viernes, 8 de octubre de 2010

PESSOAS

Algunas veces la función del crítico se satisface y regocija cuando asiste a un trabajo escénico donde la sensibilidad, la creatividad y el talento artístico se conjugan de modo que el gozo estético y el gozo intelectual pueden ir de la mano. Son de esas veces que la función de la crítica no está ante la exposición de un proyecto creador que se sostiene en base a un dramaturgo clásico, contemporáneo o de reconocimiento nacional. Son esas veces cuando la escena se inunda –por decirlo de alguna manera- de desenfado, imaginación, gracia y un destello histriónico y musical que permite la comunión con la platea tras la conjugación de cruces de miradas, cierto efecto de empatía con sonrisas furtivas y de ese intangible roce de sensibilidades que hace que el rol, papel, función de quien debe generar reflexión / análisis sobre el hecho espectacular pueda no estar en primer plano sino coincidir con ese estado “puro” de recepción que cualquier espectador –neófito o conocedor- expone al estar sumergido en el goce con lo que recibe desde la platea. Con la constatación del proyecto escénico Pessoas, espectáculo Teatro Musical coproducción entre el grupo Encuadre Teatral y el Centro de Creación Artística TET (del cual tuve la oportunidad de realizarle dos lecturas: una, cuando se expuso en la Sala “Luís Peraza”, hace unos meses atrás – y del cual percibí algunas inconsistencias de cuanto al desempeño histriónico de la actriz Alma Blanco con su trabajo de impostación, empleo de matices y aprehensión orgánica del personaje Ophelia Queiroz pero que era subsanable en el entendido que la función vista era parte de una temporada y no era lo generalidad del total para el lapso de exposición global en esa fecha cuando se exhibió al público) la cual hizo que esa atmósfera del sentimiento nostálgico del poeta lusitano, Fernando Pessoa (1888 -1935) haya hilado ese sutil encanto con lo inmanente emocional y sentimental de cada uno de los que allí como espectadores estábamos observando y disfrutando de la rotunda sencillez que se emanaba del trabajo compositivo, histriónico, musical y rememorativo de uno de los más grandes poetas europeos del S. XX. La segunda lectura de este mondo trabajo escénico lo vuelvo a ver ahora en una segunda temporada pero esta vez, en la Sala Experimental de la Casa Gallegos (CELARG) en cuyo espacio íntimo, cercano y antojadizamente cargado de una atmósfera lúdica con la canción (fado estupendamente sintetizado tanto por la musicalidad ejecutada por Gonzalo Mendoza (Guitarra Acústica) y Rodolfo Aranguibel (Percusión) sino también por la potencia de voz, desenfado histriónico para componer con emoción y armar con justeza un papel como lo era María La fadista, un personaje que siendo “desterrada una cantante desterrada por su condición reaccionaria frente a la sociedad” se atreve a ser cómplice, oyente, cantante, voz de tiempo y ser con resquicios tan humanos como una poeta heroica cuyos versos no son en negro sobre blanco sino con la espiritualidad de saberse de carne y hueso con sus flaquezas y ansiedades y que con la soberbia entrega que nos plateó Norma Monasterios cuya vitalidad física hace que el movimiento sea grácil, que la entereza de armar dos roles y sumarlo en un bloque emotivo y la capacidad consciente de ser otro eje pivotad de este trabajo dejase a más de uno en la sala, no solo conforme sino satisfecho. No quiero hablar de Fernando Pessoa, su monumental trabajo poético, el universo de sus heterónimos, la belleza nostálgica para y con su tierra tras cada escrito sino también de esa postura extraña y sensible, huidiza y crítica, sensitiva y feroz de un bardo cuya obra atrapa por su elocuencia de un modernismo surrealista en capaz de colocar acento sobre acento al alma de quien lo lee, rememora o, sencillamente, se aproxima a su singular biografía. Pero es desde este particular universo que la trama, el drama y los personajes se dibujan por el eficaz trabajo de la dramaturga / directora, Katty Rubenz quien si mucho aspavientos, sin dorarle la píldora a nadie en cuanto a crear una monumento textual que sea capaz de hacer trizas lo convencional escénico si fue capaz de hilar fino y ofrecer un detalle humano, conmovedor, rico de imágenes, sintético en ideas y que en su no perfección de estructura dramática hizo lo que debía: colocar personajes con dimensión, generarles una situación y provocar una atmósfera a tono con lo medular del sentimiento. La dirección de Rubenz (una talentosa puestista que no está siendo valorada por la escena nacional quizás porque se ha dedicado más a trabajar que a promocionar su saber) fue asertiva en cuanto al manejo del espacio, supo focalizar los núcleos dramáticos que si escrito tenía y acentuar en cada trabajo actoral, ese marca para que desde el compromiso del actor con el personaje, fluyese un distintivo que lo caracterizase uno del otro. Un espectáculo que dejó una grata impresión en propios y extraños. Una apuesta a expresar que el arte sin de ser alta cúspide también tiene sus honduras y sus dejos en la sensibilidad que aspira hacer comunión con eso que llamamos teatro. Sobre las actuaciones de Alma Blanco diré que fue mucho más concisa y en consonancia al amor de una mujer que admira, desea y anhela a la extraña figura que se exponía en sus facetas de personalidades escindidas pero únicas, el Pessoa poeta y humano. Una composición más encarada al espectador que la logró visualizar / oír y percibir en la dimensión interna como de acciones físicas concretas. Una Alma Blanco como la que hemos admirado y aplaudido en otros proyectos escénicos y que supo captar que con cada “subida y bajada de telón” había no una actriz sino un personaje que era capaz de decirnos cosas. Finalmente, la labor interpretativa de Manuel Chourio encarnando escénicamente a inmortal Pessoa, fue parca en su dualidad de componer / exponer esa mundo interior y esa multivoca trasnspersonalidad que lo pessoiana puede insinuar a la aprehensión del receptor sea este alguien profundamente leído / informado sobre esta figura de la literatura portuguesa o bien por lo que era ese entendido de la personalidad y humanidad del poeta. Debió haber más fuerza desde lo inmanente tras la sutileza de cada acción y con ello, crear esa proxemia orgánica con el resto del elenco. Su voz es sutil y su dejo físico le da correspondencia con la imagen de Pessoa. Es una actor que lo intuimos reflexivo e interesado en su oficio y ello no queda desdibujado en lo que nos expuso como trabajo artístico pero esperamos que más adelante en función de otros retos, Chourio crezca como profesional con toda ese bagaje y experiencias que le afirmen como promesa de la joven generación actoral que el país demanda. Pessoas en definitiva se constituyó –en mi personal apreciación- en un deleitoso momento que gratificó los sentidos y halago las expectativas de cómo pasar un rato admirando lo grato del teatro.