Del afamado escritor uruguayo, Mario Benedetti (1920-2009) el Grupo Teatral Repico presentó, por espacio de dos semanas en el Teatro Nacional (esquina de Cipreses- la pieza teatral Pedro y El Capitán escrita en 1979 y que, bajo la percepción de puesta en escena de Consuelo Trum como directora este drama que supo codificar en las tablas de esa relación entre un torturador y un torturado. Expuso con pertinencia y manejo de oficio ante el público esa denuncia que dice que en cualquier rincón del orbe donde exista una ominosa expresión de violencia represiva política -que se haya gestado o se pueda dar- derivado de un régimen de poder deberá ser hablado sin tapujos, deberá ser combatida o por lo mínimo, que se tome consciencia de sus terribles consecuencia. Un trabajo artístico que está para que no olvidemos.
En nuestro continente a los largo del siglo XX así como en otras latitudes se ha constatado como el hilo democrático ha sido roto, se ha verificado como la instauración de estructuras ideológicas de derecha revestidas de totalitarismo salvaje e inhumado ha acallado ciento de miles de voces que por una razón u otra les adversa y sin embargo, las sociedades prosiguen, las políticas de izquierda o de derecha juegan sus tiempos de ascenso o caída, lo que si nos debe traer a reflexión es que todo acto irracional por perpetuar tal o cual postura de poder o sistema ideológico a contracorriente de la decisión del pueblo tendrá sus repercusiones y sus consecuencias. Una sociedad justa es donde todos tengamos el albedrío de saberse dentro de una marco de ley, que exista el derecho humano a que se le respete en sus condición humana y que, por lo mínimo quien disienta pueda saber que habrá un marco de tolerancia a su postura de pensamiento y la presunción de que su dignidad de ser humano no sea pisoteada. Con Pedro y El Capitán de Benedetti está este canto y este sentimiento; por ello su pertinencia en las tablas, por ello su necesidad de verla con ojos crítico y pensamiento reflexivo.
El grupo teatral Repico ya cuenta en su haber con diesisiete años de actividad ininterrumpida el cual fue fundado por “la inquietud” de tres animosas actrices como lo han sido Renata Fernández, Pilar González y Consuelo Trum. Con una sólida formación académica en arte y periodismo aunaron un objetivo: crear un colectivo teatral preocupado por dar a conocer distintas obras del repertorio contemporáneo o clásico. Una labor que calladamente ha sido persistente, tenaz y sin ostentación. La cosecha ha sido evidente: saberse respetado y seguidos por muchos profesionales del teatro venezolano así como por una creciente número de espectadores que ven en ellos, mística, entrega e investigación en cada uno de sus proyectos escénicos.
La respuesta histriónica de conjunto seria aunque con altibajos en lo que verifique a sus actores en otros montajes. La visual de respuesta de Vicente Peña encarnando al encarcelado guerrillero Pedro, asumido con entereza dentro de mostrarnos un ser fatigado e indefenso por los excesos de un inmisericorde interrogatorio cuya integridad se sostiene porque nunca traicionará sus ideales. El Capitán fue dado con peso escénico por Adolfo Nittoli quien mostró la doble moral de quien tortura pero tocado por su consciencia en rol de servir a un Estado que persigue sin miramientos. Dos buenos interprtes que dieron el todo por el todo más allá de nuestra recepción. La presencia de Diana Almeida (como la Cámara) resultó redundante por no cuajar como ese ojo testimonio (tecnológico) que debía potenciar ángulos particulares lo que es el proceso de tortura; creo que la dirección de Trum para esta figura creó un ruido de significación en la decodificación del todo espectacular.
Finalmente, daré crédito a la labor de Emily Medina, Rhommy Andrade y Luís Franco en el diseño y realización escenográfica como a Joaquín Nandez y Lina Olmos por sumar en los diseños de vestuario e iluminación. ¡Un grupo que merece el aplauso por ser consecuentes!