La escena se redinamiza con estrenos adquiere eficacia cuando hace conexión con textos dramáticos de autores nacionales. En momentos que algunos observan que la autoría dramatúrgica venezolana parece no estar colocando sus acentos como debiese ser a fin que se pueda responder si la relación dramaturgo / visualización del tiempo – realidad del siglo XXI está en consonancia es un hecho verificable en las tablas de nuestros teatros cabría ser prudente ya que todos están abocados a efectuar las conexiones mínimas con un tiempo socio político y socio cultural que le exprese al espectador local, esas percepciones que en este país si hay quien propone ciertas poéticas sean ellas sobre la violencia, la comunicación / incomunicación, la alienación u sobre los ominosos procesos de la globalización.
Si bien los dramaturgos venezolanos (inscritos como “generaciones” que han pulsado paisajes temáticos y tratamientos de formas, situaciones y personajes propios de radiografiar ¿qué es la venezolaneidad teatral? en el cambiante terreno de lo teatral en los últimos treinta años) parecen no estar homogeneizados ni constreñidos a dejarse ubicar dentro de ciertas franjas de interés que suponen una preocupación marcada por tal o cual aspecto.
Esto hace que, desde la visualización ante el público o la crítica no haya una demanda de sus propuestas que les enrumbe a estar responder al unísono con planteamientos argumentales que decanten esos altibajos de expectativa del receptor. Por ende, hablar de cuales son las vías temáticas de un Elio Palencia no se podría enlutar con lo que posiblemente desarrolle un César Rojas, ni menos aún, con lo que entendería como leit motiv para un Javier Moreno, un Juan Martins o José Tomás Angola por solo acuñar algunos de los nombres que han tenido presencia activa para el lapso en cuestión.
Y, sin embargo, tenemos autores teatrales empedernidos en explorar temáticas que con una trayectoria sostenida desde esos años ochenta han cimentado no un nombre / proyección nacional e internacional que ha sido reconocida con laureles, ediciones y montajes sino que, se verifican como auscultadotes del pulso de un país, una sociedad e, incluso, capaces de tomar las resonancias de lo sintomático derivado de la mundialización, globalización e interconexión de problemas y sucesos que conmocionan tanto desde la esfera de lo público a la esfera de privado en los seres (personajes) que pueblan sus obras. Uno de ellos, sin duda, ha sido Gustavo Ott (1963).
Caraqueño, con una formación sólida en la escritura teatral, con sapiencia de los resortes gerenciales culturales teatrales, perspicaz teatrista que reconoce las dificultades de enrumbar un proyecto institucional escénico y sobre todo, estar atento a lo que las cambiantes circunstancia de lo político, económico, artístico y teatral de su país le ha ofrecido para avanzar sin prisa pero sin pausa para solidificar un claro horizonte de creación.
De la gerencia a la novelística, de la dirección al periodismo, Ott ha colocado con perseverancia los ladrillos de una producción dramática que lo ha catapultado de forma decisiva a la palestra de lo internacional. Sus herencia de influencia para lo que actualmente vemos como obras ha sido variada pero indicutiblemente se ha ido perfecccionando bajo los rigores de una escritu teatral (dentro de un primer periodo de influjo santaniano) y de otros autores pero que ahora tiene una pertinencia muy personal y una rúbrica que ya decanta por sí misma.
Dentro sus palmares como dramaturgo no solo se le ha validado como autor de nombre sino como escritor de referencia de grupos y directores a lo largo del país como de muchas partes del mundo. No es raro que ya haya pasado la treintena de títulos y sus piezas hayan roto con las barreras idiomáticas creando la sensación que tenemos a un hombre de teatro consustanciado con un mundo que lo acoge sin remilgos en teatros, festivales como en ámbitos académicos del primer mundo.
Un autor poco estudiado por la investigación del país y apenas podemos encontrar uno que otro artículo desgranado sobre su persona y su obra, Ott marca sin rencor un periplo que no hace pensar que será en pocos años, una de las referencias más conspicuas del sector internacional tal y como lo fue y sigue siendo un Isaac Chocrón o un Rodolfo Santana.
No resulta difícil hallar en la fugacidad de cada temporada como algún título de Gustavo Ott está en cartelera y menos raro, cuando sabemos de forma directa o indirecta, que una pieza suya ha sido premiada, o con mención de alto tenor en premios y concursos. Así, una autor como Ott, ha ido colocando acentos en sus obras que propone o la reacción de un lenguaje teatral más dinámico, tratar de aprehender la universalización de una escritura sin fijaciones imitativas obligantes lo que se da en ámbitos anglosajones o europeos, que va perfilando una consciencia de prestar atención a los pulsos del inconsciente colectivo y de tratar de enrumbar una poetización que sin ser experimentalista deja el pre supuesto que delinea un asunto latinoamericano que está tocado por las relaciones de poder, las situaciones de lo político o los conflictos de los discursos hegemónicos.
Para el bimestre Enero / Febrero del 2012, bajo el portaaviones del Teatro San Martín de Caracas bajo la dirección de Luís Domingo González ya oíamos que se estaba cocinando la escenificación de su más reciente propuesta dramatúrgica Tres noches para cinco perros. Con el estreno el pasado viernes 10.02.2012 constaté que de lo que era un comentario / rumor de ensayos y anuncios de que: ¡pronto sería su estreno!” me mantuvo alerta y empecé a rastrear informaciones, gacetillas o revisar la página WEB del grupo para encontrar datos, señales y pistas de dicho trabajo.
Así, pude extraer de una de sus promociones lo siguiente: “1ra Finalista del Premio para Textos Teatrales Madrid Sur 2011, es una durísima historia sobre la avaricia, la locura y el afán destructivo de la cultura corporativa, pero al mismo tiempo, se trata de una historia sobre la relación entre la camaradería y las condiciones de trabajo que produce desastres”. Incluso, tomando más tinta prestada detallamos parte de lo que el propio autor indicaba: “esta nueva pieza culmina su trilogía sobre la cultura reciente norteamericana, explorada a través de la catástrofe y la poesía”.
Pareciese que Ott explora cabalmente una serie de piezas que arman una mirada, una postura, un cierto ciclo donde se suman: Monstruos en el Closet, Ogros bajo la cama (2001-2006), una visión poética sobre la víctima y Juanita Claxton (2007) “pieza sobre la catástrofe y la necesidad de ser rescatado”. Una y otra, aborda asuntos de orden internacional (pero que son globales) que van del ominoso ataque terrorista contra Torres del World Trade Center, aquel aciago 11 de Septiembre de 2009; a las destructora furia del paso del huracán Katrina en las costas de New Orleans y otras regiones en 2006.
Con un puntual acento temático / argumental de Tres Noches para Cinco Perros de Gustavo Ott aguza con investigación y celo argumental las causas / consecuencias derivadas del desastroso “derrame petrolero ocurrido en Abril del 2010 en el Golfo de México” ello hace que las noticias globalizadas en múltiples miradas de orden televisivo, periodístico, documental y de fuentes cibernéticas permiten al autor imbricar hilos donde la novelado, lo teatral está tejiéndose con el pulso de lo noticioso.
Ott acota que estos y otros asuntos trágicos internacionales como las guerras del medio oriente, la inestabilidad de la mega empresas nucleares o las crisis financieras globales son asunto que pueden estar lejos de la realidad venezolana o latinoamericana pero sus consecuencias son tan nefastas que caen como azufre encendido sobre nuestras realidades con solo pulsar un botón de la TV o pasar la página de un medio impreso local.
Al revisar un artículo suscrito por Juan Villegas dentro del texto Historia Multicultural del Teatro y las teatralidades en América Latina (2005) podemos ver como la puesta en escena no solo para el discurso textual sino para la concreción espectacular en Tres noches para cinco perros al hecho de apelar a “una práctica multimediática y tecnológica” capaz de “proporcionar nuevos “signos” ya que aparecen “intregadas a los discursos teatrales”. Es clave como elemento de apoyo para comunicar pero si substituir el discurso verbal del actor sino como complemento soporte cuando haya que establecer según la estructuración de la puesta, una imagen (diversidad de aves marinas, plataforma incendiada, etcétera).
La posibilidad significante del texto plantea varios planos de significación. Por un lado, el referido a las circunstancias dadas donde un grupo de hombres que trabajan en una estructura añosa y con signos de descuido de mantenimiento faenan para taladrar y buscar petróleo pero con la condicionante que uno de sus compañeros ha muerto por la aparente inhalación de un gas tóxico. El nuevo técnico que asume la responsabilidad de la plataforma lidia con el resto de los compañeros sobre ¿qué hacer ante el hecho?; ahí se contraponen miradas personales de interés tanto del individuo en su subsistir con el diario trajín de la pesada faena y el tratar de justificar lo injustificable –la muerte y las consecuencias derivadas de ella que son patentes con un cuerpo que es mudo testigo de algo que los ha atrapado en un callejón sin salida de problemas / soluciones que deben o no apegarse al manual de prevención contra riesgos, parar la extracción del taladro o apegarse a lo que le empresa trasnacional exige de sus contratados- pero que hace que haya escisiones ético morales según cada visual.
Por otro, el nivel metafórico del muerto y su halo de significación sobre estos personajes. Actúa no como símbolo sino como factor de contraposición entre anhelos, sueños, duras realidades y advertencias. Un ser que encarna la cara de la moneda de la avaricia asumida.
Un tercer plano, será la imagen de la codicia desmedida de los dueños de la empresa petrolera que en su empeño por la ganancia, omite cualquier asunto, busca arreglar negativamente los entuertos técnicos y de prevención y solo está habida de una cínica permanencia de mantener los intereses ocultos de las grandes empresas donde ni hábitats ecológicos, ni asuntillos de contaminación, ni nimios problemas de sus resortes humanos que laboran para ellos les importa porque bajo las leyes del capitalismo, son solo aspectos colaterales que no deben impedir producir ganancias.
Todos actúan en conjunción: desde la despersonalización de la consciencia de un personaje hasta la unión de imaginarios que sin estar unidos por hilos comunes interactúan como punzantes metáforas para gritar la legitimación de códigos de conducta.
La hilación dramática busca mantener un centro de gravedad pero percibo que Ott no afianza la central de lo trágico y adorna con cierto carácter híbrido, el discurso para hacer paralelismos, para crear niveles poéticos que se permitan dialogar pero que distrae la densificación de lo puntual argumental. El modo de producción de la puesta en escena parece no disponerse para que estas líneas de la poética del cinismo validen con precisión lo medular que vemos discurrir como enfrentamientos de unos personajes contra otros según el carácter de sus intereses. La gran imagen de la ballena será el anhelo no capturado por todos, especie de Moby Dick que no se deja atrapar y que avasalla cualquier salida excepto la de la tragedia anunciada y que casi brechtianamente, se nos deja saber tras la voz en off que ayuda a catalizar la causa efecto de lo que ya sabemos: el desastre y sus repercusiones.
Domínguez quizás atado a la órbita del texto e Ott, probablemente respeta escenas, diálogos y trata de serle fiel hasta donde se mantenga ese ritmo de una poética que juegue a crear sentidos más allá de lo que el enunciado de las acciones se da sobre el transcurrir de la representación. El hecho de la elasticidad de las palabras y cierta monotonía en el trazado de la planta de movimientos hace que la representación se resienta en su trazo de más de hora y media cuando para ser efectivo, la supresión de ciertos momentos dialogales y dejar bien colocado ante el receptor esa antítesis de lo bueno y lo malo en cada postura de cada personaje diluye la compactación del mensaje hacia la platea.
La respuesta histriónica es a su vez exponente de este juego metafórico que hace que a las primeras de cambio atraiga el interés de lo que se enuncia pero que al pasar un tercio de la obra empiezan a ir por un solo canal y ello hace que uno presienta como será el derrotero del componer del personaje ante la coyuntura de la situación argumental. Es obvio que la lectura se hace en fecha de estreno y que el ritmo de los actores está en tensión así como la decantación de las tesituras de su modulación vocal, gestual y de expresión corporal que al pasar las funciones se aplomarán hasta que cada uno logre una línea unificada y que se comprometa al esfuerzo de conjunto.
Los trabajos más logrado porque encararon (para esta función) un densidad de integración interna como externa con el texto y con las relaciones con otros personajes se dieron en William Escalante (como el funcionario de la British Petroleum) que resultó sólida en la impostación de voz, matices internos para diferenciar lo parco indagativo a la rudeza impúdica que debe encarar por el interés de otros y cuya arma ejecutante será el ante la necesidad de ir más allá de los contratiempos, hay firmeza en el expresivo corporal y habilidosa capacidad de interrelacionarse con los opuestos de actitud de los otros personajes.
Un Ludwig Pineda que sacó ganancia a su diestra formación actoral y crea momentos lúcidos en cuanto a componer un personaje atado a tratar de sobrevivir entre las aguas de lo que desea para sí y lo que debe hacer para ser instrumento de presión de la empresa. Su voz y cuerpo son conductores de energía que va administrando con el transcurrir de la trama y se verifica como un histrión que estoy seguro llevará a niveles de seguridad a su papel con cada función.
Por su parte, David Villegas ya no lo veamos como en otras actuaciones (el mismo Villegas pero con variaciones) de piezas de Ott; acá hay una capacidad de ir delineando un personaje sin el atavío del rebuscamiento, se atiene a no soltar excesos a su visual de composición y da más seguridad a su performance donde lo corporal, lo gestual y sobre todo, la voz no se exponen desbordados es decir, ampuloso. Está en un trabajo actoral que se que estará más firme y consustanciado a lo que su personaje debe exponer.
La acción histriónica de José Gregorio González se muestra tímida, parca y aun sin la fuerza de connotar / proyectar los problemas internos del personaje, hay brillos momentáneos pero son solo eso, brillos y son dado porque tiene tablas pero aun los debe cuidar en especial en eso de ser creíble en cuanto a lo que entiende y proyecta como el mundo interior del personaje que encarna.
Finalmente, el propio Luís Domingo González como director / actor parece que muestra al occiso trabajador experimentado en dos tiempos: el de gravitar como sombra para crear referencias a los otros personajes que lo aluden y cuando corporeiza en el juego del flashbacks su presencia admonitoria de lo que el sabe como experimentado trabajador petrolero lo que es y no es dentro del azaroso, rudo y deshumanizado trabajo de extraer petróleo en mar abierto, incluso, de dejar saber la impronta de camaradería o la tónica subyacente de esa trasnacional de la energía.
Una plantilla actoral que califico de regia pero que debe ajustarse con el pasar de la temporada ya que si hay capacidad de revisión de lo textual y del marco de la línea de dirección Tres noches para cinco perros se transformará en un espectáculo menos denso y más teatral.
La puesta en escena de Domínguez contó con el concepto de escenografía de Rubén León parta conformar un todo que aluda a esa plataforma petrolera con elementos metálicos y de madera, que se acceden por tres partes pero cuyo eje central hace que desde ahí la trama adquiera un sentido de significación precisa para el actor y para la construcción de gestalt del espectador.
Lamento no haber dispuesto del habitual programa de mano para ir en profundidad con los créditos comentados al resto del equipo de producción pero así son las cosas en esta realidad de hacer teatro bajo la realidad de economías y tiempos que limitan la mejor de las intenciones.
Tres noches para cinco perros es un trabajo de importancia capital para seguir constatando los territorios de preocupación temática de nuestra dramaturgia del s. XXI y en ella, la producción de uno de sus más acuciosos exponentes como lo es Gustavo Ott quien con el Teatro San Martín andan en el buen camino que el teatro venezolano demanda.