
¡La cartelera teatral caraqueña despertó con fuerza! Grupos y compañías empezaron su fructífero hacer en los circuitos culturales de la urbe. Para quienes busquen trabajos de arte está
El día que me quieras por el
G80 en el Espacio Plural del teatro Trasnocho con acertada puesta en escena de Héctor Manrique, la versión de
Otelo: Proyecto 4x4 en el
Teatro San Martín de Caracas con lúcida puesta de
Luís Domingo González,
Hay que tirar la vacas por el barranco por el
Teatro del Contrajuego bajo la dirección de
Juan José Martín,
Caos y otras esperanzas por la agrupación
Altosf,
Trastos Viejos del Grupo
Rajatabla en el marco de su cuadragésimo aniversario de vida artística,
Un informe sobre la banalidad del amor o,
Baraca. Por el contrario, también hay comedias y dramas como
Implicados,
Desamores o,
La Muerte y la Doncella, Un termómetro que indica que lo escénico se dinamizó para el público caraqueño.
Un trabajo de interés para quien entiende que la experimentación se soporta con trabajo investigativo, con tenacidad creativa empleando tenacidad para articular lo estético, lo conceptual y lo significante está tras el espectáculo que se está desplegando desde hace unas tres semanas en el espacio de la Sala
Luís Peraza (sede del
TET / Los Chaguaramos) bajo el título de Paria por parte del incansable grupo Teatro La Bacante con dirección y actuación de la excelente artista y docente,
Diana Peñalver Denis quien toma los aforismos del filósofo
Émile Michel Cioran (1911-1995) cuyo “rabioso” ideario lo plasmó en disímiles textos donde expuso un ataque a ideologías, religiones como al especto ideológico creado por los humanos. Un ánimo personal que buscó explicar el comportamiento del hombre inserto en lo social.
Producto denso, donde una plantilla histriónica construye ante la recepción del espectador una profunda como incisiva reflexión que gira sobre el tema de la exclusión. “
Paria es la historia de todos aquellos seres excluidos y de los que viven en el ocaso de la libertad, pero sobre todo de los artistas que persisten en su oficio pese a las desventajas que la sociedad les impone”.
Asunto nada fácil ya que entraña una compresión angular donde no caben medias tintas y que insiste en la frágil condición del artista en tiempos de opresión.
Compromiso de denuncia, voces que se levantan desde su palestra ideológica que hace que el ser social sienta que su voz no puede ser acallada ya que podría sentir en carne propia el penetrante estigma de ser apartado o coartado en su libertad de persistir.
Teatro que se debe observar como “integral” dada las coordenadas que la puesta demandada: actuación orgánica, canto sincrético, coreográfia sustantivas y canto coral eficaz que se amolda a las destrezas de los diseños de escenografía (
Elvís Chaveinte), vestuario (Raquel Ríos), pintura escénica (
Jesús Barrios), asistente de realización de máscaras y manejo de luces (
Joseph Rivero). Un todo homogéneo que potenció el trabajo histriónico conformado por
Orlando Paredes, Jerico Montilla, Marco Suniaga, Diana Peñalver, Lismar Ramírez y
Abel García se luciese con dignidad puntual. Trabajo de arte regio y no etiquetable de “digestivo” pero si de honda cavilación que debe ser visto para re-pensarnos en lo actual.