Una de las distintas modalidades del teatro para niños es el títere. Técnica fascinante por capacidad de emitir un mensaje auténtico y sin cortapisas al público sea éste compuesto por niños y niñas o por adultos; arte complejo porque expone no solo destreza artística, sensibilidad en el compromiso de apelar a un género que para muchos es menor pero realmente exigente porque al hablar de títeres parece que quienes lo califican como disciplina de menor complejidad artística, conceptual y estética. Afirmaciones minimizantes que no saben entender que ellos son especialistas de este género y que han hecho de esta profesión una rigurosa disciplina que se traducirá con propuestas de entretenimiento, comunicación y pedagogía. Deben entender que es un arte revestido de destrezas; que no es lo mismo hablar del títere de guante que de varilla y menos aun, distinguir el mopett del marote por solo citar algunas de sus variantes.
Ser artífice del universo del títere parece referirse a construir (en palabras de Israel Morillo en su libro manual Taller de Títeres para el Docente) a que no se circunscribe a construir “ese diminuto muñeco” tras el cual descansa “un potencial recurso interpretativo, capaz de llegar con la misma fuerza tanto al espectador infantil como al adulto” sino que ser diestro en la elaboración de su espacio (el teatrino) y como mínimo, apelar a escribir pequeñas piezas o, en su defecto, apelar al amplio universo de una dramaturgia especial que conlleva mensajes educativos sobre el amor, la fraternidad, el medio ambiente o de la convivencia entre otros.
Una buena política de programación de un gerente cultural sea público p privado es entender que el género del títere debe estar presente la misma. Debe darle cabida a los distintos teatristas y agrupaciones que hacen vida a lo largo del país dentro de una oferta que no sea relleno de otras sino que opte por ganar su espacio vital. Una programación donde se visibilice lo disímil de estas manifestaciones creadoras y que las mismas deben tener la dignidad de exigencia para su exposición; quiero decir, que el público conozca una micro historia del grupo que se presenta así como del espectáculo que les ofrecerá e, incluso, si la propuesta propone o no esa necesaria desmitificación del hecho artístico que se ofrece para los chiquillos comprendan que lo que habrán de disfrutar está siendo efectuado por artistas formados y que se sitúan en ese teatrino para manipular esos seres de tela, goma espuma o madera. Incluso me inquiero ¿por qué no se abre aun más ese compás de interactuar de estos teatristas con su público con fin de ver que esa fantasía se hace realidad con un gran esfuerzo creativo?
Esto me sirve para situar la plausible apertura que se opera dentro de los teatros del centro / oeste de Caracas con el delicioso género del títere. Constaté como dentro del Coso de Cipreses (Teatro Nacional) se presentó la Co producción entre Centro de Actividades Alternas y Urbe Colectivo con su trabajo de títeres de guante intitulado Los Titirilocos. Tramas sencillas que tocan “la voracidad y egoísmo de un monstruo que intenta robar los regalos de una celebración” finalmente derrotado por la unión de un protagonista con los chicos. Otra, toca como un brujo agrede contra las plantas pero de igual forma la alianza del títere y los niños apoyan la conciencia ecológica. Los ejecutantes José Luís León y Rubén León apelan a destrezas que ganó el aplauso de una asistencia que rápidamente se sintonizó dentro de una atmósfera de risas como de regocijo.
Cito las palabras del maestro Eduardo Di Mauro cuando afirmó que el títere permite: “una educación integral y humanista (…) verdaderamente indispensable para que el niño y el joven desarrollen la imaginación que no es sino la base de la inteligencia y le permita el acceso a la cultura que significa sensibilidad, solidaridad, honestidad, amor al trabajo y respeto al prójimo”. Eso es lo que los títeres expresan cada vez que los vemos en los teatros de todas partes.
Publicado en CiudadCCs
Lunes 18.06.2012
