Hacia 1997, la joven agrupación teatral Tumbarrancho Teatro escenificaba una de sus primeras producciones como grupo recién constituido. Se trataba de Lo que Kurt Cobain se llevó.
Escrita por quien se iría transformando en una talentosa como aguda dramaturga de nombre Karin Valecillos, quien bajo la dirección del actor y director, Jesús Carreño asumieron ese anhelo de crear un grupo que exhibiese una manera distinta de afrontar el reto de las tablas venezolanas.
Para ese momento cuando esta pieza se mostraba al público ya Tumbarrancho Teatro era un núcleo heterogéneo de actores como Giovanny García y Nathalia Paolini quienes junto a Valecillos y Carreño soñaban crear un punto de inflexión distinto a lo que otros colectivos teatrales ofrecían: una agrupación que estaría sustentada por el riesgo de crear textos (Karin Valecillos) y asumir las tablas con temas que no fuesen ni un teatro “ligero” ni excesivamente imbuido de rebuscado en lo que otros califican como de “arte”.
Era una apuesta a establecer conexión con tramas y personajes contemporáneos que, en cierta forma una generación podía constatar con solo otear lo que sucedía enrededor. Reto por desanudar ante la mirada de un público ecléctico que no hay asunto que no les pueda tocar o transformar. Era solo cuestión que estuviese bien contado desde un texto y adecuadamente escenificado para que esas historias se correlacionaran con el subconsciente colectivo de este mundo globalizado pero cada vez más sumido en verse su propio ombligo.
Ahora, en 2012, en el Teatro Nacional vimos otra temporada de Lo que Kurt Cobain se llevó y la audiencia se volvió a conectar con lo que se proyectaba como espectáculo. ¿Curioso no?; sin embargo así fue.
Quizás porque ese mismo público era también joven y percibió que tras la sencilla fábula de esa triada de personajes que no llegaban a los treinta años atada a lo que su generación creía era algo que fracturaba códigos y entendidos (por la música y letras del grupo Nirvana y por el brillo de su líder Kurt Cobain quien muere si llegarse a saber si fue porque fue asesinado o producto de suicidio) se creaba muy en el fondo una ruptura de paradigmas generada por esta banda musical.
Fans corderos que anhelaban seguir a un Mesías del pop que en un tris existencial les dejó sin avizorar esperanzas. Legado de una cultura consumista que creó seguidores alienados que sentían que tras cada letra había un versículo que forjaría rupturas contra el orden.
Esa etiquetada generación “X” vio como su ídolo moría; observó que las banderas y frases se ahuecaron; sintió que un movimiento se disolvía y por supuesto, en el fondo intuyó que el sistema les engulliría. Nunca se dio el cambio. He allí la ironía que tentativamente se puede extraer de esta dramaturgia la cual expuso a una generación pero que puede traspolarse en otros ¿modelos consumistas?. Lo cierto es que, los cantos de sirena terminan arrojando al individuo al desconcierto porque la satisfacción no es cosa de soñarse sino de construirse.
La escenificación de Lo que Kurt Cobain se llevó fue gratificante causando positiva impresión al público que les constató. En sí, la capacidad de Carreño como director sumó elementos tanto musicales en vivo, como referenciales de significación corpóreas como ambientación: atmósfera lumínica justa y empleo de utilería apropiados y sobre todo porque hubo alto compromiso actoral respecto a como proyectar texto y su significación. Un desempeño histriónico plausible porque siempre la respuesta compositiva de Giovanny Garcia, Ivonne Varela y el propio Jesús Carreño fue compacta como honesta. El grupo Tumbarrancho es un grupo que tiene mucho por decir; esperamos por ellos.