viernes, 18 de marzo de 2011

¡SIN MAÑA! ¿QUÉ HACEMOS?

A veces la conseja popular nos dice que: “que es bueno ser mañoso en la vida”. Concepto cargado de un tufillo subjetivo donde lo más rápido que nos viene a la mente es algo que es producto de una persona con hábitos y costumbres desvirtuadas dentro de canon de comportamiento aceptado por un grupo donde las normas y la buena conducta separa a quienes actúan siguiendo patrones preestablecidos y aceptados del convivir de aquellos que, por razones u otras, se valen de triquiñuelas personales derivadas de su particular experiencia para acometer / resolver algo. Incluso, si revisamos las acepciones que nos ofrece el DRAE, vemos rápidamente nos retrotrae a la expresión vulgar que dibuja “manía” o “una habilidad común”; aparte, nos indica: “destreza”, “habilidad”, que aplicado a una persona nos indica “astucia” o, en su lado negativo del término: “vicio o mala costumbre” es decir, un resabio”. Una última, apunta a esclarecernos que es la “manera o modo de hacer algo”. Uno de los tantos refranes populares del hermano país nos dice que: “La plata es un aceite que cualquier tornillo afloja”. ¿Curioso, ¿no? Pues deberá haber cualquier cantidad de ellos para inducirnos a pensar que el ser humana se apropia de su experiencia (no escolar, media o académica) para resolver alguna salida a un problema existencial o cotidiano e, incluso, excepcional, para cuando las cosas que ya se ha aprendido desde el contexto de lo social nadie le ha dicho. Más vale por tanto tener sus mañas a la hora de ir al teatro, de buscar la compra mas económica, de destapar un frasco o hasta para conseguir pareja. La vida social hace que la persona adquiera mañas con tintes positivos o con marcas negativas pero con el pasar de su existencia, esas buenas / malas mañas le otorgará otro nivel de aprendizaje que le facilitará su existir. Quizás este haya sido uno de tantos o posibles ángulos al cual apeló el dramaturgo, actor y director argentino, Damián Dreizik (autor de títulos como “Emfermera de Samuel” (1997); “La máquina de negar toros” o, el unipersonal, “Groenlandia” (¿2010?) para desde el humor y hurgando ciertos argumentos y temas que son familiares al espectador, componer una pieza corta bajo la formula del unipersonal intitulada “La maña”. Desde, su fábula, no es gran cosa: un hombre que ha naufragado en un olvidada e inclemente islote de algunos pocos metros donde solo la arena, una piedra, el insistente oleaje hace que el paso de los días se conviertan en ese obsesivo reloj que solo le deja calcular el paso de la luz solar para buscar no desquiciarse. Con solo pocos objetos en su poder (un ticket de metro, una barajita de un afamado jugador de football y un billete) caerá en cuenta que el desespero será el activador que no es capaz de sobrevivir sin astucia, sin algo llamado la maña para inventare algo que le saque de ese predicamento. Pero “La maña” de Dreizik no es la pieza original que se constata en los espacios de la sala José Ignacio Cabrujas de la Fundación Chacao en Los Palos Grandes sino la adaptación efectuada de la versión homónima asumida por Manuel Trotta (actor) quien junto a la dirección del joven Jesús Delgado han asumido el reto de constituirse junto a otros (as) teatristas en producción (Olmedi Alvino y Francis Bastidas –producción de campo-) así como la realización (Daniel García – vestuario y maquillaje, hasta donde se) para dar a conocer al Grupo Teatral Emergente de Caracas como otro de los colectivos que empuja la puerta de la profesionalidad aprovechando la “buena onda” que el planificador y responsable de esos espacios, Iván Oropeza quien decididamente apuesta no solo a ofreces ese espacio a noveles grupos sino que desde allí se convierta en una plataforma para promover a creadores, y artistas que en otros ámbitos no tienen cabida. Pues es así que el tema del naufragio no es algo nuevo en la escena local ya que, hasta hace poco, otro grupo emergente llevo en los espacios de la Unearte una de las obras de Gerardo Blanco donde con otros giros argumentales (Los argumentales), se afianzaba el explorar cuando un obstáculo o un imprevisto trágico puede trastocar la perspectiva de un ser al saberse atrapado límites externos y muchas de las veces, externos. “La maña” la podríamos tantear como una excusa para hablarnos de que “el hombre [al parecer requiere o] necesita límites”, o dar en la diana temática de la soledad y la angustia. Es ese círculo de luz donde la dirección de Delgado sitúa la performance de Trotta como actor / personaje rodeado de un gran plástico negro (el mar) y con solo esa roca y recurriendo a un juego lumínico para crear cambios de tiempo y atmósferas internas del personajes que se deberán traducir en algo verificable para que tanto sus cambios de ánimo como desesperanza se proyecte con fuerza de credibilidad a la recepción del espectador y este descubra que ese mismo personaje carece de habilidad, de esas pequeñas cosas que toda niñez toma de la vida y no de lo que se le da como instrucciones para ser un ser autónomo no fueron aprendidas necesariamente en el periplo de la educación formal del bachillerato o que sea más que conocimientos intelectuales / morales sino sencillamente parte de la mañas personal que cada uno de nosotros debe tener para salir airosamente de alguna circunstancia, incluso hasta de límites donde la sobrevivencia demanda aun más esa astucia y perspicacia intuitiva como habilidosa capaz de ser especie un tipo mediaticamente semejante a un Mac Guiver que con don o tres “mariqueras” (¡me excusan el empleo del término) dan soluciones prácticas a cosas de mayor trascendencia. La adaptación apela a lo nuestro, a las cosas reconocibles del venezolano, a coordenadas referenciales del día a día del contexto socio cultural y hasta publicitario de este país a fin que la recepción del espectador se sincronice con lo que le acontece a ese ser solitario. Desde ese punto funciona todo. La actuación histriónica desplegada por Manuel Trotta a veces saca eficiencia en lo que es lo interno pero a veces se difumina cuando el recurso del gesto o las acciones físicas parecen no estar tomar conciencia práctica de respiración, impostación de voz, empleo de matices, sutilezas más orgánicas que, harían más densa la composición del personaje. Hace un buen trabajo (debo acotar que les constaté en la función de dirigida a la prensa el jueves 17 de marzo) y no en plena temporada donde ni los fotos, ni los celulares ni las cámaras o algún tropiezo técnico en cabina pudieron haber afectado su concentración. Pero, se nos convocó a ese espacio y esas condiciones y uno recibe el resultado del cual, ahora se comenta. Siento que la labor de equipo de la dirección Delgado / actuación, Trotta podrá afinarse aun más si se afianza más a introvertir más al personaje de su estado anímico y no solo justificar una planta de movimientos que más de la veces se percibió algo anárquica y a veces algo resintonizada. Se que este joven colectivo está buscando su espacio y su estilo escénico (el cual se irá delimitando con el pasar del tiempo) pero, por ahora, lo que se vio carece todavía de densidad y peso como para crear ese boca a boca que empiece a posicionarlos en lo que llamamos la “publicidad indirecta” que hace que algunos montajes calen y otros, desaparezcan sin pena ni gloria. Creo que es necesario. Como todo grupo que desea ser visto y confrontado el Grupo Teatral Emergente de Caracas merece tener un público y hasta la crítica que le apoye para seguir creciendo y aventurarse en la difícil senda de ser referencia en el quehacer teatral de esta década.