jueves, 19 de mayo de 2011

TSMC: REFLEXIONES EN Y POST DEL ESTRENO DE LYRICA

Uno de los íconos teatrales del oeste de la ciudad de Caracas, lo ha venido representando el Teatro San Martín de Caracas. Desde hace ya dieciocho años, lo que una vez fuera la sede de la extinta Lotería de Caracas, dio paso a un proyecto grupal y artístico liderizado por el dramaturgo y director, Gustavo Ott quien asumió esa espacio como una especie de portaaviones para generar un movimiento colectivo comunitario, que ha dejado una impronta específica en lo que a materia de quehacer formativo, espectacular y de significativa imbricación con el contexto social que estaba en rededor. Ott forjó allí su leyenda de hombre de tablas y con él, un grupo de actores y actrices que (algunos idos, otros aun al pie de cañón) han objetivado que hay fórmulas y entendidos de cómo una manera, un estilo, una visión / misión se ha puede concretizar más allá de los vaivenes económicos o de la espumosa relación Estado Cultural e instituciones teatrales. Montaje tras montaje, evento tras evento, proyecto tras proyecto, el Teatro San Martín de Caracas ya en plena segunda década del siglo XXI es harto conocido por el país nacional y es referencia en muchas otras geografías foráneas tanto porque agrupaciones teatrales les hayan visitado, porque ha configurado vitrinas para que grupos y compañías se hayan exhibido en sus espacios o, sencillamente, porque tanto en sus dos salas (Textoteatro como la principal, Sala San Martín) ha sido ámbito propicio para los estrenos de la casi totalidad de producción dramática de uno de los referentes de la dramaturgia venezolana de los ochenta / noventa del s.XX, me refiero pues, al Gustavo Ott. Pero, el Teatro San Martín se ha constituido en esa puerta y bisagra para que otros autores y directores nacionales como extranjeros hayan podido constatar la materialidad de sus piezas en estrenos, reposiciones o temporadas sino, esa mano abierta para que la exploración creativa experimental o la reafirmación de las fórmulas convencionales del teatro contemporáneo se validen ante un público heterogéneo y disímil es cuanto a recepción de gusto y manejo de entendidos de lo que es el compromiso teatral. Para nadie pues pasa por alto lo que ocurre o deja de ocurrir en ese eje de la cultura teatral que acontece en el extremo oeste de esta urbe. Ya con su mayoría de edad, el Teatro San Martín se ha auto festejado con algunos proyectos escénicos (unos de buen calado en la acogida de público / crítica) como otros no. Sin embargo, no cuenta ello eso de apostar a la permanencia por la permanencia asentada por éxitos, loas y un desbordado centimetraje en los medios masivos de comunicación, se trata de consolidar un trabajo afiligranado donde cada artista, cada realizador, cada técnico, cada autor (sea el de la casa o invitado) perciba que hay una corresponsabilidad en el arte y que ese arte debe estar orientado a su tiempo y a su contexto social. He ahí el valor de cambio que el TSMC posee en este particular aquí y ahora de la realidad teatral de este tiempo. Su presencia hace que las tablas se oxigenen, que las vertientes de búsqueda de sus integrantes fijos o invitados a formar parte reticular de un proyecto escénico comprendan que con cada subida y bajada de telón, el público se forma, el espectador se sensibiliza, que la sociedad donde ellos están operando está siendo permeada por el insustancial hecho que arte, cultura, comunicación son operados como instrumentos para la toma de consciencia de un tiempo que a veces, por su celeridad no permite sino observarla sin mucha atención. Arte y Cultura no están escritos con “M” grande sino con la “m” pequeña, esa donde las tensiones de conceptúales de centro versus periferia articulan una dialéctica que, viéndola con detenimiento, son los agentes claves de cómo un grupo y una grupo social se permite interactuar en pro de constituir un discurso no visible pero si sustantivo a la hora que algún cronista / historiador de lo que acontece / aconteció en materia de lo teatral en este país no fue llevado a negro sobre blanco en lo que entendemos como la historiografía teatral nacional. Para quien suscribe esta nota, sabe que debe al grupo algunas referencias de respuesta “crítica” o “crónica” de lo que se ha concretado en este año 2011. Por ejemplo, sus estrenos de Otelo: Odio y Paranoia, inscrita en el Proyecto “Shakespeare 4 x 4” con Ludwig Pineda, David Villegas, Gregorio Martínez y Mariana Alviarez bajo dirección de Luís Domingo González del cual tomamos un texto que alude al lector por ser un trabajo escénico para ser expuesto como: “una pieza de contenido político sobre la fuerza del odio como instrumento para crear una sociedad paranoica, previa a su destrucción”; y sin embargo, la recepción de la crítica como conjunto disgregado de voces –incluyendo la mía- no derivó un conjugamiento compacto derivado de la confrontación del espectáculo. Su tiempo en cartelera fue corto. La respuesta del espectador no ayudó a mantener con más brío su estadía en tablas (a lo cual hay que añadirle la presión de otros trabajos / proyectos ya planificados) pero si de cierto que hablando acá y escuchando allá e, incluso, con la visual del mismo trabajo es que dejó la sensación de un todo artístico donde lo conceptual estético, la potencia significativa de extender una relación de juego de lo temático con lo social nacional, la fragilidad del esfuerzo de un director por proyectar desde su imaginario un ariete crítico contra no el juego de la pasión del celo tradicional, sino de la suerte de lo corrosivo que puede ser el poder y su ominoso sentido de perversión cuando se desfigura y, sobre todo, la heterogénea fluctuación de la plantilla histriónica hizo que ese producto escénico no calase en profundo ni derivase una sensación de gozo estético artístico (a mi juicio) en lo que fue gran parte de las personas a quien me tocó la suerte de intercambiar juicios de valor. Un intento fallido pero como el camino está hecho de piedras y argamasa bien juntas para que el paso del caminante sea firme, esta vez, ese camino creativo tenía baches, hendiduras y resquebrajamientos conceptuales como artísticos que le hicieron que pocos lo transitaran con gozo y que de su paso, obtuviese un algo más que sólo evasión. Posterior a Otelo, el TSMC asume con prontitud en Marzo de 2011 de escenificar otra de las obras de la amplia producción textual de Ott; me refiero a Momia en el Closet bajo la dirección (invitado) de Costa Palamides. Al revisar lo que este grupo nos expone en su página Web extraemos lo siguiente de la obra que: “(…) fue estrenada en el 2010 en el Teatro GALA de Washington, fue merecedora de una nominación a los prestigiosos Helen Hayes Award / The Charles MacArthur Award de EEUU como “Mejor Obra”, siendo apenas la segunda obra escrita por un venezolano nominada al segundo premio teatral más importante de los Estados Unidos, luego de las “33 Variaciones” de Moisés Kauffman” y que, además tanto con la voz institucional como del propio autor se acota lo siguiente: ““Momia en el Closet” es un espectáculo entre el teatro ritual, Brecht y el musical que indaga sobre el macabro latinoamericano a través de la historia real de las agresiones sufridas por el cuerpo embalsamado de Eva Perón, que según el autor caraqueño, “dan inicio al delirio por la muerte, la arbitrariedad y la agresión contra el débil. Violaciones, fusilamientos, desapariciones fueron las aberraciones que en 14 años se cometieron contra la momia de Eva Perón, excesos que luego los sufriría también el continente entero. Por eso, la “Momia en el Closet” recuerda que, entre nosotros, los acontecimientos no son aislados. En esta pieza, basada en hechos verídicos, donde los hombres ven hechos, los ángeles ven peldaños”.-agrega el autor, Gustavo Ott” Véase donde se vea, autor, grupo y director se apegan a “bailar pegado” con el reto del musical, hecho escénico que, en este país, o sale bien o sale mal dado la poca capacidad de preparación vocal, experiencia técnica del baile, infrecuencia en asumir las exigencias del espacio y, quizás –mi visual- de no haberse instrumentado este género como un segmento expresivo teatral con raíces fundadas en algo que llamemos “tradicional” formal en los discursos espectaculares de la marquesina de este país. Momia en el closet, fue más afortunada que la propuesta de Otelo y lo expreso en cuanto a que si bien había un riesgo no densificado en la segunda, en la primera ese mismo riesgo, les expuso a tratar de ir por lo simple y no desbordarse en manifestar todas las exigencias y obligaciones de lo que la comedia musical “hollywoodense” o emprendida por productoras con buenos recursos (Producciones Palo de Agua, por ejemplo) han emprendido con propuestas de este calibre. El espectáculo resultó vistoso si lo calibramos con ojos menos ortodoxos a verse como un ejemplo de que a veces el asumir del paso del texto al montaje y de como desde la platea emana una oleada de criterios, críticas, reflexiones, presunciones e, incluso, análisis trans sociológicos de un fenómeno particular que afectó o afecta a un grupo humano sea desde cualquier ángulo político, económico, cultural, religioso o de creencias tradicionales entre muchas otras tantas. Coincido con lo que el propio Ott no dice de esta pieza al decirnos que:” la “Momia en el Closet” recuerda que, entre nosotros, los acontecimientos no son aislados. En esta pieza, basada en hechos verídicos, donde los hombres ven hechos, los ángeles ven peldaños”.-agrega el autor, Gustavo Ott.” Es allí donde el ojo de un autor, su perspicacia intelectual, su aguzado sentido de valoración de lo que es historia con “H” o, historia con “h” incita un horizonte especular que visto con fría calma, con capacidad aguzada de ver el palpiltar de ¿cómo se asume / entiende un determinado fenómeno histórico?, hace que una personalidad y siendo esta, tan notoria y refulgente en la Historia con “H” mayúscula de un país como Argentina en donde en un momento de su hilo político – social, la presencia de Eva Duarte de Perón marcó quiérase o no, la idiosincrasia de ese grupo nacional. Eva la mujer, Eva, la actriz, Eva la amante de uno de los políticos más audaces y populistas de los primeros cincuenta años de vida constitucional gaucha, Eva la mujer del presidente Perón, Eva la figura icónica de los “descamisados” de su país, Eva la mujer que muere y que se idolatra posteriormente con musicales o canciones; simplemente Eva, el mito, hace que sea cantera magnética para que un dramaturgo escarbe, describa, formule, inscriba, puntualice, imagine, ficcione y hasta extrapole un evento escénico que al ser convalidado con ese potencial lector / espectador, empiece a desmontar claves y resortes que, más de las veces están articulando el gran mecanismo de las historias de las figuras y, más aun, si esta figura es Eva Duarte de Perón. Montaje que, con la calma de los comentarios que uno recibe de otros amigos conocedores de cuando un espectáculo moviliza la atención o crea márgenes de disonancia entre eso que es calificado como crítica o crónica de quienes nos aventuramos en este raro oficio. Provocaciones que se enervan desde los resabiados mensajes promocionales que emana el grupo en pos de que el público asista a verlos sobre la escena. Cruces de miradas con espectadores que constaron su visual sin apego de conceptos, juicios tortuosos ni falsas modestias para decirte sin empacho: “¿la viste?” y, tras el brillo de sus pupilas espera que uno responda: ¡No, aun, no; pero está en espera de irla a ver!”, y sin perder tiempo te replica: “¡No dejes de verla y me dices que te pareció!”, como si tras el cruce de una opinión generada de espectador que paga su boleto y arriesgo a dejarse seducir pudiese haber más verdad o más agudeza que la que la que se podría generar de quien asume el rol / papel de “espectador especializado” pueda gestar para orientar gustos a la hora de ir al teatro un fin de semana. En fin, la obra habló ante mi expectativa y debo decir que si, me funcionó; que el trabajo con sus bemoles y sus fisuras creó una sensación de que el Teatro San Martín de Caracas con esta pieza de Ott, está en una onda de pulsar entendidos, giros y supuestos que orbitan al, sobre y tras en rededor de la figura / personaje teatral de Eva Perón de la cual, el teatro latinoamericano aun no ha sacado muchos productos. Tomando de la fuente Wen de TSMC hay algo puntual que captó mi atención:” En “Momia en el Closet” Eva no es una Santa, de hecho, esto de ser santa lo considera la ultima victoria de los oligarcas. Los santos no son muy útiles, de hecho su misión es adormecer a los pueblos. Tampoco era Eva una princesa encantada con la burguesía, como de manera superficial e irresponsable la retrató Andrew LLoyd Weber. “Eva” fue una revolucionara con todas las credenciales: en sus últimos discursos podemos observar claramente su formación política, su gramática social, sus ideas de revolucionaria. Cuando los militares amenazan con el golpe de estado, Eva es la única que entiende lo que realmente está sucediendo y arma al pueblo. -acota el autor. -En “Momia en el Closet” Eva no es una Santa, de hecho, esto de ser santa lo considera la ultima victoria de los oligarcas. Los santos no son muy útiles, de hecho su misión es adormecer a los pueblos. Tampoco era Eva una princesa encantada con la burguesía, como de manera superficial e irresponsable la retrató Andrew LLoyd Weber. “Eva” fue una revolucionara con todas las credenciales: en sus últimos discursos podemos observar claramente su formación política, su gramática social, sus ideas de revolucionaria. Cuando los militares amenazan con el golpe de estado, Eva es la única que entiende lo que realmente está sucediendo y arma al pueblo” afirma Gustavo Ott; he ahí el punto alfa del horizonte de un dramaturgo que percibe que le interesa, que desecha, que singulariza y que emplea como moldura para acometer el acto ficcional urdir una trama que sostenida con el andamiaje de una producción musical y que la dirección de Palamides toque el delicado nervio que posee un grupo de histriones para no solo convencerse que su técnica deba estar sometida a la fuerza de lo argumental y ahí tejer tensiones laterales entre lo que es concepto y lo que puje artístico, es claramente el riesgo que logre como espectador (crítico) aplaudir al bajar el telón. Hubo correcta sindéresis entre el mundo ficcional donde discurrió esa Eva Perón dramática y las imágenes de las Eva Perón históricas con “H” o con “h” que cada receptor llevaba en su alforja como receptor. En todo caso, el espectro lúdico técnico del cual se armó la puesta en escena (el director) para armar esa y no otra propuesta que estuviese en consonancia efectiva con los alcances / limitaciones de nuestros actores – actrices poco fogueados en lides del teatro cantado permitió que se edificase un espectáculo con tono exultante y calibrado con sus degrades de ritmo, fluctuaciones entre el paso de una escena a otra y la fluidez de entradas / accionar de cada personaje. Un reto que si bien hace que el texto no se sobre dimensione a la recepción espectacular del trabajo escénico visualizado por Costa Palamides como director, por lo menos fue lentamente urdiendo sus atractivos, generando al final que la platea estuviese conectada tanto con lo que se emana del universo dramatúrgico ottiano, la imagen / mito / historia del personaje que fue (sigue siendo) Eva Perón y lo que suponía el riesgo / aventura de confeccionar un todo que diera placer estético y gozo artístico al grupo como al público que los confrontó en esa temporada. Ya alejado en tiempo y espacio de aquella puesta, el recuerdo aun perdura. La actuación del elenco fue compacta más allá de un arranque algo débil; sin embargo se fueron colocando a la altura de cada escena y permitió que ritmo, atmósfera y tensiones permitiesen no ser obstáculos internos para que lo técnico corporal o manejo de la voz (entonación, melodía e impostación) se abreviaran en cracks que debilitasen el objetivo funcional de ser una comedia cantada y no recitada. Momia en el Closet se inclinó a ganarse el aplauso del público neófito como del conservador porque estuvo centrado en la profesional capacidad de soltura compositiva de una Verónica Arellano que brilla más no resplandece, es sabrosa pero no sobre condimentada en alcanzar un cierto ideal de la Eva Perón sino estar ahí en su papel, en su capacidad de lidiar con la voz, el cuerpo, el manejo del espacio, de relacionarse con su entorno actoral y entender que habían lugares donde no llegaría pero que dio de sí para estar lo más cercano, un David Villegas justo, comedido y no hiper delimitado como lo que le vimos en su papel de Yago (Otelo) y que supo jugar con lo que era justo para ese personaje y para lo que la puesta demandaba: concordacia entre el yo interior y firmeza en el yo exterior. A un Costa Palamides que aparte de fungir como puestista atinado, logró armar un personaje digerible para el público por su talante y sobriedad; a un José Gregorio Martínez y una Valeria Castillo precisos en forma y fondo de lo que sabían era el reto de sus papeles y finalmente, a un José Luís González que si ser algo ¡guao!, logró acoplarse sin ruidos al conjunto actoral. El trabajo lumínico de Gerónimo Reyes y la música original de Pantelis Palamides (con arreglos de Costa Palamides) crearon los signos escénicos complementarios que el montaje demandaba (aunque sigo pensando que las producciones del TSMC siguen su régimen de austeridad que resta en tal o cual propuesta un mayor brillo) especialmente para este montaje. Un trabajo que sin ser preciosista, estuvo ahí, exhibido ante el público de San Martín y colocado como otro eje referencial en lo que ha venido siendo la trayectoria artístico creativa de este colectivo del oeste de la ciudad. Mis últimas líneas van dirigidas al tercer espectáculo visto al TSMC, titulado Lyrica del propio Gustavo Ott (marzo 29.2011) e inscrita dentro del Proyecto Burgueses. Ya con esta pieza se siente a un dramaturgo mucho más compenetrado con lo propio de su comunidad (Parroquia San Martín de Caracas) ya que extrae una historia “real” para ser ficcionada y convertirla en ariete con que decirle / retribuirle una crítica, análisis, correlación de sintonía con lo comunitario que vive y respira cerca de esta institución teatral. Una historia que ocurrió en el seno de una comunidad educativa donde sus personajes reales reales vivieron un hecho que cambiaría algo de su percepción sobre lo que es producto derivado de la violencia y sus consecuencias tanto sobre los individuos que la sufrieron como de las personas que, de alguna u otra manera estuvieron hiladas en el fondo de ese acontecer. Víctima y victimario por recurrencia de un recuerdo o un hecho salen a la palestra pero será quienes son cercanos a uno u otro que exhiben la cara del dolor / odio / revancha y del ignorar / asumir / obviar lo que generó otro cuando es agresor. Desde las voces de la inocencia de otra generación (los hijos) las culpas se enfrentan a las reservas, las venganzas se enfrentan a las conciliaciones y las impunidad queda marcada como estigma sobre una sociedad que parece cada día más insolente cuando las páginas de sucesos se sobresaturan de hechos rojos. Ott, con Lyrica apuesta por la confrontación ideológica como dolorosa de eso que palpita casi todos los días en el seno de muchas de nuestras comunidades “marginales” o si, se quiere, hasta de estratos altos de este mundo venezolano. Lo que importa es que Ott lográ hilar fino, logra ajustar una micro historia que bien pudo pasar como algo anodino y dejar de ser local a magnificarse como un drama de mayor ímpetu si entendemos que sea en Caracas, Sao Paolo, Medellín, Tijuana o La Paz, un hecho de esta magnitud es comprendido, empleado y situado para concretizar el receptor (individual / colectivo) y en consecuencia, es sincrónico lo que el TSMC dice a este respecto: “[que el ]objetivo [del dramaturgo / TSMC es] crear vínculos tanto participativos como literarios con la comunidad que rodea al Teatro San Martín.” ¡Y bien que lo logró! Un texto y un productor espectacular que sacude, conmueve y te hilvana con una realidad que no se puede ocultar. Una escenificación escénica que mueve hilos de sentimientos y ¿Por qué no?, hasta emocional con algo que es más real que la propia imaginación de un creador. Que la realidad a veces supera la ficción. Que la significación de un hecho artístico puede conmover, estremecer y hasta crear dar goce sensual / estético y lúdico a esas zonas de expectativa que uno contiene dadas las coordenadas de indiferencia que nos escuda de la agresión, la intolerancia, la incomunicación, la soledad, la angustia o, la simple certidumbre que estamos ahogados en incertidumbres sean estas producto de los otros o de nosotros mismos. Lyrica fue uno de esos momentos que uno recordará con el paso del tiempo y que cuando se nos pregunte: ¿Qué viste de bueno en el año teatral del 2011? Al responder rápidamente uno recordará este trabajo / producción teatral desde su texto a su respuesta histriónica, desde su compactación de signos hasta la relación de comunicación afectiva que tuvo con el espectador que le tocó visualizar ese montaje, desde el fondo de su tema y trama hasta la constitución de los personajes con sus diálogos hasta las imágenes creadas (música / sonidos) hasta la potencia de la iluminación que logró ser sencilla y puntual. La dirección generada por Luís Domingo González la calificaré de íntima por sus coordenadas para que cada actriz lograse hilar una coherente dialogicidad con sus personajes y con saber proyectar las angustias y ansiedades de la trama más allá de la cuarta pared; por situar con solvencia una eficaz planta de movimientos que no es excesiva sino la que debía regir para que la fuerza centrípeta de ese universo emocional no dejase salir sino la luz de esos destinos cruzados de niños – madres que se complementan y/o separan. Una actuación lúcida por su controlado centro de gravitación de lo emocional argumental y porque siempre estuvo afiligranada en tono, matiz, silencio o cruce dialogal. No diré que Verónica Arellano estuvo mejor caracterizando a su papel (Abril López / de una de las madres) que María Brito (la directora del plantel) o que la capacidad de composición dada por Carolina Torres en su papel de Norway González, las tres se complementan, las tres son ejes sobre las cuales las demás adquieren su sentido; las tres, -damas y profesionales del teatro caraqueño- son plausibles ejemplos de entrega que genera admiración, respeto y credibilidad al escurridizo objeto de hablar sobre un oficio que cada día impone su impronta y que según la mística, la pasión, la experiencia o la entrega hará que sea un suceso. ¡Ellas lo fueron! Mi satisfacción es que en estos días al dar clases en la Unearte el tema del Teatro del Oprimido puede generar su luz propia según y como cada director asuma el compromiso entre verdad, realidad y política para decir / expresar con el arte un algo, pues, acá se vislumbró con claridad meridiana.