantilla actoral conformada por destacadas actrices del teatro, la televisión nacional e, incluso, interpretes con mediana o emergentes trabajos en las tablas. Sin embargo, el hecho que este elenco muestre nombres como Diana Volpe (Bernarda), Haydee Faverola (Poncia), Antonieta Colón (Maria Josefa – madre de Bernarda), Carolina Torres (Magdalena), Ana Melo (Amelia), Gladys Seco (Martirio), Jennifer Morales (Adela), Maritza Briceño (Criada) y Gema Llanos en los papeles de Prudencia y Mendiga denota que Arocha calibro y selecciono una escogencia que no solo implicase que cada una de estas artista dispusiese de tiempo en su labor actoral para embarcarse dentro de un periplo de corta duración de temporada sino que de su trabajo compositivo busca urdir un tramado de contrastes en cuanto a personalidades que pudiesen acoplarse no solo en la faena de ensayo sino de cuajar una respuesta donde se sintiese La proposición de Arocha busco hacer una correlación entre el mundo regionalista tradicional ibérico con aproximación (¿proyección?) a una “visión latinoamericana de mujeres unidas a un vínculo de amor y respeto a una madre generadora de vida y ejemplo a seguir”. Tomare lo suscrito por el hermano del poeta / dramaturgo (Francisco García Lorca, 1981: 375) quien referencia: “… «El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico» e incluso, que con esta obra “se ha creído ver en ella algo así como la rectificación de una visión poética del teatro, al tiempo que el paso hacia el tipo de realismo que se ha venido considerando como propio del teatro normal…”; estos extractos me pueden hacer inferir que la propuesta de sentido significante que fue dada desde la composición individual actoral hasta el plano grupal por este colectivo histriónico supo armar un andamiaje eje desde la referencialidad de esa casa donde se asienta una atmósfera opresiva que como cebolla, expone capa tras capa donde se puede leer elementos como el peso del “sexo, la fatalidad, la tiranía y la muerte”. Cada actriz desde el potencial de su trabajo – y ello me hace recordar lo dado por el desaparecido Maestro Enrique Porte en su Taller del Actor años atrás sobre lo que debía ser el trabajo del actor consigo mismo y el trabajo de actor con el personaje – lo que implica que un grupo de estas actrices logró conformar con tino lo que demandó Arocha a la hora de articular el reparto de los papeles y lo que debía ser su horizonte para cada papel. Incluso me permito hacer un inciso sobre lo que Patrice Pabis nos refiere en Diccionario del Teatro entorno al “personaje leído y personaje visto” ya que dichos aspectos logré verificarlos desde la expectación del espectáculo es decir, que hubo entregas histriónicas que asumieron la finalidad de la representación en el entendido que esta “solo existe en el presente común del actor, el lugar escénico y el espectador” (Pabis, 1990: 423). Esa visual se logró entender desde lo proxémico de las distancias entre cada cuerpo, por medio de afiligranada red de miradas, gestos e intenciones; incluso, puedo añadir que también desde la determinación sintáxica corpogestual de un segmento de la plantilla actoral lo cual terminó por generar en la platea esa auténtica sensación que estas actrices sustanciaron una “infracomunicación” que, para casos de Haydee Faverola, Gladys Seco, Nathalia Cortéz y Antonieta Colón fue patente. Para las interpretaciones de Diana Volpe y Carolina Torres puedo expresar que sus papeles estuvieron algo oscilantes (en la función vista) en cuanto a ritmo, modulación de voz y uno que otra desconcentración con la letra. Con todo, el elenco estuvo acoplado a pesar de la alta tensión que el drama exigía y que el tipo de comunicación no verbal entre las actrices pudo haber estado más denso. La recepción del público fue estupenda lo cual expresó su complacencia respecto a lo que tenía que proyectarse como riqueza compositiva y darle sustancia dramática a todo el andamiaje de esta estupenda escenificación de La casa de Bernarda Alba. De la puesta en escena solo indicaré que estuvo a la altura de exponerse como espectáculo sobrio en estilo, limpio estéticamente y fluido en su lapso de ejecución. Una planta de movimientos calibrada donde cada escena hizo comunicación con la siguiente y la dinámica lumínica creada por jerónimo Reyes permitió cadencias de matices que dieron eso que se maneja como atmósfera pero que ya entendemos que está en correspondencia a la sintonía dramática actoral y del concepto que erige la dirección. El vestuario de Joaquín Nandez y el maquillaje de Andreína Arteaga aportaron la cohesión final a la disposición de ideas de la dirección. Espectáculo que debió mantenerse un lapso más dilatado en la cartelera a fin que nuestro público hubiese disfrutado de un regio montaje que da honor a la dramaturgia lorquiana.