Hace tiempo que no había podido constatar un montaje del Teatro Profesional de Lara reconvertido desde 2002 luego de ser uno de los núcleos del TNJV. ¿Razones de ello?, varías: desde no poder ir a Barquisimeto a verlos en su propia sede hasta la anemia que ostentan la gran parte de los Festivales (Oriente / Occidente) de encuadrarlos en sus programaciones; incluso, está el significativo hecho que como colectivo, no dispone de recursos para poder efectuar lo que es significativo y casi una muletilla oída al maestro Eduardo Di Mauro: “¡al terminar una temporada, hay que girar el espectáculo!”
En fin, lo que importa al caso es que dentro del FTC-2011, se incluyo el magnífico trabajo conceptual como estético (constatado en lo escenográfico, vestuario e hilación audiovisual – soporte) y en lo espectado de una factura histriónica cohesionada que compuso cada papel sin problemas en un ensamblaje titulado: La Libélula Dorada Un todo que contó con incisiva puesta en escena de un inteligente creador como Giusseppe Grasso. Tomando un proceso de investigación y versión libre de “Querido míos es preciso contarles ciertas cosas” de Augusto Gómez Arcos se propuso una inusual mirada a conceptos sobre ¿Qué es el valor de la verdad y la justicia?, dentro de un mundo donde sabemos que existe la impronta del fascismo; donde conocemos que se da el sello de las castas de poder disfrazadas de democracias que acallan a sus conciudadanos en un marco de aparente progreso, tranquilidad social u orden.
Trabajo duro en su capacidad de denunciar ante la recepción del espectador un mensaje nada complaciente o asociado a la fórmula manida de la evasión burguesa sino capaz de generarle escozor porque el mensaje se instala en el subconsciente y operar desde ahí como preguntas, inquietudes o razonamientos que a final de cuentas es lo que debe hacer el auténtico teatro teatro: propender a ser instrumento concientizador y agente dialéctico para los adormecidos gustos de una platea que solo se regodea en la evasión.
La resolución dada por Grasso no es ambigua ni estrafalaria; apela a figurar especies de lo que en la Edad Media era una forma puntual: la alegoría. Tras ellas, -es mi visual- con algunos aspectos esperpénticos, sacando de un humor corrosivo no de lo que se pueda decir sino de esa risa nerviosa que surge del espectador cuando comprende como se arma ante si, comportamientos / formas / acciones de personajes y situaciones, hace que de forma directa uno arme una parte del todo significante y casi reactivamente, lo contraponga con lo que reconoce de la realidad política contemporánea.
La labor histriónica acoplada en su posibilidad de proyectar desde un gestus social y manejo físico una respuesta compositiva hace que La Libélula Dorada valide a unos actores como Mary Carmen Briceño, Nelson Pérez, Thania Castillo, Leonardo Goncalvez, Lenín Gámez, Eliécer González y Ronald Túa como un grupos acoplado en intención y capacidad artística que habla muy bien de su formación. Un crédito final al José Sequera (productor) y la invisible labor de Alan Puerta en el accionar de regiduría de este importante espectáculo guaro.