domingo, 10 de julio de 2016

ACTUALIZANDO: NOTAS REZAGADAS (7)

MAJABÁRATA

La oferta de la cartera teatral capitalina a veces, muy dinámica, a veces regular y, por lo general marcada por una mixtura que, descoloca a un espectador que desea seleccionar una opción apropiada dentro de sus gustos.

¡Ah, hable del gusto! Pero, también no hay que dejar de lado, elementos soterrados que inciden de forma consciente e inconsciente en su focal dilema si la producción escénica o espectáculo teatral sea cual fuese su variante, está sustentada sobre un texto clásico – antiguo o contemporáneo, sea este foráneo, latinoamericano o nacional- , está claro, que sea una pieza conocida o no, la marca de género pesa.

Lo anterior quiere significar que, un grueso del target que constituye ese público que asiste a producciones escénicas tienen en mente si es comedia o drama. Un factor que hará que, su decisión, se encamine si desea evadir, entretenerse, divertirse o, sencillamente, obviar las presiones de su día a día.

Hay algo cierto, en este país, no hay estudios ni indicadores que establezcan los porqué el público va a consumir teatro. El fenómeno ha caído es el ámbito de algunas especulaciones poco sostenidas como indagación del fenómeno que hable de lo que ciertos especialistas, con tono académico engloban como la teoría de la recepción. Lo cierto es que, sean críticos o puntuales investigadores de la comunicación han expresado aquí y allá, que, el comportamiento, dinámica y relación teatro / consumo está en auténticos pañales.

Hablar de esta teoría de la recepción es entrar en un meandro especulativo. Algunas veces, hay artículos muy bien delineados que, se han aproximado a este fenómeno con marcos teóricos y conceptos elaborados por investigadores foráneos cuya preocupación sobre este esquivo asunto, les ha llevado a formular dictámenes, conceptos y afirmaciones que –en mi personal juicio- solo responden a explicar lo que sucedió en un espacio / tiempo y en un marco socio cultural específico.

Son eso sí, valederos si se extrapolan con mucha flexibilidad al hecho de la recepción, al estudio del gusto o, las circunstancias que marca la decisión de de un cierto segmento del público sobre: ¿Por qué va a esta sala / teatro?, ¿Por qué se inclina o no, a ver comedia o dramas?, ¿Influye o no, saber o conocer sobre la constitución artística del staff actoral?, ¿Este está conformado por artistas mediáticos o no?, ¿La propuesta a ver, se deriva de algún factor, suceso o aspecto que se noticia dentro del seno social en un lapso dado?, ¿Es una propuesta que, por su peso histórico o por es producto de un artista de renombre que le asegure lo que su expectativa desea satisfacer?, ¿La obra o producción escénica ha tenido un profesional trabajo de marketing (léase, mercadoténica) donde la publicidad, por medio de volantes, pancartas, spots televisivos y ahora, con el influyo de las redes sociales – que va desde el facebook al ultra populartwet o, del instagram a cada vez disminuidas listas de correos electónicos – le sugiera que, ese es: el producto “artístico cultural de moda” que no puede dejar de ver?.

Para no extender abrir un sin número de otras interrogantes, concluiré con esta: ¿No será que la propuesta escénica y el grupo teatral asume como proyecto de montaje va por lo seguro a sabiendas que cuenta con un público cautivo?

Como usted podrá entender, amigo lector, estas y otras variables se conjugan en el subconsciente del espectador al momento que este tomé esa sencilla o compleja decisión de ir al lugar de solaz.

Y, sin embargo, sea que decida ir al teatro o opte por ir al cine – el cual ya tiene consolidado un grupo de claros factores publicitarios y promocionales que se irradia sobre la toma de decisión del espectador al momento de consultar la sección de arte y espectáculos con el fin de curucutear que opciones se ofertan y dar ese pequeño / gran paso de invertir tiempo, dinero y seguridad para dirigirse directamente a pasar un sano como tranquilo rato de solaz en el lapso de un viernes al fin semana.

Si lo anterior no es algo que haya sido dilucidado de forma consciente por el público, debo dejar algo acá sentado: no es raro oír en las colas de los lugares donde se exhiben estos trabajos o, en los pocos foyer de teatros de Caracas, cuestiones como: que el factor ubicación de los mismos, en estos tiempos, les garantiza un grado de distención, que bueno o que malo que estos no tienen un ámbito para compartir con sus amistades sobre lo que han de ver mientras consume algún refrigerio; que ese teatro o sala cuanta o no con un estacionamiento aledaño y seguro para dejar y retirarse con su auto y, finalmente, si la conjunción de ubicación de la sala / teatro en la ciudad sumado al sube y baja de los horarios implica o supone el inocultable factor “seguridad” que, constriñe a esta población.

En fin, hay factores y elementos que se unen aleatoriamente en la toma de una decisión para seleccionar / escoger que ver, sea teatro, cine u otra alternativa como los shows o la creciente moda de los stand up comedy.

Como se ve, son tantas las múltiples aristas que inciden en una toma de decisión del público sin tener que hacer teorías o sesudos análisis sobre la estética de la recepción o del gusto. Una vez, leí en un libro escrito por Sergio Arrau, titulado Dirección Teatral (Celcit, 1994) y en la sección sobre el tópico del «teatro comercial» argüía que su “objetivo fundamental [era] el lucro” Desglosaba con habilidad que: “El teatro es un negocio y como tal debe ser rentable”.

Y, más aún, enhebraba la cuestión sobre el aspecto del «Arte» dentro de lo que era o no aspecto comercial. Para no irme a honduras, solo dejaré una cita de él: “Pero hasta el teatro más “puro vende su producto”.

Pero, ¿Qué tiene que ver todo este preámbulo si el nombre de la columna está orientada a exponer una opinión / reflexión en torno de una propuesta escénico que hace unos días constaté en La Caja de Fósforos, de Bello Monte bajo la producción del grupo Teatro del Contrajuego y que, ustedes pueden aun ver que se promociona / publicita sin tanta ostentación en la cartelera de espectáculos de esta urbe y cuya temporada – bien curiosa, ya tiene casi un mes de exhibición – y usted puede optar por ver en estos días finales de Mayo?

La respuesta más rápida que les puedo decir, serían todas y muchas otras más que no daría pie a que lo acá insinuado sea una sencilla crónica / crítica sino más bien, una reflexión con tonos académicos. Parto de lo didascálico – referido al título de la producción – Majabárata. ¿Es tentador decir con riego a equivocarme que muchos dirán que es eso? ¿De que se me trata de ofrecer como alternativa para pasar un rato ameno?

Sé, que un cierto número de ese “público cautivo” que semana a semana llena el pequeño espacio de La Caja de Fósforos sepa o ya se haya informado de lo que se trata, acude y plena de bote en bote, su aforo. Esto es digno de estudiar y/o analizar. Empero, ¿Qué pasa con el resto de los demás espectadores curtidos o no, en eso del ir y ver teatro “comercial” o de “arte” frente a lo que significa asistir y ver el Majabárata?

Algunos, en su momento, por curiosidad habrán leídos en las secciones de arte y espectáculos de ciertos medios impresos o en portales dedicados a cultura, que en días previos a su estreno, lo que se pretendía concretar. Era, advertir que, lo que iría a ver no era ‘teatro teatro” sino una versión o adaptación del universal poema clásico hindú, que refiere sobre mitos cosmogónicos de esa sociedad y cómo tras de esto, subyace un estrato filosófico que, cabe muy bien pensarlo, desmenuzarlo y ver cómo nos toca como personas del mundo occidental.

Un aspecto insoslayable es que para la dinámica teatral de esta ciudad y del actual momento creativo que hace el teatro caraqueño, las búsquedas que se plantean y concretan por este conglomerado que se une en La Caja de Fósforos se han puesto como visión / misión de unir todo el potencial de creadores, artistas diseñadores y realizadores con larga trayectoria y corta experiencia pero que, inscritos en este singular espacio del arte y cultura local del Municipio Baruta, es sintomático que el riesgo y la osadía, que lo formal y lo experimental pueden ir de la mano. Que hasta uno podría decir que el teatro de arte es comercial si se quiere solo decir que, el fenómeno de la taquilla es un éxito a pesar que sus costos son, en la actualidad irrisorios.

Como grupos y como unión de grupos hilados en ese espacio baruteño, está bien clara, una consistente apuesta a no ofrecer piezas lights, superficiales o evasivas. El compromiso es que el registro de las obras y piezas (originales, versiones o adaptaciones) del repertorio clásico antiguo o contemporáneo deben ser expuestas desde el rigor de la calidad.

Por tanto, el riesgo es esta oportunidad fue ir en pos de ese elemento pre teatral, de una búsqueda donde lo sugestivo de lo oral, lo sorprendente de ese extraño panteón de dioses, deidades y humanos que rigen lo sagrado de las creencias de lo que conforma las denominadas castas como se divide la sociedad hindú, esa zona magnética y poco conocida del oriente del planeta como lo es la India, se muestre con toda su potencia seductora. Y lo han logrado.

Un trabajo que, apenas uno llega, vislumbra como inusual porque tanto Haydee Faverola, Diana Volpe y el mismo director, Orlando Arocha, están fuera hablando y departiendo con los conocidos y amigos. Se da el toque de entrada. Uno ingresa al espacio junto con los ¿actores o personalidades? Se denota un dispositivo donde hay referencias a deidades hindúes que no citaré acá. Unos cojines, una mesita, una atmósfera no verbal que inquieta porque no es la típica escenografía sino una ambientación donde elementos culturales referenciales proponen al lector / espectador, una pre lectura de lo que acontecerá.

Una vez dispuesto el acto, Arocha junto con sus compañeros de aventura escénica nos dicen y reiteran que será el poema épico Majabárata. Que es algo que, en la sociedad hindú, es significativo, es medular, es propio de esa milenaria civilización. Qué por la extensión del poema épico, ellos harán síntesis. Esto es lo único que siento que una vez dicho, quedaba fijo y no se debía reiterar. La obertura si se puede decir de alguna forma, se explica al espectador; se aclara que significa la palabra / concepto Majabárata.

De ahí en adelante, se apelará a que, el espectador sea capaz de correlacionar lo que habrá de ver; que su imaginario supla lo que la palabra propone por los histriones; que cada suceso de esa epopeya épica por más comprimida o sintetizada que se haya hecho suponga en la recepción de quien mira / oye, lo expuesto, una gestalt.

Cada escena o grupo de cuadros, cada imagen tiene una carga de simbolismos que son pistas y señales que apuntan a servir la solidez de lo dicho / mostrado y que es, a final de cuentas, eje central que soporta y proyecta en nosotros la fuerza de la palabra / acción.

De ahí, surgirá el misterio. De ahí, emanará lo cautivante. De cada maleta sacan libros y, dentro de ellos, las figuras (retratos bien delineados) de los más representativos personajes que se oponen: dos clanes que a pesar de estar ligados por ser familia (primos) no tardarán en contraponerse en una gesta bélica de tono cósmico. Se trata pues, de una forma de teatro oral.
Se insiste, que en la construcción de ese poema hace miles de años atrás, el rapsoda y los personajes, que los personajes aludidos y los dioses parecen tener una capacidad de explicar y explicarse, que los actores o ejecutantes no interpretan sino que cuentan.

Con el transcurrir de la propuesta, cada uno de estos histriones, hace un mutis; se van detrás de una especie de ciclorama cuya imagen es la del Dios Ganecha. Cuya poder icónico, da magnificencia a espacio ¿ceremonial, ritual o de representación?, que la plantilla histriónica ha concebido. El público, incluso, será invitado a formar parte de la representación pero de forma de proyectar y/o sostener la arquitectura de lo que se narra y muestra. Usarán semi máscaras cuya imagen alude a los personajes descritos. Ellos tendrán una doble retribución; son parte del evento escénico y al salir, recibirán una taza de té. Un acto polisémico si se quiere.

Un hecho teatral ritual / ceremonial que rompe con lo que estamos acostumbrados a confrontar en la dinámica escénica de esta Caracas nuestra. He allí, lo fascinante y lo que a todos, nos marcó al salir de este proyecto, que no es teatro de arte, no es teatro comercial es un acto con resonancias místicas que, sin ser profundamente invasivo a nuestras creencias o nuestras formas de recepción, nos cautiva, nos atrapa, nos crea una sensación de agrado y complacencia que, sigue proyectando que, en La Caja de Fósforos está eso que, uno como espectador debe estar atento, que uno como parte del público, reconoce como calidad y sale agradecido más allá de lo normativo del gusto personal o de las expectativas que, por lo general, conforman el cruce de criterios con otros colegas o gente del medio teatral de Caracas.

Este Majabárata contó con la sumatoria de diseños de Raquel Ríos (vestuario); de la sensible y afinada pintura escénica de Luís Alejandro Villegas / “Spinetta”; de la exquisita elaboración de máscaras de parte de Olga Marín; del concepto / realización de los libros por parte de Misael Carpio quien fue apoyado por Dionisio Arismendi en la facturación gráfica dentro de esos libros y máscaras.

Un trabajo del espacio concebido de forma especial por Arocha, quien además, retorna no como actor sino como relator y deja bien parado muestra percepción que él da para mucho. La asistencia de dirección de Lissy García, la producción de campo a cargo de Mateo Cestari y los diseños gráficos de Carolina Torres. Un trabajo que, no calificaré como siempre de bueno, de regio o de sobresaliente sino de inusual sorprendente y cautivante. Todos, desde Diana Volpe a Haydee Faverola están justos, dispuestos y con esas ganas de artista que sabe y entiende que, hay que sorprender al público. ¡Gracias por esta fascinante experiencia!

Nota publicada en Eljojoto.com /junio de 2016