martes, 22 de septiembre de 2015

¡UBÚ, ESTÁ AL ACECHO!

En cualquier parte de este mundo hay algún Ubú que apetece el poder este planificando alguna oscura conspiración. Pueda que no se llame Ubú pero su objetivo es usurparlo sea por una amañada elección, una cruenta revuelta o un premeditado derrocamiento. Sea cual fuese la artimaña ese Ubú, no buscará serle fiel a una constitución, garantizar un cambio del decrépito orden o favorecer el advenimiento de una distinta manera de gobernar. No, es la búsqueda del poder por el poder.

Los Ubú de todos los tiempos, no aspiran nada bueno para las sociedades donde ellos medran; su ambición más medular es emplear el poder para enriquecerse, emplearlo como bisagra de coerción, facilitar un salvaje nepotismo y aceitar toda esa la maquinaria de la corrupción con un fin: beneficiarse. Los Ubú de todos los tiempos agazapados en muchas naciones en vías de desarrollo pueden estar ataviados con los ropajes de la civilidad democrática o solo usar desvergonzadamente las vestimentas castrenses en algunos países que los ven como sus protectores.

Desde que el dramaturgo y poeta francés, Alfred Jarry (1873 – 1907) viera que su texto “Ubú Rey” fuese estrenada en el Théȃtre de lÓEuvre en el parís del año 1896, no se imaginaría que esta pieza se transformaría en texto capital para hablarle al teatro universal, sobre la corrupción del poder. Una poderosa sátira que mezcló elementos del absurdo y empleó referencias clásicas solo con el propósito de desvelar esos ominosos factores asociados a quien maneje el asunto del poder de forma autoritaria, arbitraria y desmesurada. He ahí su validez y su capacidad de seguir siendo actual.

Es quizás, que esta clase de texto que impulsó a que uno de los grupos más sólidos teatralmente hablando de Caracas como lo es Río Teatro Caribe la haya usado como ese tipo de obra que, por su inagotable capacidad crítica, sigue diciéndole cosas al público de hoy. Ubú estrenada bajo la dirección de Francisco Denis hacia Febrero de este ano su sede de San Bernardino y ahora, está culminando una segunda temporada en la Sala Rajatabla donde su capacidad de sacudir la sensibilidad del espectador tenga la ideología que tenga, es un magnífico pretexto. Ese es el valor de hacer teatro con trascendencia: hacerlo reflexivo y crítico al tiempo que te puede entretener.

Con un planteamiento discursivo cinematográfico, con una batería de gags incisivos, con la capacidad de armar una densa atmósfera donde había algo que podía hurgar la atención del espectador y a la vez, no dejarle adelantarse. La dinámica y ritmo fue conjugada al servicio que crease un sentido sígnico contundente y, por ende, nada estaba descontextualizado.

La puesta en escena de Francisco Denis expuso a uno de esos directores altamente capaces de armar un propósito escénico, un objetivo teatral con y desde la dramaturgia de Jarry sin desperdicio. Fue una labor vital porque dejó en claro, que un trabajo de arte y no dejarlo en mero enunciado. Ubú Rey se transmutó en un concepto que tenía un principio vital a dejarse por sentado en la integración de cada elemento, en cada aspecto, en cada imagen.

Por tanto, más allá de lo formal físico de lo estético de lo escenográfico (del propio director), lo no verbal musical (música original de Wahari Meléndez) o de armar un cierta paleta lumínica era potenciar el lucimiento de esa plantilla actoral. La misma se fue articulando de menos a más. Fue muy perspicaz e incidió en que e este montaje supiese magnetizar de principio a fin a quien estaba viéndoles. Una producción acoplada que se proyectó en ariete ante una sorprendida platea fue capaz de manejar diestramente la grotesca imagen de ese Ubú que tiene que ser significante y que debemos saber reconocer.

Actuaciones acopladas y con un sentido lúdico perverso, articulan y desarticulan imágenes que impactan. El logro de Luis Domingo González (como Ubú, fue excepcional), un actor que es un maestro en su esencial técnica, porque sabe como debe manejar la voz y la expresividad y sobre todo, porque es capaz de saberse dosificar para mostrar, insinuar y proyectar desde lo orgánico, aun personaje avieso, cruel y desmedido. Fue acompañado de las solventes entregas histriónicas de Jesús Carreño quien también es un eficiente actor que demostró su dominio técnico en lo corporal y en lo expresivo, atento a sus tiempos internos y en lo que debía mostrar de forma multidensional. Un Dixon Dacosta con atinado sentido de la escena y que se supo exigir a fondo para armar a un personaje con proyección propia; Julio Saavedra dúctil, aplomado y con eficacia a lo largo de la representación y Wahari Meléndez y Carlos Novella ambos,
sintonizados en lo que se debía proyectar, sin excesos, pulcros, imbuidos de ese sentido de gozo con lo que era construir papeles creíbles hicieron que este montaje sacudiese por su desparpajo ya que sabe colocar las íes donde debe ser y dejarle al espectador esa sensación que, en algún momento, un posible Ubú este al acecho en este país.