domingo, 7 de junio de 2015

¡TODOS QUEREMOS UN PEDACÍTO DE PAZ, DONDE SEA!

Una de las cosas que el teatro venezolano manifiesta, es contar con una juventud talentosa, que se está formando y que, a pesar de las consabidas dificultades del tiempo actual, es que ha buscado aglutinarse dentro de proyectos y acciones de forma decidida ante los incrédulos: ¡Aquí estamos!. Lo afirmo, por un ejemplos que van, desde el talento emergente que aflora desde La Caja de Fósforos, por grupos que se están proyectando en festivales como CREAJOVEN o, FESTEA hasta esa insistencia por consolidar colectivos y proyectos que tengan su nicho de proyección sea bien en la Gran Caracas o, en y hacia las regiones desde hace más o menos, una década.
Una de esas figuras y uno de esos grupos que han ido calando en su hacer son, por una parte, el dramaturgo, Jorge Cogollo. Por otra, los Jóvenes Actores para Caracas (JACCS) bajo el liderazgo del también dramaturgo y director, Jan Thomas Mora Rujano como de su productor, Elmer Pinto.

Esta tríada logró converger hace unos días en los espacios de la Sala “José Ignacio Cabrujas” del Centro Cultural Chacao para mostrar al público, la obra de Cogollo, Un pedacito de paz en el baño, propuesta de tono juvenil que explora el tema de la resignación y emana una reflexión sobre el poder ante el ominoso embate de la guerra.

Montaje discreto, sencillo, eficaz que buscó concretar sin exageraciones efectistas y sin ampulosidades desde la puesta en escena, un trabajo escénico donde el foco estuviese centrado en la fuerza del texto y la construcción de personajes que se tratan de hacer sintonía con los asistentes.

No sentí un trabajo demasiado osado en lo experimental todavía pudo ser decantado dentro de esa lúdico infantil pero a la vez opresiva atmósfera que trataban de sortear los personajes. Estos, personificados por Nuvia González con mucha desparpajo escénico, Gabriel Sulbarán algo rígido pero con buena intención de trabajar su desempeño y Barbará Rodríguez con apego a lo estaba delimitado a su papel, crearon con buen ánimo, esa decidida afirmación que, trabajando se hace que las cosas sean como deben de ser. Con la dirección de arte y fotografía de Yoelia N. Mora y la dirección técnica de Daniel García, el grupo JACCS, tiene muchas cosas por decirle al segmento juvenil de esta ciudad.

Como cierre, diré que el ascenso de Jorge Cogollo (Caracas, 1986) es innegable. ¡Llegará lejos! Su presencia como hombre de tablas en la escena nacional caraqueña se constató desde cuando formó parte del Proyecto Niños Actores de Venezuela (NAVE - Alcaldía de Caracas / Fundarte), luego, en paso en el Teatro Nacional Juvenil, Núcleo Caracas y, finalmente, tanto en un Taller de Dramaturgia dictado en el Celarg por José Gabriel Núñez y culminar de forma exitosa, sus estudios espacios académicos en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE).

Su trabajo actoral y como director ha sido consecuente con sus incansable necesidad de ser ese “animal de teatro” que se alimenta de todo cuanto le haga crecer. Como autor teatral, ha ido asumiendo con seriedad y forma indetenible, un tránsito de creación del cual ya le conocemos algunos textos como, por ejemplo: Circo ausente (2008), Ningún Lugar (2011), Más allá del muro (2014) o, esta obra: Un Pedacíto de paz en el baño (2009).

Tras una breve charla a través de una red social, me expresó parte de sus inquietudes - desde la ciudad de Buenos Aires donde realiza una Maestría en Dramaturgia – expresándome que: “Me interesa el hombre frente al fantasma del sistema, cómo este se mira en un mundo estructurado de leyes, como su vida está siguiendo un destino marcado por un poder invisible, ¿el poder invisible? que esconde, que nos divierte, que nos engaña. Me interesa ir levantando las capas o imaginar quién está detrás de ese poder invisible. Ahora desde la distancia siempre pienso en eso, que cada una de las acciones hasta el exilio, es marcado por eso que no sabemos dónde está, pero lo sentimos en cada gota”.

Se toma, unos segundos cuando le pregunto sobre la trascendencia de la obra de arte para hablarle a su tiempo y me responde: “representa[n] cualquier tiempo y espacio de Latinoamérica. Las opiniones contrarias se convierten en violencia y muerte. En esta época, callar y complacer es la única responsabilidad de sobrevivir, un sector de la sociedad escala posiciones inmoralmente a cualquier costo sin pensar en lo inevitable… su caída.”

Veremos si la conjunción de estos autores, directores aplicados y obstinados en su oficio han el necesario clik y que, junto a la pertinente integración / articulación de mejores actores y actrices junto a perspicaces diseñadores / realizadores, permute la inflexión de revitalización que, el teatro nacional aspira.

¡Hay que estar con ellos y no contra ellos! Es fácil ser verdugo y no esa voz aliada cuando se ejerce este acto del opinión, analizar o tratar de armar una cierta historiografía de su hacer desde estas trincheras.

Ha habido quienes en algún momento, ignoran o marginaliza el hacer de una juventud que siempre batalla por decir sus verdades, diciendo y afirmando que no están preparados o, que no tienen nada que decir. Así fue en plena mitad de la década de los años ochenta del siglo XX y, la historia pareciese, volverse a repetir.

Quizás en la década que viene, los que ahora son jóvenes (edades entre 25 a 30 años) serán el relevo hegemónico. Quizás, las voces agoreras así como los ecos de una opinión residual terminen de entender que hay que extender el apoyo y no la rezumarse en los fracasos o desvíos de algunos de ellos. Lo que es importante, es que, en cada época, surjan los necesarios y no las copias edulcoradas de lo que ciertos “académicos”, “críticos” o “investigadores” áureos adversan y hasta parecen desear que sus opiniones y verdades se constituya como la luz para lo que debería ser el futuro del teatro venezolano.