viernes, 25 de diciembre de 2015

ESCRITOS, NOTAS, ENTREVISTAS Y CRÍTICAS PARA LA MEMORIA (V)

La memoria se hace anécdota.
Era crítico teatral y a la vez, asistente de dirección.
Algo para compartir!

UNA ANÉCDOTA: ¡LOS DETALLES CUENTAN!

Si bien no he sido actor y si bien he asumido el oficio de “crítico teatral” en ya algo de un cuarto de siglo, la praxis formativa y algunas experiencias como asistente de dirección. me dejaron bien en claro que el arte del actor no queda supeditado simplemente a un sólido estudio, una clara pasión, una depurada técnica, entrega ilimitada, mística férrea sino también el estar plenamente seguro de que “actuar” es más que letra aprendida, seguridad en y sobre la escena, dominio del espacio, capacidad de conectarse con el género dramático que le toque asumir; también, es saber crear una atmósfera ante el “monstruo de mil cabezas” que es el público, de otorgarle denso cuerpo de posibilidades a su caracterización y de un espíritu concreto pero flexible a su composición del personaje en ese día a día de una determinada temporada. En fin, ¡el arte del actor es esto y mucho más!

Una anécdota personal sobre el oficio del actor la constaté en aquellos años dorados del tratar de ser un profesional cuando como asistente de dirección, una situación especial me obligó a reflexionar que el nivel de responsabilidad de un histrión no solo era asistir rigurosamente a sus ensayos, aprenderse un texto de “pe” a “pa”, de capitalizar un trabajo de equipo y de tener en mente que más allá de que esté inserto dentro de un montaje rutilante que se sabe que el éxito está asegurado y que el público no faltará es considerar que un detalle es en detalle y que si el mismo no se mantiene en mente, pues, se puede crear una contingencia que crearía de un todo aceitado, una situación que pueden rayar en el ridículo o en un estrepitoso absurdo.

A mediados de los años ochenta esto se me patentizo de forma plena y me hizo cuidarme de los detalles, es especial cuando este queda en mano del actor.

Creo que un actor que hace y toma conciencia de que día a día debe cuidar no solo su técnica al calor de la pasión, que debe estar atento frente al curso de cada aspecto de su trabajo ya que el público lo captará me quedó claro cuando asistía fui asistente al nunca olvidado José Ignacio Cabrujas en uno de los tantos montajes de su inmortal pieza: El día que me quieras.

Para aquel entonces la plantilla actoral no fue la original de su estreno. En esa oportunidad los papeles de Carlos Gardel, Elvira Ancizar, Pío Miranda, los representaban los hoy desaparecidos e inolvidables Héctor Mayerston, Amalia Pérez Díaz y Fausto Verdial. En el rol de María Luisa Ancizar, la veterana, Elianta Cruz.

Ya pasado sin percances el día del ensayo general, sin público en lo que hoy aun es la Sala “Alberto de Paz y Mateos”, la necesidad de que el famoso mantel del II acto estuviese impecable para el día del estreno, hizo que Amalia Pérez Díaz me indicase que se debía de mandar a la tintorería.

Al llegar ese ansiado día de levantar telón, como asistente me encargue de poner cada cosa en su sitio, de bajar telón, de poner los vestuarios en cada camerino; en fin, las cosas usuales preparatorias. Arranca la función. Todo bien hasta bajar el telón del primer acto.

Comienza el segundo acto. Bajo el telón. Me aseguro que Elianta Cruz, esté en su lugar. Verifico que Héctor Mayerston se halle justo donde tenía que estar antes de iniciarse la secuencia de esa escena de arranque y así, continuar la representación.

Todo hasta allí, estaba en su santo lugar. Me quedo hablando en el camerino con Fausto Verdial y, de repente, un grito; casi un alarido, un alerta de tormenta: “¡El mantel! Miro a Verdial. Verdial me mira. Pienso: ¡Coño, el mantel no lo puse en la gaveta! ¿Qué hago?” ¡Segundos de estupor! ¡Segundos eternos! Me agito buscando entre las camisas que habían traído de la lavandería. Nada, cero mantel. Corro detrás de la escena del “Alberto de Paz y Mateos”; voy del extremo derecho al extremo izquierdo donde estaban ubicados los camerinos. Busco y busco entre las cosas. ¡Nada! ¡No hay mantel!

Pienso: “el paño empleado en los ensayos, puede salvar la situación”. Lo busco. Nuevamente, lo insólito, ¡Nada! Volteo y veo a Mayerston que me hacía indicaciones que ya era demasiado tiempo en espera. Vuelvo al camerino a buscar algo que se parezca a un mantel. De repente, lo insólito: Helianta Cruz dejó la escena y fue por el mantel a los camerinos. La escena sola, sin actores, ni personajes; sin mantel o algo parecido que salvase la situación.

Regresa Helianta Cruz angustiada a escena. Todos los actores en las patas tanto en la derecha como en la izquierda de la sala tratando de ver que era lo que iba a acontecer. Pues, simplemente, Héctor Mayerston -como Carlos Gardel- entró a casa de los Ancizar y genera la escena del mantel.

Diálogos y acciones sin el cacareado mantel. Un nudo en la garganta de todos. El público ve con asombro, sin entender, pero de repente, casi de forma muy natural, surge de forma explosiva, una risa generalizada- Se estaba generando la escena del absurdo para una obra que no tenía inscritos signos de ello por parte de José Ignacio Cabrujas.

De una situación sin el objeto referido, ese objeto del cual se menciona en los parlamentos por los personajes pero cuya - presencia como utilería - no estaba y que debía generar toda una suerte de alusiones, comentarios y acciones físicas muy específicas de los personajes. La escena, quedó atrás. Todo siguió su curso como quedó ensayado.

Bajando el telón, medito: “¡Amalia Pérez Díaz me va a descoser vivo apenas el público se vaya del teatro por este grave olvido!”

Un telón. Cuatro telones, ¡Aplausos a rabiar! El público se retira feliz de la sala. Luz de trabajo. De repente, veo venir a Amalia Pérez Díaz hacia mí. Pienso: “¡El gran peo!”

Con mirada grave y actitud severa, la gran actriz me pasa de lado sin decirme la más mínima cosa. Me quedó pasmado otra vez. Pasan tres o cuatro segundos y se arma el zafarrancho en el camerino de las actrices.

Más o menos lo que se dijo aquella memorable noche:

-Amalia Pérez Díaz (a Elianta Cruz): “Esta bien que al asistente de dirección se le haya olvidado colocar un objeto esencial para la obra. ¡Eso puede pasar! Lo que no puede suceder ¡NUNCA! es que un actor o una actriz no se asegure antes de iniciarse cualquier obra es verifique su utilería de trabajo. Se perdona que al asistente se le pase pero ¡NUNCA, NUNCA A UN ACTOR! Eso es parte de su trabajo y si no está conciente de ello, no SERÁ NUNCA UN BUEN ACTOR”

Elianta Cruz, callada. El elenco sumido en total silencio. La tormenta pasó dejando un extraño sinsabor. Pero era una función más y el público había vuelto a ovacionar lo que era por muchas temporadas y decenas de funciones vistas con estos y otros elencos lo que era parte de la historia del teatro venezolano con esa obra tan significativa.

Después de esa noche, en funciones posteriores de esa particular temporada, cada actor entraba media hora a escena a verificar cada cosa, cada objeto que estaba bajo su esfera de responsabilidad. Incluso, la de los demás.

Una temporada de éxitos y un pequeño incidente que me ayudó a extrapolar que, de aquella circunstancia, el arte del actor también debía cuidar el detalle sea este un pañuelo, un lápiz o hasta un sencillo mantel.

A mi entender, arte y técnica son cosas difíciles de preparar y exhibir, pero, un histrión SIEMPRE debe estar pendiente de todos los ángulos de su responsabilidad al estar “en y sobre la escena”.

Un detalle casi del absurdo en una de tantas noches de temporada en aquellos años cuando existió el Nuevo Grupo. Esa noche fue sumamente especial cuando que la afamada comedia de J. I. Cabrujas adquirió una altisonancia que me hizo considerar que ¡todo detalle es parte esencial de un todo a la hora de hacer teatro y más si está en manos del actor!

Por Carlos E. Herrera