viernes, 25 de diciembre de 2015

ESCRITOS, NOTAS, ENTREVISTAS Y CRÍTICAS PARA LA MEMORIA (II)

CIUDAD Y CALLE: LAS NUEVAS - VIEJAS RELACIONES PARA EL REENCUENTRO CON LA TRADICIÓN DE UNA TEATRALIZACIÓN OLVIDADA.

Caracas, al igual que muchas de las grandes urbes latinoamericanas exhibe una irregular topografía así como un perfil arquitectónico muy particular que la ha signado con el transcurrir del tiempo. Incluso, Caracas en una época no tan pretérita fue calificada como “la sucursal del cielo” debido a que poseía un benévolo clima y por mantener una amabilidad urbanística cuyas referencias se perdían en la noche colonial cuando los primeros planificadores la idearon bajo las premisas de una estructura de cuadrícula.

Empero, la falta de visión de los distintos gobiernos que han regido el destino del país desde el s. XVI al presente, la ausencia de un coherente y sostenido sistema de planificación urbanística, la apatía por preservar parte de sus edificaciones más conspicuas así como la inexorable alteración de los pocos espacios abiertos de la ciudad dio como resultado que, tanto aquel perfil de las edificaciones de estilo colonial fuese prácticamente execrado y las distinciones estructurales producto de una coyuntura o un interés gubernamental fuesen las que impusiesen la dimensión de la fisonomía urbanística - arquitectónica que en la actualidad vivenciamos.

En sí, este carácter “camaleónico” de la estructura urbanística de Caracas no fue una reacción de explosiva sino que se adquirió lentamente con el pasar de los siglos. No obstante, el proceso de cambio del rostro arquitectural de Caracas se empezó a acelerar a partir del siglo XIX bajo el gobierno de Guzmán Blanco y su deseo de “afrancesar” el entorno de una ciudad que le parecía demasiado rural.

Fue un periodo de metamorfosis debido a la adaptación de influencias foráneas las cuales incidieron en la materialización de inéditas como hermosas posibilidades estructurales; incluso la penetración de elementos artísticos extranjerizantes viabilizó una peculiar vida a los espacios abiertos (recordemos el paseo de El Calvario) donde la música y una que otra fórmula de actividad artística potenciaban un punto de encuentro para el caraqueño distinto a la tradicional Plaza Bolívar.

Fue a partir de esos años que Caracas empezaría a tener otra faz arquitectónica más atípica y extraña a la verificada en otras épocas y que la marcarían de una forma indeleble ante los inciertos tiempos de un nuevo siglo que se avecindaba.

Ciertamente, mucha agua ha pasado bajo el puente y debemos decir que nuestra capital, ya en las postrimerías del siglo XX, no es la misma urbe de los siglos XVI y XIX. Ahora, Caracas posee un rostro más ecléctico, más agresivo e informal, más pragmático en sus conceptos y menos soñador. Incluso, Caracas se ha dejado arrastrar hacia la aridez de un progreso antihumano: solo caven las grandes estructuras de cemento y vidrio o las autopistas dejando escasos lugares donde se permita la posibilidad de armonizar con el arte, los sentimientos y las nostalgias; Caracas es quizás una capital que parece no importarle la poetización - y menos aún - la preservación de sus espacios naturales aún no agredidos por el “caos” urbano o de importarle “un comino” el ampliar los reducidos ámbitos amables donde podamos concitar un natural encuentro con la naturaleza y con un ciudadano que aún se resiste a ser sumiso ante una modernidad que lo asfixia..

Derivado de todas estas situaciones cambiantes producto de un crecimiento desmedido de sus estructuras, de la aparición de una red vial que aparte de ayudar a conectarnos con las distintas zonas y urbanizaciones, también hay que decir que ello ha divido y segmentando a la ciudad. A lo largo de esta centuria (en especial, las referidas los 40´y los 50´) aparecen sintomáticos ejemplos que sirven para esbozar parte de las situaciones de transformación que la ciudad ha experimentado así como para extender algunas extrapolaciones reflexivas en torno a las relaciones de cambio de la urbe con sus habitantes y, por extensión, a lo que compete este artículo, es decir, de las conexiones con el universo de la creación artística, en especial, a las manifestadas en el ámbito de los espacios abiertos como la calle y la plaza.

Dos conspicuos ejemplos son, por un lado, los cambios arquitectónicos operados bajo el gobierno de Medina Angarita. Fue un momento donde Caracas sufrió su primera gran metamorfosis. Se empezó el cambio de una capital que aún poseía una atmósfera rural a una ciudad más acelerada donde la instauración de un concepto de “progreso” empezaba a mostrar la emergencia de las primeras mega estructuras; de igual forma, los espacios públicos fueron relativamente respetados porque aún existía la consciencia de que servían de ejes de encuentro del ciudadano común. Medina inició el primer intento de transformar a Caracas en una metrópoli cuya arquitectura sustituyese las viejas fórmulas urbanísticas y arquitectónicas de décadas anteriores.

El otro ejemplo de transformación urbanística y arquitectural, se constituyó en los 50´ bajo el régimen dictatorial de Pérez Jiménez. Sin hacer una apología a esta figura hay que reconocerle que en este lapso, la ciudad se agigantó, se expandió y creció hacia límites insospechados. Se multiplicaron sus arterias viales e irrumpieron bajo (y dentro) del perfil del Ávila, el dibujo megalítico de monumentales obras de ingeniería y arquitectura.

Pero, ad latere de ésta aparente cambio de la fisonomía de la ciudad, el régimen pareció importarle de alguna forma, la creación de otros espacios para el paseo y el encuentro. Así, las relaciones entre planificación urbanística, crecimiento arquitectónico y las tentativas de mantener un entorno placentero donde el ciudadano habitase con su tiempo libre y el disfrute se mantuvieron relativamente preservadas.

Vivimos al borde los 90´ y percibimos una ciudad que aún desea seguir cambiando de traje. A Caracas no se le puede quitar el sello de ser una ciudad pujante y cosmopolita, pero, también hay que decir que es una urbe que aún anda en pos de un rostro urbanístico más definitivo. En todo caso, esta urbe aglutina a un mismo tiempo eltempo de una transformación ecléctica donde estilos, influencias y modas arquitecturales se abren y cierran sin ninguna dificultad. Para algunos este proceso ha sido consecuencia de una “modernidad” necesaria. Para otros, representa sencillamente, un signo del caos planificativo y la falta de continuidad de lo que pudo haber sido “la ciudad deseada”.

Como tal, este último concepto parece haberse generado de la soterrada instauración de un sistema perverso y anárquico de relaciones arquitecturales con el entorno donde habita el ciudadano, las cuales con o sin intención no han permitido a ese mismo ciudadano vivir en armonía con lo que lo rodea, sean edificios, calles, o plazas sino que, más bien la ciudad pareciese querer engullírselo o de constreñirlo a verse como una figura atrapada entre miles y miles de estructuras que erigidas sin que se haya tomado en cuenta sus más mínimas necesidades psicoafectivas gracias a tener espacios más acogedores, más humano y menos concretos donde el sueño y la imaginación permitan un encuentro vital con la vida y el arte.

Todo este largo preámbulo que pareciese prefigurar una exposición de motivos sobre la evolución urbanística y arquitectural de Caracas, sólo persigue preparar un marco para introducir otra reflexión: las relaciones del espacio público con el espacio que amerita el arte teatral. Si bien las manifestaciones teatrales cuentan con una rancia data que va por el orden de veintiséis siglos, tenemos que apuntar que las mismas se han generalizado con el transcurrir del tiempo, las sociedades que las hayan cultivado y las clases de espacios (públicos o privados) donde se desarrollaron.

De las dionisiacas griegas a las saturnales romanas, de los autos de Navidad que fueron del atrio de la iglesia a la plaza pública en el medioevo, las creaciones de juglares e histriones de la Comedia del Arte así como los comediantes de la legua del Siglo de Oro español en el periodo renacentista europeo hasta llegar a una modernidad donde la dinámica del concepto de lo popular se enraíza con fuerza y un vigor, en la ilimitada potencia escénica que genera la calle, la plaza o cualquier otro descampado dentro o fuera de un pueblo o ciudad.

Para el sociólogo Jean Duvignaud, el teatro, desde sus raíces siempre ha invocado a nuestras “sombras colectivas”. Su poder de convocatoria ha sido eficientemente edificado gracias al poder de la palabra y la imagen, al sueño y el riesgo creador de un actor, un texto y la figuración multidimensional de un espacio (escena cerrada o abierta) pueden provoca. Es así, que por ejemplo, la calle se convierte en una escena polisémica. La realidad opera sobre el imaginario y viceversa combinando y reformulando el invisible puente de comunicación que, por lo general pareciese ser más unívoco en la convencionalidad de una sala de teatro cerrada.

Si bien, el teatro efectuado en la calle ha sido tildado de “popular” y hasta cierto modo de género “marginal” nadie puede negar su alta capacidad de convocar el espíritu de participación del espectador, el cual al no estar ceñido a una butaca o de verse separado por el escenario, puede, convertirse en un actuante más del espectáculo.

En ciudades modernas como Caracas, la dinámica de lo escénico “callejero” ha tenido vida propia y tiene vida. Incluso, y a pesar de factores limitantes como lo político, lo económico, las condiciones materiales de un momento social o las oscilaciones de lo cultural, el teatrero de calle ha vencido los obstáculos y convertido la calle en santuarios escénicos donde siguen generando el maravilloso acto de creación que es el teatro.

En nuestra neurótica y acelerada ciudad resulta placentero y balsámico encontrarse de pronto con un grupo de comediantes que en zancos, con trajes brillantes, empleando con destreza inusual técnicas y artilugios e improvisando de forma activa con el espectador son capaces de cautivar la mirada, seducir el interés y conectarnos con una tradición que siempre ira más allá de lo convencionalmente aceptado.

Citar a grupos como Maroma de Francisco Ocanto, La casa del arco iris de Oscar Acosta, T-Pos bajo la égida de Jaime Liendo
es sólo señalar una minúscula muestra de hombres y mujeres que han hecho del arte del teatro de calle, de esa respuesta para hacer y convertir al ámbito urbano caraqueño, a la ciudad de frío concreto en un lugar para soñar y reír, para encontrarnos y desencontrarnos.

Ellos con técnicas parecidas y disímiles transforman las calles de Caracas en teatros de una envergadura superior a las salas conocidas y donde su arte se multiplica como si se reflejase en mil espejos.

La tradición y persistencia creativa del teatro de calle en nuestra ciudad se ha edificado gracias a la lucha incesante de decenas de teatreros que edifican espectáculos y propuestas escénicas capaces de reemplazar las cajas escénicas para apoyarse en las fachadas de las edificaciones, apartando la iluminación artificial de las salas para substituirla por la luz solar o la fuerza oculta del fuego primigenio y rompiendo con las separaciones y alcanzando interrelación que son las que deben darse entre público y espectáculo.

Artículo solicitado y publicadoen 1989 por el Servicio de Intercambio Cultural Internacional (I.C.I.S)

Carlos E. Herrera